Sin embargo, Neily se recordó que su belleza física carecía de importancia para el caso. Wyatt Grayson era uno de los guardianes de su abuela y su atractivo no debía influir en su valoración profesional.
Cuando Cam se alejó hacia el coche, ella preguntó:
—¿Por qué no pasamos dentro?
—¿Cómo está mi abuela? ¿Se encuentra bien? El asistente social de Missoula dijo que no había empeorado, pero no es precisamente joven ni está en posesión plena de sus facultades mentales. Me sorprende que se escapara y que fuera capaz de llegar aquí… Mi hermano y mi hermana están tan asombrados como yo.
Neily los acompañó al interior de la casa, pensando que la preocupación de Wyatt era un buen síntoma; significaba que quería a su abuela.
—El asistente de Missoula tiene razón. Theresa se encuentra aparentemente bien, pero no sé cómo estaba antes y no puedo comparar.
—Siento que ningún miembro de mi familia pudiera venir cuando las autoridades se pusieron en contacto conmigo, el jueves pasado. Mi hermana estaba en México y no pudo marcharse porque se enfrentaba a un problema grave en una de nuestras fábricas y necesitábamos que se quedara allí. Y mi hermano estaba con la policía, en Canadá… alguien se enteró de la desaparición de mi abuela y pensó que podía ganar algún dinero llamando por teléfono y fingiendo un secuestro.
Neily cerró la puerta a sus espaldas y Wyatt siguió con la explicación:
—Yo me quedé solo en Missoula, con toda la conmoción de la búsqueda. Cuando me dijeron dónde estaba mi abuela, los servicios sociales nos acribillaron a Mary Pat y a mí con tantas preguntas y tantos formulismos como si pretendieran evitar que viniéramos a Northbridge. Ha sido una verdadera pesadilla.
—Estoy segura de ello…
Neily prefirió no decirle que estaba en lo cierto, que el asistente social de Missoula había hecho lo posible por retrasar su marcha. Quería asegurarse de que su visita no empeoraría la situación de Theresa.
—La policía me llamó cuando supo que tu abuela estaba en la casa —continuó ella—. He estado cuidándola desde entonces, así que no había prisa alguna.
—De todas formas, no quiero que saques una conclusión equivocada. Todos estábamos muy preocupados por nuestra abuela, y habríamos venido el mismo día si hubiéramos podido —explicó.
Neily llevó a los recién llegados al salón.
—¿Dónde está, por cierto? —preguntó él, mirando a su alrededor.
—Sería mejor que tú y que la señorita Gordman…
—Mary Pat, por favor —intervino la mujer.
—¿Por qué no os sentáis un momento? Iré a ver si Theresa se encuentra en disposición de veros. Lleva todo el día en su dormitorio y me gustaría que saliera un rato.
Ni la enfermera ni el nieto aceptaron la invitación a sentarse, tal vez porque estaban demasiado preocupados por la anciana. Neily se excusó, volvió al vestíbulo y subió por la escalera.
Al llegar a la puerta del dormitorio principal, llamó y entró sin esperar respuesta. Theresa solía estar demasiado perdida en su propio mundo como para oír una llamada.
La anciana estaba justo donde la había imaginado, en la mecedora, moviéndose hacia delante y hacia atrás como si eso la relajara. Theresa Hobbs Grayson era una mujer relativamente pequeña; Neily medía un metro sesenta y le sacaba ocho centímetros más o menos. Tenía el pelo de color sal y pimienta, corto y arreglado, y unos ojos grises que carecían de la pasión y de los tonos diferentes de los ojos de su nieto, pero a pesar de ello, supo que Wyatt habría heredado de su abuela la chispa y también el atractivo, porque Theresa seguía siendo muy guapa.
—¿Theresa? —preguntó.
La anciana no parecía haber notado su presencia en la habitación.
—¿Mikayla?
—No, soy Neily… ¿no te acuerdas?
—Sí, claro… Neily. He vuelto a equivocarme, ¿verdad? —dijo la mujer.
—Tu nieto Wyatt está abajo —le informó.
Los ojos, la cara y hasta la postura de Theresa cambiaron de inmediato. Evidentemente, la noticia le alegraba mucho.
—¿Mi Wyatt? —declaró con entusiasmo.
—Sí, y Mary Pat…
—¿También Mary Pat? —preguntó, decepcionada.
—En efecto.
Theresa se quedó pensativa unos segundos.
—No habrán venido para llevarme, ¿verdad? No voy a marcharme de aquí. No quiero marcharme. ¡No hasta que consiga lo que es mío!
—Lo sé, lo sé. Pero no han venido para llevarte con ellos. Van a quedarse aquí, contigo.
—¿En serio?
Neily notó que en su pregunta había más esperanza y alegría que temor. Eso también era un buen síntoma.
—Claro que sí —contestó—. Entonces, ¿te parece bien que se queden contigo en la casa? ¿Incluso si yo me marcho?
—Oh, sí. Sé que me ayudarán. Me ayudarán a recobrar lo que es mío. Mi Wyatt se encarga de las cosas importantes y Mary Pat cuida de mí… Siempre han sido muy buenos conmigo —afirmó.
—¿Te gustaría bajar al salón a saludarlos?
—¿Están sólo ellos?
—Sí, los demás se han marchado. Y la casa tiene un aspecto mucho mejor… podrás ver lo que hemos hecho mientras estabas en la habitación
—Me gustaría ver a Wyatt y a Mary Pat.
—Pues bajemos.
A Theresa no le costó levantarse de la mecedora ni acompañar a Neily escaleras abajo. En cuanto vio a su nieto y a la enfermera, cruzó el salón a toda prisa y los abrazó como un niño encantado de ver a sus padres tras una separación larga. Era evidente que no les tenía ningún miedo; eso confirmaba la opinión del asistente social de Missoula, quien ya le había dicho que podía dejar el cuidado diario de la anciana en sus manos.
—¡Cuánto me alegro de veros! —declaró Theresa—. Pero Wyatt, ¿dónde están Mikayla y el niño? ¿No han venido contigo? ¡Todavía no he visto al bebé!
El interés de Neily se volvió aún más fuerte al observar que Wyatt Grayson se ponía súbitamente tenso.
—¿No te acuerdas, abuela? Mikayla y el niño, murieron.
Theresa se llevó las manos a la cabeza.
—Oh, lo siento… lo he vuelto a olvidar otra vez. Lo siento, Wyatt, lo siento muchísimo.
—Yo también, pero no te preocupes. Estamos muy contentos de haberte encontrado. Nos has dado el mayor susto de nuestras vidas.
—Tenía que volver a esta casa —afirmó Theresa, con tono de quien comparte un secreto—. Yo nací aquí… ¿Lo sabías?
—Sabíamos que naciste en una localidad pequeña de los alrededores de Billings —contestó—, pero nunca dijiste dónde. No conocíamos el nombre de la localidad, ni sabíamos que poseías una casa en ella.
—El abogado paga los impuestos, y creo que también se ocupa de que alguien la mantenga en buenas condiciones. El abuelo se encargó de organizarlo todo para que yo no tuviera que preocuparme por esas cosas, y ha sido así desde hace muchos años. Pero tenía que volver. ¡Tenía