Sonrió y apoyó su cara en su mano, comenzó a rozar mis labios con los dedos de su otra mano y me preguntó:
–¿De verdad quieres que ahora nos pongamos a hablar? Mira, “la noche está para bailar un reggaetón suave”.
Di una risotada al escucharlo. Sin duda había estado escuchando el tipo de música que él “pensaba” que a mí me gustaba, a la vez que me demostraba que no era tan listo como me parecía.
–¡Es lento, “enterao”! ¡“Vamos a bailar un reggaetón lento”!! –Lo miré sin poder dejar de reír y él me devolvió la sonrisa sabiendo que había comprendido su broma. ¡Hombre no, claro que no quería hablar! Pero la cosa no iba a ser llegar y topar. Además, ese no era el momento, ni el lugar, ya había tenido “un aquí te pillo, aquí te mato” en una excursión buscando bichos para la clase de biología y antes de dos minutos mi virginidad a hacer puñetas, desde luego que no iba a pasar por un polvo rápido esta vez y a volver a no enterarme de nada. Al ver que no le contestaba insistió–: ¿O acaso es que no te gusto?
Miré su cara, así de cerca con esa suave luz y sus ojos interrogándome curiosos de mi respuesta le contesté:
–Alex, me gustas y mucho, pero es que no quiero hacerlo aún, y mucho menos así. Ya tuve una mala experiencia, no quiero volver a pasar por aquello, además puede pasar cualquiera y esto no es en lo que yo había pensado contigo.
Él sonrió y rozando mis labios con los suyos, me preguntó:
–¿Entonces tú también habías soñado con este momento?
–¡Alex! – Me avergoncé un poco y sonreí, él me miró haciéndose el falso sorprendido.
–¡Espera, aclárame una cosa! ¿Alex? ¿Ahora me llamo Alex? Nunca nadie me había llamado así.
Pasé mis dedos por su pelo y le contesté:
–Es que Alejandro me parece muy serio, algo así como de hombre mayor, para mí siempre has sido Alex, ¿te molesta?
–No, me encanta como suena de tus labios, será algo tuyo y mío, la primera cosa que tenemos nuestra.
Me gustaba. ¡Oh sí Dios mío, ese hombre me gustaba y mucho!
Volvimos a besarnos, pero tal y como podía esperarse de él, respetó mis deseos, y de un par de roces, un poquito subiditos de tono, no pasamos.
Comenzamos a vernos, aunque siempre que pasaba a recogerme lo hacía un par de calles más abajo de donde yo vivía. Le había puesto a Alex la excusa que si mi padre o mi hermano nos veía juntos no me dejarían salir con él, le repetía que éramos de mundos diferentes y a ellos no le agradaría la idea. Pero la verdad era que, aunque nuestras familias no hubiesen dicho nada al enterarse yo sabía que de un modo u otro yo no encajaría, solamente era la hija de un hombre modesto intentando luchar para salir adelante, mientras ellos cerraban contratos millonarios para una gira por los principales teatros y liceos del mundo. Así que en las contadas ocasiones que me detenía a pensarlo me regañaba, sabía que solo eran excusas, era yo quien entendía que apenas era eso, una aventura para él, un mero entretenimiento de verano, y que ese era el motivo por el que no quería que mi familia se enterase. ¡Pero es que me gustaba tanto!, ¡era tan especial conmigo! No quería ni insinuar que algo me gustaba delante de él, porque antes de terminar de hablar ya lo tenía. Regalos que luego eran imposibles de explicar de dónde habían salido esos carísimos caprichos y que siempre andaba escondiendo. Sus atenciones conmigo eran geniales, pero todas esas cosas no significaban nada; era él quien de verdad me conquistaba a cada momento. Todo, era capaz de dármelo todo, pero siempre con una restricción, el tiempo que podíamos pasar juntos.
