Cannes (43º 32,53’ N; 7º 1,33’ E) se sitúa al fondo de un gran golfo, el de La Napoule, y después de rebasar las Islas Lèrins, un archipiélago de dos islas que iríamos a conocer el día siguiente. Trece kilómetros al Norte se sitúa la ciudad de Grasse, la capital mundial del perfume, y cuando sopla el viento del Norte dicen que se siente en el aire el aroma perfumado. En una pequeña rada se localizan sus dos puertos principales, el Vieux Port al Oeste en pleno centro urbano, y el Port Pierre-Canto al Este, más alejado del centro y junto al casino, separados por media milla. Hay un tercer puertecito, el de La Croisette o de Palm Beach, pegado al Pierre-Canto, pero no tiene atraques para visitantes y solo cala 1-2 metros. Es sorprendente la multitud de ferris y megayates que están fondeados en la entrada a los puertos de Cannes. La ciudad está de moda y más esa semana que se celebraba el festival de cine, pero sus puertos son realmente pequeños y con poco calado. El Vieux Port tiene 4-5 metros máximo en la zona central dragada, pero 1,5 metros al fondo de la dársena, y el Port Pierre-Canto es enano y está abarrotado. Además a estribor de la entrada al Vieux Port hay una zona de bajos fondos (1,5 a 2 metros) aunque bien balizada. Por todo ello los ferris y megayates se ven obligados a fondear fuera y desembarcan a los pasajeros en los botes salvavidas, haciendo largas colas en los muelles.
Al acercarnos a Cannes vimos a un kitesurfista que no conseguía arrancar a planear y se estaba dejando derivar con el viento y la corriente, acercándose a la zona peligrosa de la entrada y salida del tráfico portuario. Estas zonas siempre son peligrosas pero más en Cannes, con un tráfico tan intenso de megayates, vedettes que llevan a las Islas Lèrins y a las escaleras de desembarco de los ferris, que hay normas especiales de tráfico y por ejemplo los veleros no tienen preferencia sobre los barcos de motor en las aproximaciones al puerto, algo atípico pues siempre es lo contrario. Esas normas especiales las resume la Guía Imray en 10 puntos, que abarcan desde velocidades máximas en cada franja, acceso a las playas y a los fondeaderos de las Islas Lèrins, zonas de fondeo prohibido o reglamentado, etc. Nos acercamos al del kitesurf para ayudarle pero nos hizo la señal de que todo iba bien, un redondel con el índice y el pulgar, pero ya ya. Nos quedamos cerca mirándole y seguía derivando descaradamente sin conseguir salir del agua, hasta que finalmente se acercó una Zodiac a ayudarle y le recogió con su tabla.
Pedimos plaza por la radio en el Vieux Port, el más céntrico, y tuvimos la suerte de que pese al festival de cine que lo tenía todo abarrotado (al llegar no sabíamos que era la semana del festival) sí tuvieran sitio para nuestro barquito y además por un precio módico (15 euros). Nos asignaron la plaza por la radio, pero antes de buscarla nos recorrimos el puerto para ver el espectáculo de megayates, muchos de los cuales tenían hasta helipuerto. Entre nuestro amarre y la capitanía teníamos que atravesar la zona de carpas y tiendas con todo el merchandising del festival, azafatas monas uniformadas con preciosos envoltorios, vigilantes de seguridad forzudos y, cosa curiosa, una alfombra roja cubriendo todo el suelo. Para sentirnos importantes, aunque con nuestra pinta de todo el día navegando llamábamos la atención entre tanto fino. Las medidas de seguridad eran impresionantes, hasta con militares grandullones en las calles, de esos con aspecto de disparar a todo lo que se mueve. Cuando le pedí al de capitanía que me guardase los frigolines en el congelador lo dudó un rato, los miró con los ojos como el dos de oros, intentó abrir uno de ellos para ver su contenido (es imposible, porque están sellados) y finalmente renunció y me acabó diciendo si no llevarían explosivos... Aunque finalmente se los quedó. Seguíamos usando los frigolines porque durante el día la neverita nueva no podíamos enchufarla porque nos agotaba la batería. La marina y la capitanía estaban protegidas por puertas con cierre electrónico. Pero las tarjetas para acceder a los pantalanes y los aseos e instalaciones comunes, muy chulitas con su código bidi sin contacto, no funcionaban, y terminé haciéndome amigo del vigilante de seguridad que las abría a distancia por un interfono, de tanto llamarle. El bloque de los aseos, en la planta baja de la capitanía, era pequeño para la cantidad de visitantes y olía mal, no sé si en otra época fuera del festival de cine sería distinto. Las duchas eran también con una ficha o “jeton” de un euro y medio que duraba 10 minutos. Este sistema de las fichas era un lío añadido para nosotros, porque los venden en la capitanía y si no estás ocurrente y llegas al barco cuando ya ha cerrado te quedas sin ducha hasta el día siguiente.
