–Duérmete, no pienso hacer nada con una borrachuela, para que te quedes dormida mientras estamos en ello.
Sabía por su tono que era broma, pero era verdad que estaba todavía algo mareada. Apreté su mano con la mía. Él me dio un beso en mi cabeza, y como una estúpida me quedé dormida con una sonrisa de oreja a oreja.
La mañana llegó en un suspiro, me desperté sobresaltada sin saber bien dónde me encontraba, miré su lado de la cama y no estaba, me estiré, cogí su almohada, olía a él, me abracé a ella y quise seguir durmiendo… ¡Hasta que me di cuenta que era su dormitorio! ¡Si Marisa subía me iba a pillar acostada en su cama!
Abrí la puerta, el pasillo estaba libre, estaba llegando a mi habitación cuando escuché unos pasos subiendo las escaleras, los nervios apenas me permitían abrirla, cada vez los escuchaba más cerca, y yo no atinaba, ¡al fin lo logré! me metí en mi habitación a toda prisa. ¡Uf! Quedé apoyada sobre la puerta intentando escuchar hacia dónde se dirigían las pisadas, pero dentro una voz me sobresaltó de una forma inesperada:
–¡Hola Sisí! ¿Dónde estabas?
¡Mierda! Marisa estaba dentro, limpiando y recogiendo mi cuarto.
–Buenos días Marisa, había bajado a tomar algo.
–¡Ah, bien! Pero cariño, no hace falta que hagas la cama, a mí no me cuesta ningún trabajo.
Miré hacia mi cama que estaba totalmente hecha, evidentemente porque no había dormido en ella, pero rápida le contesté:
–¿Cómo voy a dejar que tu hagas mi cama? De eso nada.
Ella seguía quitando el polvo de los muebles y me contestó:
–Bueno querida, haz lo que quieras. Tú hermano me dijo que se iba a terminar unos jardines con Fran, volverán un poco más tarde.
–¡Oh bien! Así podré dormir un poco más.
–¿Otra vez te vas a acostar?
¡Qué bocaza tenía, me iba a pillar de un modo u otro!
–¡No mujer, me refería abajo en la piscina! Si tú no me necesitas, por supuesto.
Ella sonrió.
–No querida, todo está controlado.
Escuché el piano de Alex sonando. ¡Joder, si me hubiese quedado allí, era él quien subía! ¡Es que no me salía ni una bien!
Sabía que mientras siguiese practicando no debía molestarlo y menos estando allí Marisa, así que me cambié y bajé a la piscina, cogí uno de mis libros súper románticos y me tumbé a soñar un ratito, la música de Alex sonaba suave aquella mañana, era el marco perfecto, un libro perfecto y un lugar perfecto, solamente faltaba a mi lado el hombre perfecto, que parecía ser más inalcanzable por momentos.
Al cabo de una hora, vi cómo Marisa salía hacía la compra. ¡Por fin estábamos solos! La música se había detenido, miré hacia su balcón, él estaba asomado, dio un silbido y me indicó con la mano para que subiese a la casa, cogí mi pareo y crucé el jardín en dos saltos, pero llegando a la puerta de la entrada, el motor de la furgoneta de mi padre sonaba justo a mis espaldas. ¡Oh no, mi hermano y Fran ya estaban de vuelta! Miré hacía el balcón, Alex no dejaba de reír mientras levantaba sus manos hacia el cielo y yo di un suspiro que se me escapó directamente desde el corazón. Ni en mis peores pesadillas podía imaginar un cúmulo de tanta mala suerte. ¿Sería nuestro destino no llegar a estar juntos?
Después del mediodía, mis inseparables estaban en la puerta tocando el claxon del coche, me esperaban para ir juntas a la playa.
Nosotros estábamos terminando de comer cuando las escuché, cogí una de las manzanas del frutero y le pregunté a los chicos:
–¿Vais a bajar a la playa?
Fran y Raúl dijeron que algo más tarde, pero a mí quien me interesaba era otro. Lo miré esperando su respuesta.
–No, yo no voy a poder, estoy terminando una pieza nueva y no puedo entretenerme.
Mi decepción era palpable, pero bueno, realmente lo importante para él en ese momento era su trabajo.
Y como tres lagartos nada más llegar nos tumbamos al sol. Miriam no podía aguantar su curiosidad y solo pasó un suspiro cuando se incorporó y con la voz algo más subidita de lo debido, me preguntó:
–¡¿Bueno, es que no vas a contar nada?!
Sin mirarla y con los ojos cerrados sonreí al escucharla, sabía que la curiosidad podía con ella.
–¿Y qué quieres que te cuente?
–¡Pues qué va a ser! Si llegó a pasar algo anoche.
Seguía tumbada en la arena.
–Sí claro, a las tres de la mañana y con una cogorza como su piano de grande, estaba la cosa como para mucho romanticismo.
Mónica seguía acostada con los ojos cerrados, se reía al escuchar mi respuesta.
–Pues yo no voy a ponértela mucho mejor para hoy tampoco.
Me incorporé y la miré.
–¿Por?
Se apoyó sobre sus brazos, incorporando un poco el cuerpo.
–Te iba a pedir si podía quedarme contigo esta noche, ha venido mi abuela y mis tíos con las dos gemelas, llevan todo el día llorando y me va a tocar dormir en el suelo con las niñas. ¡Anda, porfa, mañana se van, solo será esta noche!
–No lo sé, tendremos que preguntárselo a los chicos yo no soy quién para decirte si puedes o no, pero ¿por qué no vas a casa de Miriam? –Le dije pensando que de ese modo desaparecía de nuevo cualquier oportunidad que pudiese surgir.
–¡Sí claro, la última vez sus hermanos intentaron quemarme y cortarme el pelo, de eso nada, prefiero dormir en el suelo con las gemelas!
Vamos, no es que me hiciera ninguna gracia, tenía pensado intentar una nueva escapadilla aquella noche, pero con ella en mi habitación era demasiado hasta para mí y al final accedí:
–De acuerdo, luego se lo preguntaré a Fran cuando venga.
Por su puesto que nada más decírselo el muchacho aceptó, estaba loquito por Mónica. ¡Pero, que yo no tenía ningunas ganas, debía de “constar en acta” o por lo menos que alguien lo supiese!
Llegamos a la casa bien entrada la tarde, Marisa había preparado la mesa para la cena en el jardín, todo estaba precioso, ojalá en esa mesa no hubiese más que dos cubiertos, pero no, estaba puesta para todos, incluso para mis amigas, disimuladamente le pregunté por Alex, pero me respondió que él estaba en el gimnasio. ¡Otro día que se escapaba y nosotros no encontrábamos el momento!
Menos mal que cuando volvió por lo menos cenamos juntos, se me hacía insoportable el tiempo que pasaba sin verlo o por lo menos escuchándolo, su música se estaba metiendo en mi sangre, y era un modo de sentirlo conmigo. Los chicos sacaron unos juegos de mesa y él participó con nosotros, nos reímos e incluso un par de veces que mi hermano se despistó pudimos hasta besarnos.
Pasada la una decidimos acostarnos, aproveché un segundo que mi amiga entraba en el baño para asomarme a la ventana. Él estaba en su balcón fumando un cigarro, gesto que me llamó mucho la atención.
–¡No me lo puedo creer! ¡El intachable