—En efecto. Sólo queda por descubrir si se marchó por sus problemas mentales y emocionales o porque efectivamente hay algo raro en su pasado que ni sus propios nietos conocen —declaró.
—Pero de todas formas, pueden cuidar de ella…
—Sí.
—En tal caso, no hay más que decir. Este fin de semana tengo una reunión de Billings, aunque pasaré el sábado por Northbridge para echar un vistazo personalmente antes de aprobar tu informe. Si tienes tiempo, ve de vez en cuando a visitar a Theresa… pero en principio, creo que podemos cerrar el caso y recomendar que permanezca al cuidado de sus nietos —dijo Cheryl.
—Magnífico.
La conversación volvió de lo profesional a lo personal. Unos minutos después se despidieron y Neily se recostó en el asiento y suspiró. Se sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima.
Nunca había pensado seriamente que su atracción hacia Wyatt hubiera influido en su valoración de Theresa, pero le alegraba saber que el departamento de Missoula compartía sus opiniones. Ahora ya estaba libre de esa preocupación. Libre para explorar otras posibilidades.
Sin embargo, no estaba segura de querer hacerlo. Wyatt era un hombre viudo, con un pasado emocional complejo, y ella ya había cometido un error parecido en otra ocasión. No había nada peor que intentar vivir bajo el fantasma de una esposa muerta. Y para empeorar las cosas, resultaba que ella se parecía físicamente a Mikayla.
No, definitivamente no debía mantener una relación con él.
Era libre para ayudar a Theresa y para ser amiga de Wyatt e incluso para asistir a un partido de baloncesto como el de aquella noche, pero nada más. No quería volver a cometer las equivocaciones del pasado. Y si había podido resistirse a sus encantos cuando estaba involucrada en un caso de su departamento, también podría resistirse en cuestiones puramente personales.
Tomó aire y suspiró otra vez.
Había tomado una decisión y se sentía fuerte. Sabía lo que quería y lo que no quería, y salir con un viudo se encontraba en el segundo caso.
Era lo más lógico, lo más razonable.
Pero su fortaleza tenía un punto débil. No conseguía olvidar el beso de la noche anterior, ni dejar de desear que la besara otra vez.
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