En la capitanía aproveché para algunas gestiones improvisadas. Por un lado me informé del puertito de la Isla de San Honorato (Saint-Honorat), la del Sur de las Islas Lèrins (43º 30,57’ N; 7º 2,82’ E). Está situado en el canal que la separa de la isla del Norte, Santa Margarita (Sainte-Marguérite) y oficialmente se llama Port des Moines (Puerto de los Monjes) porque la isla está ocupada en su totalidad por un monasterio. Según la Guía Imray tenía 1,5 metros en la entrada y “1 metro de calado y menos” en el interior. En capitanía me dijeron que ahora tiene 80 cm de calado y que puedes entrar y, si hay sitio libre, quedarte a pasar la noche y que es gratuito. Lo vi un poco justo para nuestro calado de 70 cm con la orza subida, ya que si entrase ola o cualquier otro barco la produjese, fijo que en el seno de la ola nos clavábamos en el fondo. Dejamos la decisión de entrar o no para el día siguiente. Y por otro lado me informé de la meteorología en Italia. Estando en las oficinas apareció un uniformado que parecía venir de un buque de la armada: pantalón azul oscuro, camisa blanca inmaculada, corbata bordada, galones sobre los hombros, gorra de plato con galleta, etc. Como hablaba italiano me dirigí a él. Enseguida me dijo que era solo el capitán de uno de los megayates, pero que les dan ese uniforme yo creo que para aparentar. Yo quería conseguir una planilla donde apuntar la meteorología, que en Italia dan cantando números como en un bingo, ya os lo contaré. Hay que anotarlo bien todo y luego sentarte a interpretarlo. Me dijo que no la tenía, pero que en Italia todos escuchan y consultan los pronósticos franceses de Météo France, de los que se fían más. Si no, que en el canal 68 emiten la meteorología en texto en vez de con números, y alternativamente podía consultar la página web de lamma.it, de la que me dio los detalles. Tomé nota de todo porque dos o tres días después estaríamos en Italia.
A las 17:30 h habíamos terminado todos los trámites y nos fuimos a recorrer la ciudad. Ya dije que al llegar no sabíamos que era la semana del festival de cine y fue una sorpresa. El primer festival de cine en Cannes fue en 1939 pero tuvo que ser interrumpido por el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, y no se reanudó hasta 1946. Actualmente es el primer festival de cine en Europa. Nos divertimos mucho viendo todo ese ambiente y paseando entre el famoseo y las celebridades. Por ejemplo paseamos toda la alameda principal detrás Miss Francia, en traje de noche y con su banda de Miss y todo. Por cierto, desde mi punto de vista una pibita muy bien elegida, que no creo que hubiera visto dar ni dieciocho vueltas a las estaciones. Había un montón de chicos y chicas muy trajeados y con un cartelito pidiendo invitaciones para el estreno de The Neon Demon, una película de Nicolás Winding sobre el mundo de las modelos. Debe despertar mucha admiración entre los jóvenes, porque era la única película para la que vimos solicitar invitaciones, y eso que cada 10 o 20 metros te cruzabas con alguien pidiéndolas. Al parecer a los organizadores les interesa que acuda gente guapa y trajeada al estreno, y es una especie de ritual. Si les gusta la pinta y la simpatía de los que piden la invitación se la dan para adornar el evento con su presencia. Pero hacía raro verles en pleno día con traje de noche o smoking, en la calle y las chicas supermaquilladas, entre la multitud de veraneantes en bañador y chanclas. En el palacio donde se hacían las proyecciones estaba la famosa alfombra roja y una pléyade de fotógrafos, periodistas, azafatas y público fotografiando todo bicho viviente que la pisara. Los periodistas y fotógrafos tenían cada uno su escalera plegable para tener