–¿Y? ¿Vendrías entonces a salvarme?
Tomó otra calada de su cigarro y sin querer mirarme me dijo:
–Sisí déjate de bromas, no saques tanto el cuerpo.
Hice la tonta un poco como si fuese a caerme, él dio un saltó alargando sus brazos. Pero la distancia era mucha, no podía alcanzarme, aunque hubiese querido. Entonces, algo apenada, le dije:
–Así de lejos me siento de ti. Es como si casi pudiera tocarte, pero sé que no lo voy a lograr nunca.
–No digas eso, tarde o temprano lo conseguiremos, además tenemos toda la vida para estar juntos.
–¡Toda la vida! –Le contesté– Te vas en un par de semanas y seguramente no volveremos a vernos más si tu carrera despega, tal y como quiere tu abuelo, no creo que vuelvas por aquí nunca más.
–No te anticipes, ya verás cómo encontramos una solución.
Metiéndome dentro de la habitación le contesté:
–No sé qué solución ves tú, yo no veo ninguna.
–Hasta mañana, mujer de poca fe.
Sonreí al escucharlo, me asomé de nuevo y le lancé un beso desde la ventana.
Él me dijo en voz baja:
–Ven y dámelo en persona.
Escuchamos a mi amiga hablando, salía del baño y seguía con la conversación que había dejado suspendida cuando entró.
Muy bajito le contesté:
–¡Ojalá!
No sé a qué hora pude quedarme dormida, Mónica no dejaba de hablar sobre quién le gustaba más si Fran o mi hermano y ciento de cosas más, pero mi mente estaba muy lejos de allí como para hacerle caso. Tan lejos como dos puertas contiguas a la mía.
Serían las nueve de la mañana cuando bajé a la cocina para tomar un poco de café, Alex estaba ya desayunando, nada más verlo miré a un lado y a otro, al ver que no había nadie fui directa hasta él y le planté un besazo en toda la boca, él me abrazó por la cintura y me preguntó:
–Buenos días cielo, ¿has dormido bien?
–Regular, he pasado toda la noche pensando en ti.
Volvió a besarme, pero escuchamos un ruido y enseguida nos separamos. Me puse un poco de café en mi taza mientras él siguió untándose mermelada en su tostada.
–¿La pesada de tu amiga todavía está durmiendo?
–No, se ha ido con los chicos, esta mañana iban a recoger a Miriam para ir a Marbella, la última casa donde van esta mañana está ahora vacía y comerán allí los cuatro –mientras seguíamos desayunando le pregunté: ¿Y Marisa?, ¿qué raro que no ande por aquí, ya está arreglando las habitaciones de arriba?
Él sin levantar los ojos de su café me contestó:
–No, ha ido a Málaga, tenían que hacerle unas pruebas a su sobrina y seguramente estará todo el día en el hospital.
Ambos nos quedamos en silencio, levantamos los ojos de nuestros desayunos y nos miramos y como si lo hubiésemos ensayado, dijimos los dos a la vez:
–¡Estamos solos!
Con la voz algo excitada Alex me dijo:
–¡Tenemos toda la mañana, para nosotros!
Y como si nuestros cuerpos fueran atraídos por un imán, corrimos a abrazarnos y besarnos, él sacó la camiseta de mi pijama por mi cabeza y yo hice lo mismo con la suya. Con torpes movimientos sin dejar de besarnos y sin dejar de abrazarnos y tocarnos me subió sobre la encimera, a través de nuestros pantalones podíamos sentir nuestros sexos. Como pude, sin separar mis labios de los suyos, le pedí:
–¡Por favor vamos arriba, aquí no!
Tardamos una eternidad en llegar a la planta de arriba, nos besamos en cada escalón de la escalera, nos estrellamos contra la pared del fondo del pasillo, atinamos a quitarnos los pantalones al llegar a la parte alta de la escalera, me cogió en brazos y casi en una carrera me llevó hasta su habitación.
–Alex, ahora sin prisas, quiero recordar hasta el último segundo.
