La visita a Mónaco fue muy entretenida. La ciudad estaba patas arriba por la preparación de la Fórmula 1 que tendría lugar del 26 al 29 de mayo, y nosotros llegamos el 22. Estaba plagada de camiones tráiler descargando toda la parafernalia de los coches, las gradas, las barreras, los neumáticos que ponen en las curvas, etc. Era curioso ver las gradas de varios pisos como telón de fondo de los barcos amarrados en el puerto, porque el circuito pasa por la misma calle de los pantalanes. Los navegantes padecían las estrecheces con resignación. La ciudad vieja está en lo alto de un risco al que nos costó bastante subir en bici. Para ir de un puerto al otro hay un túnel que atraviesa ese risco sin padecer el desnivel. Allí arriba está la catedral y el palacio del Príncipe, y veías debajo de ti todo el principado donde casi todas las casas tenían en las azoteas jardines y hasta piscinas. Visto desde arriba aquello parecía un bosque a la altura de los últimos pisos. Nos acercamos a la entrada del casino de Monte Carlo solo por curiosidad. No entraba en nuestros planes probar suerte en el juego, bastante la estábamos probando ya en el mar. Queríamos solo ver el ambiente. Y lo que vimos Nacho y yo fue una prolongación de la presuntuosidad de los muelles. Coches de los que ponen en aprietos hasta a un millonario, de seis ceros en el talonario, aparcados en la puerta, lechuguinos y porteros de librea. Un padre con aspecto indio se acercó temeroso a uno de los botones uniformados para pedir permiso para hacerse una foto con su hijito delante de un Porsche. Aquello le impresionaba tanto que creyó necesitar permiso para hacérsela. El casino funciona con el sistema del “viático” que es como dar la extremaunción al que ha perdido mucho en sus salas: se le prohíbe volver a entrar definitivamente. Y para garantizarlo utilizan complejos sistemas informáticos pero también a la antigua, expertos fisonomistas, algunos de los cuales se afirma que pueden reconocer hasta 50.000 caras. ¿Será verdad?
De vuelta al barco nos hicimos con las minibicis el circuito de la Fórmula 1, un recorrido sorprendente al pensar que pocos días después lo recorrerían coches a doscientos por hora. Y ya cerca del puerto de Cap d’Ail, entre este y el de Fontvieille, nos encantó un jardincito con fuentes y parque infantiles, muy cerca del helipuerto que está construido en una especie de terraza ganada al mar. En resumen, una visita muy aleccionadora.
Dormimos bien allí dentro a pesar del mistral que, efectivamente, se levantó por la tarde, pues la marina está al socaire del Continente y bien protegida del Noroeste. A última hora, cuando la gasolinera ya había cerrado, un megayate entró y se amarró en el pantalán de la gasolinera. Nos pareció raro que un millonario usara este truco tan típico de los transmundistas para ahorrarse una noche, diciendo que necesitas repostar pero que llegaste tarde y que te irás en cuanto compres la gasolina por la mañana. Pues fue verdad: a primera hora del día siguiente llegó un camión cisterna y le estuvo sirviendo durante dos horas, como nos había dicho Tomás, el gasolinero. Cuando más adelante me dijeron lo que paga uno de estos megayates por una noche (rondando los 1.300 euros) lo entendí perfectamente. El día siguiente Nacho y yo esperábamos entrar en Italia si nos lo permitiera el mistral, pues había previsiones discordantes. Queríamos llegar a la isla Gallinara, que aunque es privada parece ser que se toleraba la pernocta en su puertecito. Todo iba a depender de la meteorología.
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