En aquel momento cogió la toalla sin perder su sonrisa, se alejó de mí, y sin volverse a mirarme me dijo:
–Bueno, tampoco ha sido tan bueno. Tendremos que seguir practicando para intentar mejorarlo, ¿te parece bien que volvamos a probar este sábado?
No le contesté, lo mismo que una boba me quedé de pie, sujetándome a la mesa para no caerme, toda mojada por el roce de su cuerpo con el mío, y viendo cómo de nuevo entraba en su casa y se perdía dentro. ¡Pero bueno! ¿Qué había sido del tímido y retraído Alejandro Grajal? ¿Dónde estaba? Y por favor que nadie lo devolviese. ¡Yo me quedaba con el nuevo sin pensármelo dos veces!
En pocos minutos su piano volvía a sonar con una fuerza atronadora.
Todavía estaba intentando reponerme cuando escuché a nuestros hermanos hablando entre risas y bromas. Al llegar a mi altura, empezaron a quitarse las camisetas, Raúl no tardó en llamarme:
–¡Sisí, ven a bañarte a la piscina con nosotros, su abuelo nos ha dado permiso!
Me volví al escucharlos, a la vez que el silbido tan fuerte que pegó Fran al verme me ensordeció. Estaba totalmente empapada por el roce de su cuerpo con el mío, y menos mal que llevaba el biquini debajo porque se transparentaba todo.
–¡Creo que a tu hermana no le hace falta, ya está bastante fresquita! ¿Qué te ha pasado? ¿Hay por aquí un concurso de camisetas mojadas y no nos hemos enterado? – Ambos empezaron a reírse, yo me cubrí toda avergonzada. Pero me sentía tan feliz que no podía dejar de sonreír. Ellos se alejaron hacia la piscina. Raúl miró hacia el balcón, desde donde de nuevo salía la tronante música de su piano.
–¡Joder con tu hermano, debe de estar destrozándose los dedos! No lo había escuchado nunca tocar con esas ganas.
Fran alzó la mirada y le respondió:
–Pues por cómo suena, debe estar contento por algo, no toca esa pieza nada más que cuando algo bueno le pasa.
Sonreí al escucharlo, ¡quizás tocaba con esas ganas por mí! Bajé mis pantalones y saqué mi camiseta, corrí hacia el filo de la piscina donde estaban los muchachos abstraídos por su conversación, empujándoles a los dos en mi carrera y cayendo juntos.
Durante un buen rato estuvimos riendo y luchando en el agua, eso sí, al compás de aquella música del piano que lo envolvía todo. Ya había pasado casi una hora cuando escuchamos cómo mi padre venía acompañado del viejo Señor Grajal, llegaron hasta la piscina y entonces él llamó nuestra atención:
–¡Venga chicos, salid ya, nos vamos!
Ellos seguían hablando sobre unas mejoras que se podían hacer en el jardín, cuando la música dejó de sonar, miré hacia el balcón donde Alex solía asomarse y allí estaba de nuevo.
Muy a lo “Bob Derek” intenté salir del agua para que él pudiese recrearse en mí, pero al subir el último escalón, mi hermano y Fran me pegaron un pelotazo en toda la cabeza haciendo desaparecer todo el “glamour” del momento y yo, lejos de recordar que me estaba mirando, me tiré como una bestia sobre ellos empezando de nuevo otra de nuestras peleas, aunque en cuanto me acordé miré hacia el balcón y allí estaba aún, sin dejar de sonreír y pendiente a nuestros juegos.
¡Menuda mujer de mundo! Debí parecerle una niña pequeña, con mis trenzas destrozadas y aquel biquini de corazoncitos rosa.
La semana fue pasando y aunque Raúl y Fran se veían prácticamente a diario, yo no había vuelto a tener noticias de mi pianista. Sobre todo, ese sábado había esperado con impaciencia algún mensaje o alguna llamada de él, pero en vista que no recibí nada, al final decidí quedar con mis amigas a tomar unos tacos frente al puerto. Ya llevábamos un rato cenando cuando mi hermano me mandó un whatsapp.
