Figura 3.2. Edvard Munch, “El Grito” (1893). Galería Nacional de Noruega, Oslo.
Silencio tenso, denso. Más bien silenciamiento de un geocidio que no tiene nombre. Nombrar significa dar sentido a algo o a nada. Nombrar construye densidades relacionales entre lo innombrado que ahora se nombra, con las demás cosas nombradas. Han pasado más de ciento veinte años desde que esta obra emergió de la mano del pintor, guiada por el dolor infinito de la tierra herida. En estos años el clamor telúrico del poeta no ha podido superar la voz de la razón tecnológica y científica, la voz de la razón industrializadora de la tierra. El geocidio, en todas sus formas se ha convertido en la manera en que todos los días la humanidad (occidental-moderna) devasta la tierra.
El desierto sigue creciendo, el grito de la tierra no se escucha; la voluntad de crecer es más fuerte que la voluntad de permanecer. El crecimiento del desierto va en la misma línea del crecimiento del capital. El paisaje construido por éxito económico es el desierto agigantándose. Seguimos volando como Ícaro, eufóricos, irresponsables, embriagados por la luz de la razón. Si hay alguna esperanza no será para nosotros, como lo decía tristemente Kafka.
Recuerdo (escribía Benjamin) una conversación con Kafka, cuyo punto de partida fue la Europa contemporánea y la decadencia de la humanidad. Somos, dijo él [Kafka], pensamientos nihilistas; pensamientos suicidas que surgen en la cabeza de Dios” […] “Nuestro mundo es un mal humor de Dios, uno de sus malos días. ¿Existirá entonces esperanza, fuera de ese mundo de apariencias que conocemos? Él, Kafka, rió: Hay esperanza suficiente, esperanza infinita, pero no para nosotros (Benjamin, 1985: 141).
Si leemos las políticas ambientales encontraremos que la educación, y por supuesto la educación ambiental, no incluye a los humanos-cuerpos-entre cuerpos en el devenir de la tierra, ni en el tejido profundo de las tramas de la vida. Por el contrario, coloca a las infancias en eso que las nombra: sin voz, para que no digan nada sobre su tierra natal, sobre su lugar de origen. Igualmente, la preocupación por las juventudes no está cruzada por un retorno a la tierra-madre, educar en la recuperación y resignificación de la tierra que somos, sino en educar a las infancias y juventudes para continuar con el desarrollo del sujeto, que ha sido avasallamiento desolador de la tierra-objeto-mercancía, donde los humanos tambien somos avasallados y desolados, porque somos tierra, somos naturaleza.
Si la Educación en América Latina continúa siendo el lugar privilegiado seguir el proceso civilizatorio, es decir, colonizador, que comenzó Europa hace más de quinientos años en esta América-Abya Yala, los niños y niñas, jóvenes, adultos y ancianos que hemos sido educados y educamos permanentemente, tenemos que volver a pensar lo que somos y tal vez olvidar lo que nos han impuesto que debemos ser. Atrevernos a volver a pensar no sólo lo ya pensado, sino aquello que no nos habíamos atrevido a pensar, es un acontecimiento de jovialidad.
En este sentido, hay esperanza: no en las políticas sino en la potencia política de las poéticas del habitar, de la vida.
Florecimiento
América o, mejor dicho, Abya Yala: tierra generosa, fértil, en florecimiento, buen vivir, sigue floreciendo pese a todo. Sus artistas, a lo largo del siglo xx, siglo de la barbarie en palabras del historiador Egipcio Eric Hobsbawm, han permitido que esta tierra permanezca. En su variedad infinita, la tierra como poiesis, la tierra creadora, poética, madre; la pachamama, continúa viva. Pese al saqueo atroz de los hombres que permanecen en los cielos icarianos; pese a las crueles guerras declaradas por ellos para dominarla y, así, dominarnos; pese a la muerte de millones de seres humanos y no humanos, orgánicos e inorgánicos, a manos de la explotación de los llamados “recursos” por los discursos del desarrollo; pese a todo, Abya Yala, llamada así por los cunas desde tiempos no cronológicos, florece en cada habitar poético. Desde los inicios del siglo de la barbarie, la brasileña Tarsila do Amaral, plasmó en sus lienzos la América Profunda de la que después hablaría bellamente el filósofo y pensador argentino Rodolfo Kusch.
