—Como la espada de mi madre, Silver —añadió Valeria—. No recuerdo haberla oído antes.
—Al fin y al cabo, todos provienen de Silbriar, eso es lo que importa. —Exasperado, Luis hizo sonar la bocina varias veces—. Deberíamos centrarnos en cómo salir de aquí.
—A mí se me ocurre una cosa. —Nico agrandó los ojos, esperando la reacción del resto, pero lo único que recibió fueron caras contrariadas y algo desconfiadas—. Es un plan algo descabellado, pero podríamos intentarlo.
—¿Quieres soltarlo de una vez? —Jonay le arreó un codazo en el brazo.
—¡Haremos que el coche vuele! —anunció entusiasmado. Luis lo miraba boquiabierto mientras percibía que él no era el único patidifuso—. Jonay lo hizo antes, con la balsa, pudo proyectar todo su poder sobre ella y conseguimos volar.
—¡Sí, durante unos segundos y porque había un portal justo enfrente! ¡¿Se te ha ido el baifo?!... ¿La olla?, ¿la pinza? —enumeró al ver que no había comprendido su primera referencia—. ¿Es que cuando atravesaste aquella pared del castillo se te fundió el cerebro?
—¡Estás loco! —remató su hermano—. Espera... ¿Atravesaste una pared? ¿Cómo no me lo has dicho antes?
—Entonces, ¿queda descartado? —Luis continuaba confuso. Ignoraba las habilidades que poseían los chicos. Ya había apreciado los dones de su mujer y su suegro, y debía admitir que lo habían dejado clavado al suelo, sin aliento, mientras sus pies buscaban raíces sobre las que sustentarse.
—A mí me parece una buena idea. —Érika chocó los cinco con el guardián de las botas.
—A ver, nuestros poderes están creciendo. Cada vez que entramos en combate, de alguna manera, se expanden —trató de clarificar Nico—. Es algo normal e intrínseco al objeto que poseemos. Érika puede envolver ya con su manto de invisibilidad a una persona más, incluso una vez creó un escudo impenetrable. Vale, eso fue con ayuda de la daga tirmiana. Pero puede que su poder evolucione hasta ahí. Val consiguió dar con nosotros en el desierto gracias a su visión, y yo... ¡Atravesé un muro, tío! ¡Fue flipante!
—Y yo conseguí que la tierra se partiera en pedazos clavando la espada en ella. —Daniel comenzó a considerar el plan de su hermano.
—¡Me alegro por todos ustedes! De verdad —exclamó Jonay, haciendo más evidente su acento canario—. Pero yo salto portales y vuelo solo... Bueno, puedo con un acompañante, pero... ¡casi me mato con dos en ese maldito desierto!
—Puede que sea porque nunca lo has intentado —siguió insistiendo Nico.
—¡¿Y quieres que pruebe ahora, con un montón de gente mirando y con el coche parado en seco?! Te recuerdo que la balsa ya estaba en movimiento.
—Eso podemos arreglarlo. —Nico sonrió de medio lado—. Mis botas te darán la fuerza de despegue que necesitas. Y cuando lo consigas, Érika nos hará invisibles.
—Creo que podría funcionar —asintió Daniel, orgulloso.
—¡¿Tú también?! Valeria, ¿quieres decirles a tus amigos que están chiflados?
Pero ella, de nuevo, estaba absorta en unos recuerdos que la torturaban, rememorando una y otra vez cómo Lidia le suplicaba que la soltase y cómo esta prefirió hundirse en el agua esperando rencontrarse con Kirko antes que regresar a casa con su familia. Aquella fatídica decisión había influido en la aparición de las brechas, en los continuos sismos que estaban padeciendo. Se preguntaba si su hermana conocía las consecuencias de aceptar a un ser oscuro en su vida. Se preguntaba si el amor era tan ciego que no vería el daño que estaba ocasionando esa elección. Y se preguntaba qué pasaría la próxima vez que la viese.
—Podemos intentarlo —se limitó a expresar sin más argumentos.
—Cariño, ¿estás bien? —Su padre la miró con rostro preocupado, y ella se limitó a asentir, gesto que no lo convenció en absoluto.
