–Yo nunca habría hecho eso.
–Estoy segura de que solo habrías hecho lo que hubieras pensado mejor para tu hijo. ¿Pero cómo iba a saber yo lo que eso habría implicado? ¿Y si hubieras decidido que Jared estaba mejor contigo y que yo era una complicación? No tengo tanto dinero ni tantos contactos como tú para combatir en los tribunales. No podía correr ese riesgo –admitió ella con lágrimas en los ojos–. Temía que entregaras a mi hijo a rancias niñeras, que compraras su cariño con lujosos regalos, porque tú no tienes tiempo para dedicarle. Temía que lo enviaras a algún excelente internado en el extranjero, con la excusa de que era lo mejor para él, solo para que no te molestara. El embarazo de Jared no fue planeado. No es el fruto de un matrimonio dorado y ratificado por tu gente. No estaba segura de que pudieras amarlo de verdad.
Gavin se quedó callado un momento. No parecía enfadado, solo agotado, emocionalmente derrotado. Tenía el mismo aspecto que Jared cuando se pasaba todo un día sin dormir la siesta.
Sabine tuvo ganas de acariciarle la frente para borrar esa expresión de cansancio. Recordaba a la perfección el olor de su piel… a una embriagadora mezcla de jabón, cuero y hombre. Pero no podía hacer eso. La atracción que sentía por Gavin no había sido más que un inconveniente desde el principio. Y, por desgracia, los años no habían mermado su deseo en absoluto.
–No entiendo por qué piensas eso –dijo él tras un largo silencio.
–Porque es lo que te pasó a ti, Gavin –contestó ella con voz suave–. Y es la única manera que conoces de criar a un niño. Las niñeras y los internados son lo normal para ti. Tú mismo me contaste que tus padres nunca tenían tiempo para ti ni para tus hermanos. ¿Recuerdas cuando me contaste lo triste y solo que te sentiste cuando te mandaron al internado? ¿Quieres eso mismo para tu hijo? Yo no estaba dispuesta a entregártelo para que le dieras la misma infancia vacía que tú has tenido. No quería que lo criaran solo para ser el próximo dueño de Envíos Brooks Express.
–¿Y qué tiene eso de malo? –preguntó Gavin, furioso–. Hay cosas peores que crecer rodeado de dinero y convertirte en cabeza de una de las compañías más grandes del mundo, fundada por tu abuelo. A mí me parece peor crecer en la pobreza, en un pequeño apartamento, con ropas de segunda mano.
–¡Sus ropas no son de segunda mano! –se defendió ella, indignada–. No son de firma, pero tampoco son harapos. Sé lo que pensáis de nosotros, vosotros los poderosos. Pero aquí estamos bien. Es un vecindario tranquilo y hay un parque donde Jared puede jugar. Tiene comida y juguetes y, lo que es más importante, tiene todo el amor, la estabilidad y la atención que yo puedo darle.
Sabine no pudo evitar ponerse a la defensiva. No pensaba dejar que nadie le dijera que no estaba criando bien a su hijo.
–No tengo dudas de que estás haciendo un gran trabajo con Jared. ¿Pero por qué hacerlo tan difícil? Podrías tener una casa bonita en Manhattan. Podrías enviarlo a una de las mejores escuelas privadas de la ciudad. Podrías tener un buen coche y alguien que te ayudara a limpiar y cocinar. Yo me habría asegurado de que los dos tuvierais todo lo necesario… sin quitarte a Jared. No había razón para renunciar a una vida más cómoda.
–No he renunciado a nada –insistió ella. Sabía que todas aquellas comodidades de las que Gavin hablaba tenían un precio–. Nunca he tenido esas cosas, para empezar.
–¿Seguro que no has renunciado a nada? –replicó él, y la miró a los ojos–. ¿Qué me dices de la pintura? Durante estos años, no he visto ninguna exposición tuya. Tampoco he visto lienzos ni tu maletín de pinturas en el apartamento. Supongo que tu estudio ahora está ocupado por las cosas de Jared. ¿Dónde está todo tu material de pintura?
