Queremos hijos felices. Silvia Álava. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Silvia Álava
Издательство: Bookwire
Серия: Tu vida en positivo
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788415131601
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son los padres evitando, por ejemplo, gritar.

      icono Entrenarse en utilizar la comunicación no verbal será de gran utilidad. Será una herramienta muy poderosa.

      icono Una mirada firme a tiempo ahorra muchos gritos.

      Ya hemos comentado que es muy habitual que los padres generen un sentimiento de culpa porque no pueden estar todo el tiempo que les gustaría con sus hijos. Pero eso no exime de la responsabilidad de su educación. No es justificable decir a todo que sí para que el niño esté contento el poco tiempo que está con su padre o cargarle de juguetes para compensar su falta.

      Es importante que, aunque se disponga de poco tiempo, los progenitores pongan normas y límites a los niños y que aprendan a decirles «no».

      Uno de los problemas más habituales que observamos en la práctica diaria como psicólogos infantiles es la falta de normas y de límites que hay en muchos hogares, lo que en absoluto beneficia a los niños, dado que no les ayuda a situarse. Los niños necesitan unas normas y unos límites que favorezcan su correcto desarrollo emocional. Los problemas relacionados con la conducta ocupan casi el 40 % de los casos que se observan en la clínica infanto-juvenil, y el 49,8 % de entre los menores de doce años[2].

      En muchas ocasiones nos encontramos con niños que se han convertido en unos expertos manipuladores. En estos casos un error muy típico es ceder para evitar males mayores pensando que esto pasará con el tiempo, porque así lo único que conseguimos es que el niño cada vez tenga menos autocontrol. Hay que decir que no y cuando hagan algo prohibido deben saber que habrá consecuencias. Para ello es clave que los padres asuman la importancia de los límites y de las normas en los hijos, que sepan que son necesarios y que precisamente por ello tienen que saber decir «no» y, sobre todo, desterrar el miedo a que les dejen de querer. En muchas ocasiones los niños están probando, quieren saber hasta dónde pueden llegar y es entonces cuando los padres deben conocer como cortarles a tiempo.

      Los adultos se tienen que mostrar firmes pero cariñosos, atentos y cercanos. El niño tiene que sentir que puede contar con su padre o su madre cuando los necesita, pero eso no implica que cedamos a sus caprichos o antojos. Se pueden negociar las normas que hay que seguir, pero nunca se debe dejar que sean ellos los que marquen los límites. Los padres deben mantenerse firmes y seguros respecto a las normas fijadas; de nada sirve desesperarse y trasmitir inseguridad.

      Otro de los problemas con que nos encontramos con mucha asiduidad en la práctica diaria es la sobreprotección. Muchos padres sobreprotegen a sus hijos, tratándoles como si fueran más pequeños y con eso no están favoreciendo su correcto desarrollo emocional ni su autonomía. Los chicos pueden sentir miedo por tenerlo todo demasiado fácil.

      Los adultos deben permitirles que desarrollen sus propias estrategias, que resuelvan sus problemas y conflictos. Pero, a su vez, han de estar siempre presentes, en un segundo plano, para evaluar su forma de relacionarse con el mundo y encauzarles en todo momento para que sean tolerantes y respetuosos, para que sepan escuchar, compartir, aprender, observar y desarrollar el sentido común. Dada la importancia de este tema, también le hemos dedicado un capítulo completo[3].

      El sentimiento de culpabilidad no ayuda en absoluto, nos quita fuerzas y energías para afrontar el día a día y nos hace ­cometer más errores, como no poder límites a los niños, no decirles que no cuando es necesario o caer en la sobreprotección.

      Cuando surge una situación en la que un progenitor da por hecho que resolver un problema o hacer algo determinado con el hijo es responsabilidad del otro y él o ella no ha asumido su parte, hay que efectuar un análisis para saber qué ha conducido a esa interpretación. Hay que pararse a observar qué es lo que hace cada uno de los adultos implicados.

      Según nuestra experiencia, en la mayoría de los casos lo que se ha producido es un problema de comunicación. En las parejas se instaura una especie de norma que se basa en que «como siempre lo ha hecho él o ella» queda establecida como una especie de «ley universal», por la cual esa tarea en concreto la tiene que seguir haciendo el mismo progenitor durante el resto de su vida. Esto ocurre incluso con mayor frecuencia cuando las situaciones están relacionadas con los roles de la pareja; por ejemplo, la madre es la que elige y prepara la comida; es ella la que compra la ropa y decide qué se pondrán los hijos en cada una de las ocasiones; es la que lava y plancha la ropa…

      Por ello, en pareja, y más aún cuando hay niños, es crucial cuidar la comunicación, buscar momentos para hablar, conversar… partir de la premisa de que no se debe dar nada por supuesto, y tener muy claro que la educación no se delega, que ambos progenitores son igual de responsables y que, por tanto, se trata de un trabajo en equipo, en el que el objetivo se establece en común.

      La educación no se delega y ambos padres son responsables de la educación del niño. No se aceptarán excusas tales como «eso te tocaba a ti».

      Una de las reglas de oro de la educación es que los padres intentarán seguir la misma línea y no mostrarán conductas y actitudes contradictorias, especialmente delante de los niños. En educación, el escenario de «poli bueno-poli malo» no funciona; los niños necesitan que ambos adultos vayan al unísono marcando las reglas y los límites y que los hijos les vean seguros, que sepan que no pueden manipular a los padres diciendo que «papá me deja o mamá me lo daría». En tal situación, cuando no se muestra ni firmeza ni confianza, que es lo que los niños necesitan, estos enseguida aprenden qué cosas deben pedir a su madre y cuales a su padre, porque así tienen más probabilidades de conseguir su capricho.

      Para facilitar que ambos padres sigan la pauta educativa, lo mejor es que las normas y los límites sean muy claros y estén establecidos de antemano para que, así, ambos progenitores mantengan idéntica línea y no tiendan a contradecirse.

      Otra pauta que ayuda es que cuando el padre o la madre inicia la «negociación» con el niño, sea este quien la acabe. De esa forma no habrá contradicción posible y, ante todo, hay que utilizar el sentido común, que en educación es fundamental aunque muchas veces sea el sentido más olvidado.

      1. Lo primero que es necesario tener en cuenta es la idea de equipo –«Somos un equipo»–, y eso implica trabajar en equipo; es decir, aunque las tareas estén repartidas, eso no significa que siempre las tenga que hacer la misma per­sona.

      2. La flexibilidad será fundamental para que el equipo funcione. Se trata de conseguir entre los dos el objetivo marcado, no tanto de ver quién lo ha hecho (de apuntarse un tanto individual). Por eso, si en una determinada situación uno de los dos no puede hacerse cargo de la tarea o está en peores condiciones para ello, el otro puede realizarla sin que suponga una pelea ni lo anote como un favor personal hacia su pareja.

      3. Asignemos las tareas en función de los horarios. Por ejemplo, si el padre o la madre llega a casa del trabajo a las 20:30 h, lo más razonable será que el que esté en casa sea el que vaya bañando a los niños.

      4. Las tareas también se pueden repartir en función de los gustos. No obstante, todo esto será negociable y es importante dejar establecido que en cualquier momento se pueden reasignar y volver a repartir.

      5. No olvidemos que una parte fundamental será trabajar la autonomía del niño, por lo que hay que ir asignándole progresivamente una mayor responsabilidad en el seno del hogar. Por ejemplo, llevar el pañal a la basura cuando son pequeños; meter la ropa sucia en la lavadora o en el cesto según vayan creciendo; ayudar a poner la mesa, etc.

      6. Los adultos no deben asumir las