Además, el día de la elección, según el plan, el diseño muestral de las encuestas de salida se realizaría en función de las 320 casillas seleccionadas, así como de “las casillas ubicadas en secciones electorales probadamente priistas”. La difusión de esas encuestas sería a través de televisión nacional, para lo cual —advierte el documento— se requería una negociación especial y superior con los directivos.
Por último, el texto señalaba que, de acuerdo con las circunstancias, el candidato del PRI podría comparecer alrededor de las 22 horas del domingo 5 (el día de la elección) ante los medios de comunicación para reconocer su ventaja irreversible, subrayando que serían las autoridades del Instituto Electoral del Estado de Zacatecas (IEEZ) las que difundirían los resultados oficiales.
Durante la entrevista, Andrés Manuel refirió también que estos lineamientos fueron aplicados rigurosamente y hubieran llegado a su objetivo de no ser porque un desconocido le entregó varias audiocintas el día de la elección. Como lo expresó el ahora presidente, cuando escuché las cintas, mi reacción fue de sorpresa absoluta, pues aunque sabía que las tendencias y la voluntad popular me favorecerían, la posibilidad de que se cometiera un fraude era latente y cercana.
En una de las grabaciones, poco después del cierre de las casillas, se escuchaba al gobernador saliente de Zacatecas, Arturo Romo (AR), quien comunicaba a José Ascención Orihuela (AO) —secretario de la Segunda Circunscripción Regional del CEN del PRI— la estrategia que había llegado “desde arriba”; por su relevancia vale la pena transcribir un segmento:19
AR: Bueno, falta un elemento, no solamente la protesta, sino que las encuestas de salida, de empresas serias, arrojan un virtual empate con ligera ventaja para el partido. Y en esa virtud nadie se puede pronunciar en estos momentos, sino hasta que se cuente.
AO: Aquí hay que decir que en los municipios donde se hizo la encuesta...
AR: ¿Saben qué, Chon? [lo interrumpe] Estoy pasando una instrucción de allá arriba.
AO: Está bien.
AR: Aquí mi obligación es decirte lo que así fue exactamente, ¿no?
AO: Okey.
AR: En ese sentido, en los municipios donde se realizó la encuesta, aún en ésos, tenemos una ligera ventaja, pero que, como somos un partido responsable, vamos a esperar...
AO: A que se den.
AR: ... a que den los resultados los órganos responsables. Punto. Hasta ahí, no más, mano. Y a las siete de la noche va a corregir ya la televisora, porque además no hicieron un trabajo serio. Me consta a mí.
AO: A todos, yo ya se lo informé al presidente.
AR: Sí. Y es importante que salga con fuerza esa declaración, ¿no?
AO: Muy bien.
Con base en la información de ésta y de las otras cintas, Andrés Manuel tomó la decisión de telefonear a la otrora residencia presidencial, Los Pinos. La llamada se dio alrededor de las 9:20 horas; al otro lado de la línea estaba Liébano Sáenz, secretario particular del entonces presidente Zedillo. Sin temor alguno, fiel a sus convicciones democráticas, Andrés le comunicó que tenía información de que se fraguaba un fraude electoral en Zacatecas: “Dile [al mandatario] que tengo unas grabaciones sobre ese operativo. Y como botón de muestra, que le pregunte a Labastida si habló con Salazar Toledano alrededor de las nueve de la noche sobre esto. Infórmale que si no dan marcha atrás, denuncio ahora mismo el operativo y doy a conocer las grabaciones”.
La respuesta del funcionario fue que se lo comentaría al presidente Zedillo, y que le hablara en media hora. Pasado ese tiempo, llamó nuevamente a Liébano. “Me quiso apretar —dijo Andrés Manuel— con el argumento de que era ilegal grabar conversaciones telefónicas”. Él le reviró que ése no era el asunto, sino que se exigía que se respetara la elección, a lo que el secretario particular contestó que el presidente no sabía nada, y que siempre actuaba con legalidad. Andrés terminó diciendo que lo que necesitaba era una respuesta, y que, si no se daba, haría público el operativo. Su interlocutor respondió con molestia, casi gritando: “¡Ten confianza, Andrés Manuel! Espera el reporte de la televisora a las 10 de la noche”.
