La vida como centro: arte y educación ambiental. Ana Patricia Noguera de Echeverri. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Ana Patricia Noguera de Echeverri
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Математика
Год издания: 0
isbn: 9786077427452
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J. (2014). Poesía ignorada y olvidada de los pueblos del mundo. Tomo ii. Bogotá: Ediciones Desde Abajo.

      Notas

      CAPÍTULO 4

      Poesía y naturaleza: vasos comunicantes

      Raúl Bañuelos

      No hay camino hacia la paz

      La paz es el camino

       Ghandi

      El arte nos permite reconocernos,

      una dócil fibra del universo

       Giuseppe Ungareti

      La verdad os hará libres

       Jesucristo

      “Lo que amas te inspira”, escribe el gran poeta francés Paul Valéry. El poeta: amador, amante, hijo y espía de la naturaleza, es necesariamente un contemplador activo de los asuntos que necesita imperioso vivir profundamente.

      Quien ama de verdad conoce aquello que ama. Pues le ha dado su tiempo –que es la vida– a lo que se le ha entregado en correspondencia mutua. El espíritu de la naturaleza ofrenda sus secretos (vivos en la Creación) a la creación viviente del poema haciéndose. Y brota en sus detalles: dando nombre, aromas, matices, texturas, sonidos, sabores y conformaciones al vocabulario y dicción de la escritura. Ritmo y espacio. Instante y oscilación. Pensamiento e intuición haciéndose al momento dado y captado desde la savia de la belleza perenne. Por la naturaleza y hacia la naturaleza.

      En la experiencia poética que abarca el hecho de “incorporarse al ritmo del acaecer cósmico” (como escribe Paul Westheim sobre la pintura de Vang Gogh), el poeta mayor –cualquiera que sea lo es: Hölderin, Neruda, Paz o Pellicer– se convierte en sencillo transmisor dócil y exacto de lo que la Creación con mayúscula vuelca en su belleza. Poemas como “Esquemas para una ola tropical”, “Arte de pájaros”, “El río Rhin” y “La higuera religiosa”, orquestan una sinfonía de voces donde es la propia y misma naturaleza la que canta y entona las fibras y cuerdas universales del momento eterno expresado a ojos vistas.

      En nuestro país, Carlos Pellicer y José Emilio Pacheco son referencias necesarias en su magistral obra referida a la naturaleza desde dos puntos de vista muy diferentes.

      Carlos Pellicer es un cristiano y es un apasionado de la naturaleza. Y además es un artista minucioso, y cuidadoso del detalle: orfebre que trabaja hacia su ser de joya a la palabra, en lo que tiene de música y en lo que puede tener imágenes. Místico del paisaje, Pellicer ama a Dios con la vista de los ojos y de todo el cuerpo: con todos sus sentidos ama al Dios secreto y al Dios manifiesto: al secreto en sus misterios bíblicos y al público en su creación cotidiana del mundo. Su poesía es un canto a lo divino del universo y de todo lo que existe de maravilloso en el mundo cercano y natural. La vida lo salvó de su parte triste y le “lanzó el águila de su fuerza optimista”. Y él ha sacado su “mano del río y la ha puesto a cantar”. Tiene los ojos en las manos para tocar con todo su ser las cosas y dar fe de ellas, como el Tomás de la Biblia que tenía que tocar para creer. Pellicer tiene que cantar (ser un alto catador de la naturaleza) y los ojos no le bastan; y entonces:

      El agua de los cántaros

      Sabe a pájaros

      Los colores están buenos,

      Crecen y brillan

      Y es horizontalmente el arpa de la sensación.

      Pellicer conoce y sabe ver el paisaje porque tiene “los ojos dioses del paisaje” mismo. Y el paisaje total habla de sí por la boca del poeta luego de haberse filtrado hasta su íntima memoria por completo. Todos los sentidos (de ida y vuelta) están humedecidos –como la hierba por el rocío de las mañanas– por el paisaje, que se completa y se aflora a sí mismo a través de los poros del cuerpo general del poeta.

      Todas las cosas muestran la huella digital de Dios en su momento o manera de alzarse a la luz. Desde el fondo de su reposo a la luz se mueven todas las cosas para ser vistas, tocadas y ser a plenitud.

      Las cosas solas no son: son al ser para las otras. Dios es el concertista de las cosas del universo: concierta el universo consigo mismo desde dentro. La huella digital de Dios es la oscura luz del movimiento que se aquieta afuera y se mueve dentro. Pellicer llegó a decir:

      El trópico entrañable

      sostiene en carne viva la belleza

      de Dios

      Y Pellicer se sumerge en el trópico para poder conocerlo a fondo y de raíz y poder cantarlo. Sumergirse en el trópico para poder conocerlo da como resultado una transustanciación: la sustancia inicial sube a la altura de una nueva sustancia. Y todos los elementos comulgan entre sí: se aman, comparten lo que son y dan vida a nuevos seres. Todo se hace uno: se funden los elementos y las sensaciones. Los sentidos están intercomunicados. Y experimentan unos por otros y en sí: el sabor de los sabores es escuchado; visto, se huele al instante y se toca en la punta de los dedos; el olor tiene sabores que suenan en la retina del ojo vivo; y el sonido aparece en la punta del ser total en un grito. Esta necesidad de lo sinestésico fue absoluta para expresar su integración con la naturaleza y la íntima comunión de todo lo creado por el creador.

      Como ejemplo:

       El viaje

      Y moví mis energéticas piernas de caminante

      y al monte azul tendí.

      Cargué la noche entera en mi dorso de Atlante.

      Cantaron los luceros para mí.

      Amaneció en el río y lo crucé desnudo

      y chorreando la aurora en todo el monte hendí.

      Y era el sabor sombrío que da al cacao crudo

      Cuando al marcar lo muelen los dientes del tapir.

      Pidió la luz un hueco para saldar su cuenta

      (yo llevaba un puñado de amanecer en mí).

      Apretaron los cedros su distancia, y violenta

      reunió la sombra el rayo de luz que yo partí.

      Sobre las hojas muertas de cien siglos, acampo.

      Vengo de la montaña y el azul retoñé.

      Arqueo en claro círculo la horizontal del campo.

      Sube, sobre mis piernas, todo el cuerpo que alcé.

      Rodea el valle, hablo,

      y alrededor, la vida sabe lo que yo sé.

      Su canto tiene origen en la divina sangre de la herida: en el amor a muerte de Jesucristo. La poesía de Pellicer está inmersa en la visión bíblica del universo. Pero el poeta se asume como cocreador (Hijo de Dios sabedor de sus potencias) que desde los cielos del aire, en un avión (como un Dios), dice, “desdoblé los panoramas / ataviado de luz leve de vuelo / y juré entre las nubes alzar una montaña”.

      “Joven de eternidad”, “inaugura el mundo cada día”: “tiene vida para mil años, hoy”. Si el poeta es hijo de Dios, como todos los seres humanos, entonces es divino como Dios, casi igual. Comparte –en lo que cabe– la divinidad con Dios. Tiene dificultades para crear. “El poeta es un pequeño dios”, ya lo decía Huidobro.