Sonrió y cubrió mi cuerpo con el suyo.
–Te quiero Sisí y no vas a tener que recordarlo, porque esto va a ser así para siempre, llevo enamorado de ti desde que era un niño. –Volvió a besarme–. Has sido todos mis sueños de adolescente, no puedo creerme que hoy estés aquí, en mi cama y que se vayan a hacer realidad todas mis fantasías.
Acaricié su pelo, no podía dejar de sonreír, todo me parecía un sueño, él me confesaba que me había amado desde siempre, igual que me había sucedido a mí.
–Creía que no me hablabas porque no te gustaba, pensé que por tu dinero te creías superior a mí.
–Nada más lejos de la realidad, no me atrevía a hablarte porque pensaba que jamás te fijarías en mí, eras el ser más bonito que había visto en mi vida y esto era algo impensable, pero soñaba con pasar los veranos aquí solo con la esperanza de volver a verte, solamente con eso me conformaba. Y ahora estas aquí, entre mis brazos, me dices que no corra, no te preocupes tengo que paladear cada uno de estos instantes, llevo imaginándomelos toda la vida.
Sus manos acariciaban mi cuerpo, sus labios saboreaban los míos, le entregué mi alma y él a mí la suya. No sabía qué ocurriría en una semana cuando se fuese de mi vida, pero no podía ignorar lo que sentía en ese momento; necesitaba amarlo y sentirlo en mí, era mi despertar al amor y aquella vez lo iba a hacer a lo grande, con un hombre al que adoraba.
En su equipo de música sonaba una suave pieza al piano, la brisa de la mañana mecía las cortinas de su balcón y su agradable olor a jabón hacía el marco perfecto para recordar ese momento por el resto de todos los días de mi vida.
Sentía cómo su piel rozaba la mía, cómo sus manos atrapaban con suavidad mis pechos y cómo en cada uno de nuestros movimientos su sexo acariciaba el mío, la excitación crecía por segundos y no podíamos separar nuestros labios ni un solo momento. Me miró a los ojos y con su aterciopelada voz me dijo:
–¿Estás preparada para mí?
Nunca había estado más preparada para nada en el mundo y simplemente le sonreí. Desgarró el pequeño sobrecito del preservativo, erguido delante de mí, se lo colocó; me avergoncé al verlo, aunque me había criado entre hombres, nunca había visto un pene tan en “vivo y directo”, totalmente erecto me tomó entre sus brazos y fui sintiendo cada centímetro de su piel dentro de mí. Los ojos se me entornaban hasta llegar a cerrarse al sentirlo totalmente mío, su voz era suave, muy cerca de mi oído me musitaba palabras de amor. Con fuerza agarró mi muslo para poder estar aún más en mí. Agarrada a su espalda bajé mis manos hasta sus caderas, sus movimientos eran rápidos, pero sin ansias, ambos queríamos disfrutar el momento hasta que nuestro deseo fue tanto, que necesitamos liberarnos. Ahora era yo la que se movía con fuerza, deseaba sentir el éxtasis que me producía su cuerpo, cuando llegamos al clímax necesité gritar su nombre.
Cayó a un lado de la cama, totalmente exhausto, apenas podíamos hablar, nos abrazamos intentando recuperar nuestras fuerzas antes de seguir amándonos. Tras unos momentos en silencio, él paseaba su mano por mi hombro, teníamos nuestra otra mano unida con los dedos entrelazados. Sus manos se veían tan grandes al lado de las mías. Estaba sumida en mis pensamientos cuando escuché su voz:
–Vas a ser una gran cirujana, tienes las manos pequeñas pero tus dedos son finos y ágiles. ¿En qué te gustaría especializarte?
Sonreía mientras lo escuchaba y miraba nuestras manos unidas.
–Voy a ser traumatóloga. –Soltó una carcajada, me sorprendió mucho su reacción–. ¡Oye! ¿Por qué te ríes? ¿No crees que pueda ser