Por el día él permanecía horas y horas practicando su música, sino estaba en su casa, lo pasaba en el gimnasio. Según su abuelo, eran tan importantes sus concentraciones, como su preparación física o su descanso, tenía que estar totalmente listo para el desgaste que surgía de las largas horas al piano. Todo eso y su manía de no usar teléfono me impedían hacerle llegar mensajes o llamadas y ya no hablemos de su casa, allí sí que era misión imposible, no podía ser molestado por nadie, tenía totalmente prohibidas las llamadas y las visitas, y pasaban días enteros sin poder comunicarnos. Solo me llamaba cuando el viejo estaba fuera o se acostaba temprano. Eso sí, los lunes, dijese lo que dijese mi padre, yo no faltaba para arreglar las plantas de su jardín, aunque solo fuese para vernos durante un ratito a escondidas.
No sabía si realmente esa situación nos era conveniente o no, pero tampoco le pedía más, lo cierto es que así evitábamos dar explicaciones sobre nuestra relación a ambas familias y era el único modo de poder mantenerlo un poco más en mi vida.
Ya nos encontrábamos a finales de agosto, cuando un domingo por la noche recibimos en casa una llamada del hermano de mi padre. Mi tío lo avisaba que lo ingresaban de urgencias en el hospital de Córdoba, tenían que hacerle una operación de corazón de inmediato, era su único hermano y estaba solo, no tenía más remedio que ir con él.
Así que el lunes nos levantamos mucho más temprano de lo habitual, mi padre quería dejar arreglados los sitios más complicados, para que mi hermano y yo tuviésemos que atender solamente los riegos y las limpiezas de las piscinas durante la semana que él pasaría fuera. Ya a última hora de la mañana llegamos a casa de los Grajal. En la misma entrada, el abuelo de mi adorado pianista veía cómo su chófer, ayudado por sus nietos, metían las maletas en su coche, creí morirme, ¿se iría así, sin despedirse de mí?
Mi padre bajó de la furgoneta y fue hacia él saludándolo.
–¡Buenas tardes, Constantino ¿no me diga que ya se van?!
Él hombre saludó a mi padre y le contestó:
–No, solamente me voy yo, tengo una reunión con los agentes de mi nieto, vamos a ultimar los flecos pendientes del contrato para la gira, si todo sale bien en un par de semanas sí nos marcharemos.
Aunque suspiré de alivio al ver que no se marchaba, sus palabras cayeron sobre mí como jarro de agua helada. Sabía que tarde o temprano tendría que irse, pero no me hacía a la idea de que el tiempo había pasado tan rápido y que sería pronto cuando mi corazón se rompería en mil pedazos.
–Dime muchacho, ¿cómo siendo un contrato para ti, no lo acompañas? –le comentó mmi padre a Alex.
Su abuelo no lo dejó hablar y continuó con la conversación:
–No, prefiero que siga concentrado en su música, los negocios son cosa mía, de camino necesito que le eche un ojo a este trasto de Fran –dijo tocando el pelo de su nieto pequeño.
–Yo también salgo esta tarde para Córdoba –le comentó mi padre–. Mañana operan a mi hermano del corazón y no me queda más remedio que ir a acompañarlo. Me voy, pero con la intranquilidad de dejarlos a ellos solos, yo no tengo quien vigile a mis dos “trastos”, como usted dice.
Ellos sonrieron, pues no era más que una broma; de pronto Fran, que por el contrario, le pareció una idea excelente, se le encendió una bombilla:
–Abuelo ¿por qué no les dejas quedarse en casa? Marisa puede atendernos de sobra a los cuatro y así todos estaremos vigilados.
Mi padre se echó a reír pareciéndole absurda la idea. Pero Alex y yo nos miramos, pensando a la vez que era nuestra oportunidad de estar juntos unos últimos días.
Él entró en la conversación enseguida, aunque con aire de importarle poco, metió las manos en sus bolsillos y le dijo a mi padre:
–No se crea, no es tan mala la idea, habitaciones hay de sobra en la casa y si mi hermano tiene algo que hacer, seguro que me dejará en paz y podré terminar de prepararme para la gira.
Su abuelo lo miró y sorprendentemente le dio la razón:
–No es un mal razonamiento, si Fran no está rondando detrás de su hermano seguro que en esta