Expresa también lo que Samuel Escobar puntualiza acerca de mi comprensión de la fe y militancia cristiana con sabor pentecostal y aroma latinoamericano:
…este libro acerca del Evangelio de Lucas nos muestra la espiritualidad que nutre la acción ministerial y ciudadana de su autor. En sus páginas nos acercamos a la intimidad de su relación con Cristo y al esfuerzo por articular la fe evangélica como reflexión sobre la propia práctica de alguien que escucha al Señor de la vida, se entrega a una vida de obediencia al llamado de Jesús y reflexiona a la luz de la palabra de Dios (Escobar 2012:8).
¡En ese camino seguimos! Jalonando nuevas perspectivas de lectura del tercer evangelio y una mejor comprensión de la propuesta teológica, pastoral y misionera del amplio y heterogéneo mundo pentecostal. El presente libro da cuenta de este esfuerzo que ha tenido la invalorable compañía de dilectos amigos de la Patria Grande: América Latina y el Caribe de habla hispana.
Villa María del Triunfo, diciembre de 2018
Capítulo 1
¿De Nazaret puede salir algo de bueno?
La propuesta social y política de Jesús el Galileo
Introducción
Juan en el Evangelio que lleva su nombre registra una pregunta en la que subyacen prejuicios sociales y culturales instalados en la mentalidad colectiva de los judíos de Jerusalén del primer siglo: «¿…De Nazaret puede salir algo de bueno…?» (Jn 1.46). La forma prejuiciada como los judíos de Jerusalén se refería a los pobladores de Galilea y, especialmente, a quienes vivían en lugares considerados insignificantes como la marginal aldea de Nazaret, expresa también el punto de vista de aquellos que, actualmente, creen que las grandes transformaciones sociales y políticas solo pueden venir desde arriba, desde los que tienen en sus manos el poder y lo ejercen en beneficio de sus intereses personales. Difícilmente aceptarían que, desde la periferia de la sociedad, desde el pueblo de a pie, se pueden generar transformaciones sociales y políticas significativas, así sea en pequeña escala y que, a la larga, pueden cambiar radicalmente la historia de un pueblo.
La comunidad de Jesús de Nazaret, conformada mayormente por personas que formaban parte del «montón» y que eran tratados como descartables en la sociedad patriarcal y piramidal del primer siglo, perfila una historia distinta a la historia que se construye desde arriba, desde quienes controlan el poder y lo ejercen despóticamente. Esta comunidad forjada desde la oscura provincia de Galilea y cuya composición social constituía ya en sí misma una crítica directa a la sociedad estamental de ese tiempo, fue el germen de una nueva humanidad en la que desaparecieron las diferencias y los prejuicios sociales, culturales y religiosos que predominaban en el mundo del primer siglo. Desde esa realidad específica, una nueva sociedad con un estilo de vida radicalmente distinto al de la sociedad circundante, se fueron tejiendo transformaciones sociales y políticas que, finalmente, cambiaron las estructuras mentales, la conducta colectiva, y las relaciones de poder en el imperio más poderoso de ese tiempo: Roma.
La propuesta social y política del Jesús el Galileo, según el testimonio de los Evangelios, apuntaba a revertir el destino de los pobres y de los excluidos por el sistema patriarcal y piramidal del primer siglo. Jesús de Nazaret valoró y trató a las personas que estaban al margen de la sociedad como seres humanos creados a la imagen de Dios y, por lo tanto, destinatarios del mensaje de vida plena que él proclamó públicamente por las ciudades y aldeas de la despreciada región de Galilea: «…Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios…» (Lc 8.1).
La misión liberadora de Jesús1, partiendo desde Galilea, tuvo como horizonte transformar las relaciones sociales y políticas mediante las cuales se justificaba y legitimaba la opresión, la deshumanización y la cosificación de seres humanos. En la comunidad de Jesús, mujeres y hombres, leprosos y samaritanos, niños y adultos, cobradores de impuestos y zelotes, ricos y pobres, fueron tratados como iguales, como imagen de Dios y como expresión concreta de lo que la gratuidad e imparcialidad del amor de Dios provoca en la vida de quienes se integran libremente a la comunidad del reino, porque escucharon la llamada al seguimiento: «…Venid en pos de mí…» (Mr 1.17).
Los despreciados galileos
Los etnocentristas judíos de Jerusalén tenían una opinión bastante peyorativa de los habitantes de la marginal provincia de Galilea. En el cuarto evangelio se registra información precisa sobre la manera como los judíos de Jerusalén consideraban y trataban a los galileos: «… ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? …» (Jn 1.46). La pregunta da cuenta del desprecio con el cual el común de los judíos de Jerusalén se refería a los galileos. Según ellos, nada bueno, nada de valor, nada excepcional, podía salir de ese oscuro y marginal espacio geográfico de Palestina.
La región de Galilea, según la opinión corriente en ese tiempo, no contaba con el favor de Dios: «… ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta» (Jn 7.52). De Galilea, según los prejuiciados judíos de Jerusalén, ningún profeta o mensajero de Dios había emergido. Y, como se sabe, «Jesús era oriundo de la aldea, nada importante, de Nazaret, lo cual no constituía precisamente una recomendación» (Theissen 2005:168).
De las referencias del cuarto evangelio y de la información actual que se tiene sobre Galilea, se puede deducir que, en el primer siglo, los habitantes de esa región eran despreciados y tratados como insignificantes. Galilea estaba considerada como:
Una región de poca importancia. Casi ignorada en el Antiguo Testamento, «comarca de los gentiles» será llamada en Isaías 8.23 (texto citado por Mt 4.15, 16), los evangelios la mencionarán sin embargo repetidas veces. Se trata de una región despreciada por los habitantes de Judea en donde se encuentra Jerusalén. Galilea es zona provinciana, vecina a poblaciones paganas e influida por ellas en su habla de marcado acento… en sus costumbres y en sus poco ortodoxas prácticas religiosas. Nada bueno puede salir de Galilea, de eso están convencidos los buenos judíos (Gutiérrez 2004:196–197).
En el primero siglo, la situación de pobreza y marginalidad de Galilea, contrastaba notoriamente con los privilegios que tenía la ciudad de Jerusalén como centro religioso, político, cultural y económico de Palestina.2 La diferencia entre Galilea y Jerusalén era notoria. Mientras que Galilea era sinónimo de marginación y exclusión, Jerusalén disfrutaba de una serie de privilegios que ahondaban aún más las diferencias. Esa realidad explica por qué los orgullosos judíos de Jerusalén trataban con desdén a los incultos galileos, como se puede inferir de la referencia registrada en Hechos de los Apóstoles, con respecto a las personas que procedían de Galilea: «…ántropoi agrammatoí kai idiotai… […gente sin estudios ni preparación…]» (Hch 4.13). A los despreciados galileos se les reconocía por su dialecto, su forma peculiar de hablar, distinta a la de los judíos de Jerusalén (Mt 26.73).
Un autor resume así el contraste social y político que existía entre Galilea y Jerusalén durante los años en los cuales Jesús de Nazaret recorría las ciudades y aldeas de ese espacio geográfico:
En los tiempos del ministerio de Jesús, como resultado de las inmigraciones producidas desde Judea en busca de mejores condiciones de vida, había en Galilea muchos desheredados, hombres sin patria. Es muy posible que toda Galilea estuviera superpoblada en