—Estoy perfectamente —le aseguró.
Neily sabía que su hermano sólo estaba preocupado por su seguridad. Como asistente social, había trabajado con personas que podían suponer un peligro, pero dudaba que la encantadora anciana de setenta y cinco años se encontrara en ese caso.
—¿Ha vuelto a montar alguna escena como la de la noche que la encontramos?
—Theresa sólo me complica la vida cuando insinúo que tendría que marcharse de la casa. Mientras no toque ese tema, es como un corderito… será mejor que se quede aquí hasta que encontremos una solución de largo plazo.
—Por lo menos, la casa está más limpia y ya no hay peligro de incendio. Además, han desatascado la pila de la cocina y remplazado todas las ventanas rotas —observó su hermano.
—Gracias a ti a y a los buenos samaritanos que habéis venido a ayudarme. Os agradezco especialmente lo de las ventanas… abril está siendo bastante cálido, pero refresca de noche y el cartón que tapaba los cristales rotos no servía de gran cosa.
Neily y Cam intercambiaron unas palabras con el electricista, que salía en ese momento. Cuando el hombre se alejó hacia su furgoneta, que estaba aparcada en el vado, ella continuó:
—De todas formas, todavía no he notado síntoma alguno de que Theresa sea violenta. Su humor es cambiante y está muy confundida, pero no es un peligro para nadie. Ni siquiera entiendo cómo logró llegar a Northbridge… pasa casi todo el tiempo en la mecedora del dormitorio principal, en silencio.
—Ya me he dado cuenta. No la he visto en todo el día.
—Ni tú, ni nadie. No quiere que la molesten. Pero yo no podía permitir que estuviera sola, así que…
—Le has buscado compañía —la interrumpió.
—Sí, pero después de prometerle a Theresa que no sería nadie que la hubiera conocido en el pasado. Quién sabe por qué habrá puesto esa condición.
En ese momento salieron tres voluntarios más, entre los que se encontraba Missy Hart, la chica de diecisiete años a quien había contratado para que hiciera compañía a Theresa. Después de otra ronda de agradecimientos y despedidas, Cam dijo:
—Tal vez no debería estar dentro sin vigilancia.
—Seguro que sigue en la mecedora cuando suba a verla, por eso le he dicho a Missy que se podía marchar. Además, como tiene pánico de ver a cualquiera que la conozca, no saldrá del dormitorio hasta que yo le diga que todo el mundo se ha marchado.
—¿Ya te has formado una opinión profesional sobre el estado de nuestra fugitiva senil?
Neily contestó a su hermano porque no suponía ninguna ruptura de confidencialidad. Cam conocía el caso y estaba involucrado en él.
—El examen físico de Theresa no ha mostrado ninguna señal de malos tratos, aunque ella tampoco insinúo tal cosa cuando respondió a mis preguntas. Está bien alimentada, bien vestida y limpia. Pero su cuerpo es una cosa y su cabeza, otra…
—Comprendo.
—Los servicios de Missoula se han puesto en contacto con su enfermera y con su nieto, que vendrán pronto y se encargarán de ella. Bajo mi supervisión, claro está —puntualizó—. Luego haré las entrevistas que faltan y redactaré el informe, pero eso puedo hacerlo aquí, con Theresa y con quien venga a verla.
—Vamos, que Theresa está mentalmente… desconectada —dijo Cam, planteando la cuestión de forma suave.
—Tiene muchos problemas. La memoria le falla y a veces no me reconoce y me llama Mikayla. Cuando le pregunto quién es Mikayla, no puede o no quiere contestar. Pero sea quien sea, parece que le cae bien.
Entre la riada de coches, camionetas y gente que se alejaba a pie colina abajo, Neily vio un todoterreno negro que avanzaba lentamente hacia la casa y que no conocía.
—Como sea otro periodista, voy a tener unas palabritas con él —dijo a su hermano.
Cuando Theresa se había escapado de Missoula, las autoridades la dieron por desaparecida y comenzaron la búsqueda. Y ahora que ya se conocía su paradero, toda una legión de periodistas había descendido sobre la pequeña localidad para conseguir una buena historia.
—Me acercaré a preguntar y me libraré de ellos —declaró Cam—. Por cierto, hermanita… deberías lavarte la cara. La tienes llena de hollín de la chimenea.
El último grupo de voluntarios salió de la casa. Neily tuvo que permanecer en el porche para despedirse de ellos, así que no pudo hacer otra cosa que pasarse la mano por la cara con la esperanza de adecentarse un poco.
Cam volvió unos segundos después. Lo acompañaban una mujer gruesa y un hombre, los ocupantes del todoterreno.
—No era un periodista —le informó—. Te presentó al nieto de Theresa, Wyatt Grayson, y a su enfermera, Mary Pat Gordman.
Neily maldijo su suerte por tener que recibirlos con toda la cara manchada. Por otra parte, su hermano ya le había comentado que tenía la ropa llena de polvo y que su largo cabello, de color chocolate, no podía estar más revuelto. Se mirara como se mirara, su aspecto distaba mucho de resultar profesional. Y eso le molestó más todavía porque el nieto de Theresa resultó ser un hombre atractivo y más o menos de su edad.
Sin embargo, como no podía hacer nada al respecto, fingió que todo estaba bien y adoptó un tono serio pero cordial.
—Encantado de conoceros. Yo soy Neily Pratt, la asistente social de Theresa.
La mujer gruesa no se movió, pero Wyatt Grayson se acercó a ella. Era un hombre alto, seguro, de hombros anchos y lo suficientemente musculoso como para que sus pantalones de color caqui y su polo azul marino no lo disimularan.
Cuando la miró de nuevo, había tal brillo de extrañeza en sus ojos que Neily se creyó en la obligación de justificar su aspecto.
—Lamento recibiros así —declaró—. Hemos estado limpiando la casa y tenía décadas de polvo acumulado.
Wyatt Grayson sacudió la cabeza, frunció el ceño y murmuró:
—No, la no miraba así por eso. Es que se parece a…
—¿A una mujer llamada Mikayla? —preguntó ella—. Porque Theresa no deja de llamarme de ese modo…
—Mikayla —repitió el hombre con su voz de barítono, en tono enigmático—. Sí, eso es, Mikayla.
La respuesta sólo sirvió para aumentar la curiosidad de Neily, pero Wyatt Grayson no explicó quién era y se limitó a ofrecerle la mano.
—Es un placer, señorita Pratt —dijo.
—Neily —corrigió.
Neily ni siquiera supo por qué, pero le estrechó la mano con un entusiasmo poco habitual en ella. Y el contacto fue tan intenso que sintió cada detalle, cada matiz del encuentro entre sus pieles.
Fue una de las cosas más extrañas que le habían pasado en toda su vida, pero significara lo que significara, era evidente que estaba totalmente fuera de lugar en ese momento y se apresuró a apartarse.
Cam rompió el silencio mientras Wyatt Grayson la seguía observando con sus ojos grises, como de peltre.
—Tengo que volver a comisaría, Neily. Mi turno empieza dentro de poco, así que si no me necesitas para nada más…
—No, no, márchate.
Neily logró contestar a su hermano a pesar de que el escrutinio de Wyatt Grayson empezaba a resultarle incómodo. De hecho, se sintió muy aliviada cuando el recién llegado se giró para despedirse de Cam. Pero además de sentir alivio, su cambio de posición le permitió observarlo con más detenimiento. Y podría haberlo mirado durante horas y horas.
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