Sabine tragó saliva. En eso, Gavin tenía razón. Ella se había mudado a Nueva York para convertirse en pintora. Le apasionaba su trabajo y había empezado a tener éxito. Una galería hizo una exposición de sus cuadros y vendió algunos de ellos. Sin embargo, lo que podía sacar con eso no era suficiente para criar a un hijo. Por eso, sus prioridades habían cambiado. Los niños requerían tiempo, energía y dinero. Echaba de menos la creatividad en su vida, pero no lo lamentaba.
–Están en el armario –admitió ella con el ceño fruncido.
–¿Y cuándo fue la última vez que pintaste?
–El sábado –se apresuró a responder.
Gavin afiló la mirada con desconfianza.
–De acuerdo, estuve pintando con las manos con Jared –confesó ella, y bajó la vista–. Pero nos lo pasamos genial haciéndolo. Jared es lo más importante en el mundo para mí. Más importante que pintar.
–No deberías renunciar a una cosa que amas por otra.
–La vida es una cuestión de compromisos, Gavin. Tú también sabes lo que significa dejar de lado lo que amas para dar prioridad a tus obligaciones.
Él se puso rígido. Al parecer, los dos eran culpables de renunciar a sus sueños, aunque por diferentes razones. Sabine tenía un hijo al que criar. Gavin sobrellevaba el peso de las expectativas de su familia y tenía un imperio que dirigir. La presión de sus obligaciones se había interpuesto entre ellos cuando salían juntos.
Al ver que Gavin no decía nada, Sabine lo miró. Él tenía la vista puesta en la ventana, sus pensamientos estaban muy lejos de allí.
No tenía sentido estar en el mismo coche que él después de tanto tiempo, se dijo ella. Podía sentir la atracción que seguía latiendo entre ambos. Cuando había decidido dejarlo hacía años, le había resultado muy difícil. Solo habían salido juntos un mes y medio, pero cada minuto había sido especial y apasionado. Habían disfrutado juntos del sexo, sí, y habían hecho el amor bajo las estrellas, pero no había sido solo eso. Habían compartido comidas exóticas, debates políticos, visitas a museos, y habían hablado durante horas.
La chispa que había habido entre ellos casi había sido suficiente para hacerle olvidar a Sabine que ambos habían querido cosas diferentes de la vida. Y, aunque él se había mostrado encandilado por esas diferencias, ella había sabido que no duraría mucho. Había sido solo cuestión de tiempo que Gavin le hubiera pedido que cambiara. Y eso era algo que ella no estaba dispuesta a hacer. No se amoldaría para darle gusto a nadie. Había dejado su pequeño pueblo en Nebraska para irse a Nueva York y ser ella misma. No estaba dispuesta a ser una más de las mujeres de los Brooks.
Cuando Sabine había conocido a su familia, se había asustado hasta el tuétano. Se habían encontrado con los padres de él en un restaurante, pocos días después de que hubieran empezado a salir juntos. Su madre era poco más que un lujoso accesorio del brazo de su padre.
Por mucho que amara a Gavin, no quería terminar como ella. Y lo había amado. Pero se amaba más a sí misma. Y amaba más a Jared.
Sin embargo, estar a tan corta distancia de él le hizo sentir vulnerable. Llevaba demasiado tiempo desatendiendo sus necesidades sexuales.
–¿Qué hacemos ahora? –preguntó ella.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Gavin le tomó la mano. Su calidez la envolvió, haciendo que un delicioso escalofrío la recorriera. Solo con ese pequeño contacto, era capaz de derretirla… ¿Qué podría hacer con ella si se atreviera a besarla?
Al instante, Sabine se reprendió a sí misma por siquiera imaginar esa posibilidad. Ella lo había abandonado en el pasado por una buena razón. Necesitaba mantener las distancias. El único motivo por el que había ido a buscarla era Jared. Nada más.
Pero, cuando él le acarició la mano con el pulgar, ella recordó todo lo que se había negado a sí misma desde que había sido madre…
–Nos casaremos –contestó él con tono serio.
Gavin nunca le había pedido a ninguna mujer que se casara con él. Bueno,