Gran Bretaña perdió muchas de sus colonias asiáticas —con la tremenda excepción de la India— ante Japón, y confió más que nunca en África para obtener productos tropicales. Empleó a tropas africanas en Asia, y precisaba de aún más mano de obra africana. En Kenia y en las dos Rhodesias volvió a poner en marcha el trabajo forzado para cultivos que se consideraban de interés imperial, pero que también beneficiaban a colonos y empresas. Incluso donde el trabajo era voluntario, Gran Bretaña trató lo más posible de restringir las importaciones a las colonias. Un resultado fue la acumulación de excedentes: los presupuestos de las colonias se financiaban con rentas derivadas de un alto nivel de exportaciones —que a las colonias no se les permitía gastar. Los fondos se concentraban en bancos londinenses, y llegarían a convertirse en materia de litigio tras la guerra, en tanto que los líderes políticos africanos exigieron que los excedentes se invirtieran en beneficio de las poblaciones que los habían producido.
Los años de guerra ofrecieron ciertas oportunidades a los productores agrícolas africanos; al menos recibían dinero por sus exportaciones y no dependían de las importaciones de alimentos. La economía de guerra resultaba incluso más rentable para los granjeros blancos. Pero, para los obreros de las ciudades, aquellos años resultaron difíciles; las importaciones eran escasas, y los agricultores de los arrabales podían ganar más dinero produciendo bienes de exportación en vez de alimentos para los mercados locales. Lo que desató la oleada de huelgas en tiempos de guerra descrita anteriormente en este capítulo. Esta dinámica continuó después de la guerra, ya que las fábricas de Gran Bretaña habían quedado muy dañadas por los bombardeos alemanes. Su deuda con los Estados Unidos era muy grande, y su incapacidad para satisfacer las necesidades de su población nacional —la cual, a diferencia de la de sus colonias africanas, votaba en las elecciones— era de tal magnitud, que el suministro de bienes de consumo básicos, como el vestido, siguió siendo limitado en las colonias. La intención de Gran Bretaña de emprender proyectos de desarrollo se vio acotada por la escasez de acero y cemento. La inflación se mantuvo, al igual que la oleada de huelgas.
Tanto Gran Bretaña como Francia pensaron que podrían recuperar el control mediante su nuevo concepto de «desarrollo». El imperialismo de postguerra sería el imperialismo del conocimiento, de la inversión, de la planificación. Se autorizó que la ley británica de Desarrollo y Bienestar Colonial de 1940 asumiera un nivel de gasto mayor en 1945; los franceses aprobaron su Fondo de Inversión para el Desarrollo Económico y Social (bajo el acrónimo francés FIDES) en 1946. Incluso Portugal y Sudáfrica iban a intentar, si bien de manera poco convincente, reivindicar a su nombre la bandera del desarrollo (vid. Capítulo 3).
En Francia y Gran Bretaña, las dos potencias con mayor extensión de territorios en África, las nuevas formas de pensar fueron las más adelantadas. Aquel proceso conllevó una reinvención de la sociedad y de la cultura africanas, e incluso de la percepción que Occidente tenía de sí mismo. Hasta la Segunda Guerra Mundial, las teorías «científicas» de desigualdad racial, las políticas para reprimir la fertilidad de personas cuyos genes fuesen supuestamente inferiores o insalubres, y las diferencias culturales agudas entre lo «primitivo» y lo «civilizado», se consideraban temas controvertidos, pero dentro de unos términos de discusión aceptable. Hitler dio mala fama a las ideologías racistas y a las teorías racistas. La ampliamente publicitada Carta del Atlántico —un acuerdo angloamericano que consignaba la convicción de los Aliados en la «autodeterminación», frente a las guerras de conquista nazis y fascistas— llevó a los africanos a preguntarse por qué no se aplicaba a ellos.
Una vez que las sociedades francesa y británica tuvieron que pensar por qué merecía la pena defender los estados democráticos, el tipo de preguntas planteadas previamente por la intelectualidad de las colonias, y por algunos intelectuales antirracistas en el propio país, adquirieron una nueva pertinencia. El colonialismo desarrollista era, en parte, una respuesta a los constreñidos fundamentos sobre los que se pudiera basar una justificación convincente del ejercicio del poder estatal sobre personas que fuesen «diferentes». Ahora se consideraba que la sociedad africana era maleable, y no solo por cambios graduales dentro del marco de los esquemas «tradicionales» africanos. Algunos africanos, cuando menos, podían quedar fuera de esos esquemas, al convertirse en trabajadores «modernos», o prósperos agricultores orientados al mercado. Las ideologías desarrollistas implicaban que las diferencias podían irse emborronando con el tiempo. ¿Cuándo iba a llegar el momento de declarar que los atrasados estaban lo suficientemente desarrollados como para ponerse a funcionar por su cuenta? ¿Quién podía dilucidar si el poder de «tutela» estaba actuando en interés de sus obligaciones y no en su propio beneficio? Tales preguntas no eran nuevas, pero fueron resultando mucho más apremiantes a lo largo de la guerra.
Los líderes europeos no iban a tener la oportunidad de reflexionar tranquilamente sobre sus incertidumbres. En esta atmósfera de incertidumbre ideológica, se enfrentaron a una escalada de demandas provenientes del propio continente africano. Las demandas no se centraban necesariamente en hacerse con el poder. Por el contrario, se concentraron en aquello a lo que realmente se dedicaban los estados: educación, impuestos, inversión en servicios sociales y recursos productivos, sistemas judiciales y la cuestión de quién iba a participar en la toma de decisiones vitales.
Una bibliografía completa para este libro puede encontrarse en la web de Cambridge University Press en www.cambridge.org/CooperAfrica2ed
BIBLIOGRAFÍA:
AUSTIN, Gareth. Land, Labor and Capital in Ghana: From Slavery to Free Labor in Asante, 1807–1956. Rochester (Nueva York): University of Rochester Press, 2005.
BAZENGUISSA–GANGA, Rémy. Les voies du politique au Congo. París: Karthala, 1997.
BERRY, Sara. No Condition is Permanent: The Social Dynamics of Agrarian Change in Sub–Saharan Africa. Madison: University of Wisconsin Press, 1993.
BYFIELD, Judith; BROWN, Carolyn; PARSONS, Timothy; y SIKAINGA, Ahmad Alawad. Africa and World War II. Cambridge: Cambridge University Press, 2015.
COMAROFF, Jean; y COMAROFF, John. Of Revelation and Revolution, vol. I: Christianity, Colonialism and Consciousness in South Africa. Chicago: University of Chicago Press, 1991.
COOPER, Frederick. Decolonization and African Society: The Labor Question in French and British Africa. Cambridge: Cambridge University Press, 1996.
HANRETTA, Sean. «New Religious Movements». En The Oxford Handbook of Modern African History, eds. John Parker y Richard Reid. Oxford: Oxford University Press, 2013.
HIGGINSON, John. A Working Class in the Making: Belgian Colonial Labor Policy, Private Enterprise, and the African Mineworker, 1907–1951. Madison: University of Wisconsin Press, 1989.
HORTON, Robin. Patterns of Thought in Africa and the West. Cambridge: Cambridge University Press, 1993.
JENNINGS, Eric. Free French Africa in World War II: The African Resistance. Cambridge: Cambridge University Press, 2015.
LUONGO, Katherine. Witchcraft and Colonial Rule in Kenya, 1900–1955. Cambridge: Cambridge University Press, 2011.
MANCHUELLE, François. Willing Migrants: Soninke Labor Diasporas, 1848–1960.