¿Dónde estáis?
En la taquería.
Estamos en la placita, ¿nos vemos en la disco?
Ok.
–¿Quién es? – Me preguntó Miriam.
–Es mi hermano.
–¿Va a venir?
–No, me ha preguntado si nos vemos luego en la discoteca.
–¿Sabes si ha quedado con Fran?
Mis amigas estaban locas por ellos, mi hermano, aunque estuviese feo que yo lo reconociera, era guapo y simpático como él solo y aunque Fran era tan abierto como Raúl, el dinero de su familia lo hacía atractivo a rabiar para las chicas.
–No lo sé Mónica, seguramente; últimamente son inseparables.
–Le has dicho que sí, ¿verdad? ¡Que nos vemos dentro!
–Sí, pesadas.
–No sé porque te emocionas tanto, no hay nada más que ver como Fran la mira, está claro que tenemos poco que hacer con él –dijo la “enterá” de Miriam.
Mónica me miró con los ojos como platos.
–Sisí, ¿a ti también te gusta Fran? No habías dicho nada.
Terminé de dar un sorbo a mi “coca” y le contesté sin poder ocultar mi sonrisa:
–A mí me gustan más mayores, a Fran y sobre todo a mi hermano Raúl os lo dejo para vosotras solitas.
Las dos me miraron algo intrigadas y de pronto aquello se convirtió en un interrogatorio en toda regla. Me había callado lo ocurrido en el chalet porque me daba un poco de vergüenza decirles lo sucedido, ya me tenían bastante fichada por “ligerilla de cascos” y no solo por mi aventura durante el curso con Carlos, un “ex amigo” de todas, sino por el goteo ininterrumpido de mi lista de conquistas no demasiado afortunadas. Estaba segura que en cuanto les contara lo sucedido aquel lunes, empezarían a reprocharme de nuevo lo de haber sido tan confiada otra vez; pero me moría de ganas por darles pelos y señales de todo, así que entre el “griterío” de las dos y mi risa nerviosa, pude contarles lo que me había pasado con el mayor de los Grajal aquella semana.
En cuanto terminamos de cenar nos fuimos a bailar, nada más entrar vi a mi hermano, estaba sentado con Fran y otros amigos. Había tanta gente que costaba trabajo llegar hasta ellos, de pronto noté cómo alguien me cogía desde atrás por la cintura y me daba un beso en la cara, me volví pensando que era algún amigo cuando para la mayor de mis alegrías vi que era Alex.
–¿Qué haces tú aquí? –Dije, sin poder disimular la sonrisa que se dibujó en mis labios al verlo.
–Quedamos en vernos hoy, ¿no lo recuerdas? ¡Ven, salgamos fuera! –Cogió mi mano e hizo el intento de sacarme de todo ese bullicio.
–¡Espera, espera un momento! Tengo que avisar a mis amigas, si no creerán que me han secuestrado. –Por señas les indiqué que salía fuera, ellas apenas me prestaron atención, estaban más pendientes de la mesa de los chicos que de mí. Pero mi hermano se dio cuenta y con su dedo pulgar levantado me indicó que todo estaba bien.
Salimos hacia la calle, él seguía llevándome de la mano. Sentía la suya caliente y suave, tenía unas manos muy cuidadas, sus dedos eran largos y finos pero fuertes. Anduvimos unos metros en silencio y al llegar hasta el muro que separa la playa del paseo dio un salto entrando en la arena.
–¡Ven! – Dijo de nuevo, ofreciéndome su mano para que yo hiciera lo mismo.
–¡Estás loco! llevo mis zapatos nuevos.
–¡Pues quítatelos! No sé cómo podéis andar con esos tacones, ¿qué miden quince, dieciocho centímetros?
–¡Otro como mi padre! pero bueno ¿acaso os lo tenéis que poner vosotros para molestaros tanto que yo los lleve? ¡Además con esta minifalda no puedo levantar las piernas sin que se me vea todo!
Ni corto ni perezoso desde el otro lado del pequeño muro que nos