—Sigo pensando que esto es una bobería. Vamos a parecer dos idiotas intentando empujar un coche en medio de una cola kilométrica —expresó Jonay mientras bajaba del vehículo y se colocaba en la parte trasera.
—Será mejor que arranque y sujete el volante —le recomendó Daniel al señor Ramos—, por lo que pueda pasar...
Ambos guardianes se aferraron al maletero bajo la atenta mirada de Érika, que los observaba desde el cristal trasero. Nico puso sus botas en funcionamiento, caminando sin moverse del sitio. Jonay miraba receloso sus pies, hasta que estos se convirtieron en un borrón imperceptible. Había iniciado la carrera y conseguido una velocidad de vértigo; aun así, continuaba desconfiando de la idea de su amigo. Algunos conductores empezaron a increparlos. A sus oídos llegaban palabras como «imbéciles», «locos», y algunas más fuertes que decidió ignorar. Entonces, advirtió que el vehículo comenzaba a dar tumbos y que apenas conseguía mantenerse sujeto a él. Si no actuaba rápido, ¡el coche saldría despedido y terminaría arrollando a los vehículos delanteros! Percibió las gotas de sudor que se agolpaban en su frente y cómo el pulso se le aceleraba hasta terminar descontrolado. Tenía que concentrarse en el coche, tal y como había hecho con la barca en el río. Debía dejar fluir toda su energía y que esta envolviese el vehículo. Sin embargo, una voz profunda y visiblemente alterada lo obligó a girar levemente la cabeza hacia la izquierda.
—Pero ¡¿qué demonios estáis haciendo, idiotas?! —Un policía se había acercado hasta ellos debido al revuelo que estaban ocasionando mientras otro le pedía la documentación a Luis—. ¿No veis la que estáis armando? ¿Hasta dónde pensáis llegar empujando el coche? ¡¿Hasta Soria?!
—Jonay, lo que tengas que hacer, ¡hazlo ya! —le gritó Nico entre dientes—. Agente, estábamos comprobando que el motor no estuviese recalentado.
—¿Estáis tomándome el pelo? ¿Precisamente hoy, con lo que está pasando? —Con los brazos en jarra, blasfemó por lo bajo. Se aproximó aún más a ellos, alcanzando la altura de Nico. Miró sus pies y saltó hacia atrás, adoptando una postura defensiva—. Pero ¿qué leches es eso? ¡Vosotros dos, alejaos del vehículo! ¡Y usted, pare el motor y baje del coche!
Jonay chasqueó la lengua e intercambió una mirada de complicidad con Nico. No iban a abandonar ahora. No podían. Ignoraban lo que en ese momento estaría pensando el policía, pero ya era demasiado tarde para volver atrás. El guardián de Pan apretó los ojos con fuerza y centralizó todo su flujo energético en el Nissan rojo que tenía delante. Antes de que los policías pudieran intervenir, el vehículo levantó las ruedas delanteras y poco después desapareció del campo visual de quienes permanecían atentos a la escena.
Entonces, escuchó las ovaciones de los ocupantes del coche: Luis gritaba mientras golpeaba el volante, eufórico; Daniel parecía el animador número uno de un equipo de rugby; Valeria reía con desparpajo, soltando así toda la tensión acumulada, y Érika, con la caperuza puesta, mantenía los brazos abiertos, queriendo tocar con ambas manos los laterales del vehículo. Ni él mismo se creía lo que había logrado. ¡Estaban volando!
Giró la cabeza y descubrió el rostro aterrado de Nico, quien se sujetaba a la defensa como un cuadro a un clavo endeble mientras sus piernas ondeaban descontroladas de un lado para otro. Llegó hasta él sin soltar el coche y lo sostuvo por un brazo. Este se lo agradeció con una sonrisa nerviosa e intentó disfrutar de esa nueva sensación de libertad que ya experimentaba cuando corría, cuando se fundía con el viento. Pero en el aire era diferente, no poseía el control sobre sí mismo, y hacía que la adrenalina se le disparase hasta niveles insospechados. La lluvia empapaba su cara, apaciguando su ferviente nerviosismo. Quería reír, pero se atragantaba con su propia respiración. Al final, gritó, lanzando vítores que de alguna manera consiguieron relajarlo.
Volaban a baja altura, esquivando la copa de los árboles más altos y maniobrando entre los edificios. Desde