Figura 3.3. Tarsila do Amaral, “Antropofagia” (1929). Museo de Arte Latinoamericano, Buenos Aires.
“Antropofagia” no sólo fue el nombre de esta bella obra pintada en 1929. Tarsila do Amaral, junto con otros importantes pintores, escritores y poetas del Sur, dedicaron muchas de sus obras, a dejar una huella que sigue presente en la memoria de los pueblos del sur: ser nosotros, alimentándonos, nutriéndonos de nosotros mismos, de la tierra que somos. Ser-sur, devino en estar-sur, florecer-sur, pensar-habitar-sur.
En tributo, homenaje y celebración continua a la tierra que somos, en la pintura “Antropofagia”, Tarsila expresa la relación profunda con la tierra; el arraigo está en ese pie inmenso, caminante, campesino, en contacto profundo y amoroso con la tierra; el inmenso seno expresa la generosidad de la naturaleza; la madre nutricia, el permanente nutrir que es la tierra. Y la cabeza pequeña no es otra cosa, que la renuncia al mundo de las lógicas excluyentes, lineales, reductoras de la exuberancia de la vida. Colocar el sujeto-yo-razón en el lugar que le corresponde en las sinuosidades del mundo de la vida; darle a la maternidad y al contacto con la piel de la tierra, el maravilloso lugar que les corresponde en los pueblos de Abya Yala, seguirá siendo una potencia movilizadora de sentires y sentido de nuestras maneras de habitar la tierra, producida por Tarsila do Amaral y el grupo de artistas en resistencia creadora, que la acompañaron en su acometida antropofágica.
Y esta es la manera como pueblos originarios de Abya Yala proponen hacer frente a lo que deviene y adviene desde el punto de vista de la llamada crisis ambiental. Aunque ella es una emergencia occidental-moderna, sus efectos son de orden planetario. Los pueblos originarios lo saben, y es por ello que su poesía adquiere una mayor fuerza inusitada; en tanto habitar poéticamente es habitar en el florecimiento. El poeta Vito Apüshana, de la Nación Wayuu (Colombia), escribe:
La Palabra, en el pensamiento mítico indígena ha sido creada principalmente para anunciar la Poesía. Para hacerla acto consciente en la memoria colectiva: como pintura invisible que se describe. La Palabra se justifica en tanto actúa como red de pesca, en donde la poesía es puesta en situación…redescubierta desde el lenguaje de la piel hacia la enunciación que la señala en la fugacidad, en la reiteración y en lo inabarcable.
La poesía es un componente estructurante y hacedor de lo cotidiano […]
Entre los antiguos Mexicas (México prehispánico), la Poesía era anunciada desde la palabra compuesta: Xóchitl-Tlatolli, que viene de las palabras Xöchitl: Flor y Tlatolli: Palabra. La Palabra-Flor (Apüshana, 2014: 49).
La relación profunda entre estos dos acontecimientos, configuran el lienzo de Abya Yala. En él, la poesía compuesta de Palabra y de Flor nos permite comprender por qué Abya Yala significa Tierra en Florecimiento y Buen Vivir. Compuesta de dos significaciones, Abya Yala es habitar y hábitat. Habitar nos lanza a pensar en el buen bivir; y hábitat es tierra en florecimiento. La única manera como permanece la tierra es cuando los poetas se disuelven en ella, la madre que abraza a sus hijos.
El florecimiento de la vida, sólo ha sido posible en la Tierra, gracias al buen vivir de muchos pueblos para los cuales la crisis ambiental no existe. Ellos nunca vieron a la tierra como algo externo, como objeto o como recurso; ellos nunca estuvieron separados de la tierra.
Ahora, ante la devastación de la tierra –hecha por el hombre-humano occidental moderno–, los pueblos originarios, a partir de comunidades de resistencia estético-políticas, han ido emergiendo de las profundidades de la tierra, de las densidades de las selvas, de los lugares ignotos de las geografías de Abya Yala, para pedirle al hombre que le sea fiel a la tierra; que el florecimiento de la tierra es el florecimiento de la vida; y para que esto acontezca es urgente