Transcurrieron cuatro horas y había un silencio casi total de los medios de comunicación nacionales y locales, esperando que el fraude se impusiera. Aún recuerdo aquel momento cuando, a la hora señalada por Liébano, el locutor Guillermo Ortega salió al aire para decir que el PRD estaba arriba en Zacatecas. Entonces Andrés me pegó una palmada fuerte y me dijo: “¡Ciudadano gobernador!”. Después de tantos sinsabores, de angustias y frustraciones, de resistir ataques constantes, de mantenernos firmes, por fin empezaba a pensar que podría tomar un respiro.
Habíamos rentado dos habitaciones en el Hotel Emporio, en una se encontraban mi esposa María de Jesús, mis hijas Caty y María, y mi hijo Ricardo; y en la otra, Andrés Manuel y yo. El hotel está frente al Palacio de Gobierno, así que por vez primera lo vi de manera diferente, pensé que ese lugar sería mi segunda casa por seis años, y desde ahí podría impulsar todos los proyectos e ideas que había estado pergeñando durante tanto tiempo, parecía que el sueño se convertiría en realidad.
No puedo olvidar que en el hotel pasé las horas más angustiosas de todo el proceso electoral, pero al mismo tiempo las más excitantes y alentadoras: por un lado, conforme iban llegando las actas se iba confirmando que habíamos triunfado y, por el otro, la gente, muy entusiasmada, comenzaba a reunirse en la Plaza de Armas y a usar el claxon de sus vehículos expresando su apoyo por haber logrado una victoria que parecía imposible; nos habíamos enfrentado al régimen, y lo habíamos derrotado. La verdad fue que el carácter de AMLO, como dirigente político, defendió la voluntad popular de las zacatecanas y los zacatecanos, hecho que me vinculó políticamente con el movimiento que abanderó y dirigió.
Andrés Manuel recordó que había sentenciado lo que también se convertiría en una predicción para las elecciones en las que él mismo competiría para obtener la presidencia. Así lo anticipó al final de aquella multicitada entrevista: “Es indudable que fue una elección de Estado. Logramos pararla, pero es increíble que el presidente Zedillo no haya estado enterado de eso, como resulta increíble que no esté enterado de otras elecciones de Estado, como las de Guerrero, Quintana Roo y otros estados, en las que participaron los mismos mapaches”.
En aquel momento la magnitud del operativo en mi contra no se había limitado a las fronteras nacionales, pues —en una de estas actitudes propias del conservadurismo imperante en esa época— incluso se intentó involucrar a los Estados Unidos de América para que, mediante señalamientos falsos, me vincularan a actividades ilícitas; hecho que tiempo después fue confirmado por el entonces embajador de ese país en México, Jeffrey Davidow.
En su libro El oso y el puercoespín, el exembajador escribe:20
Las autoridades mexicanas querían involucrar a la DEA en una operación encubierta contra Monreal en los días previos a las elecciones estatales. La Fiscal General [de Estados Unidos] Janet Reno me pidió que pasara por su oficina. Ella me pidió mi opinión. Respondí que, si el tipo estaba sucio, también lo estaría después de las elecciones, pero que sospechaba que la información y el esfuerzo de colaborar contra él podrían haber sido motivados políticamente. Ella estuvo de acuerdo. No hicimos nada. Monreal ganó. El gobierno nunca volvió a plantear el problema.21
Después de la publicación de ese libro, fui convocado a una cena en la casa de Pablo Reimes, a la que también asistió Davidow, así como diversos integrantes de la clase empresarial de Zacatecas, como Pedro Lara, Isauro y Eduardo López, Ismael Gutiérrez, Guillermo Muñoz, Carlos Lozano y Juan Zesati, entre otros. Davidow habló —en entrevista— sobre este capítulo, señalando que:
En el caso de Monreal la información llegó a través de una agencia del gobierno