Queremos hijos felices. Silvia Álava. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Silvia Álava
Издательство: Bookwire
Серия: Tu vida en positivo
Жанр произведения: Сделай Сам
Год издания: 0
isbn: 9788415131601
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De nuevo, focalizando directamente la conducta que hay que extinguir, o aludiendo a las normas que tenemos en casa o en la familia.

      «Cuando lleguemos a casa te vas a enterar» / «Cuando lo sepa tu padre o tu madre te vas a enterar».

      Consecuencias: Con frases de este tipo, el niño puede percibir poca autoridad en la madre o en el padre, que tiene que recurrir a una segunda persona. Los niños necesitan que sus padres sean por sí mismos fuentes de autoridad para sentirse seguros.

      Alternativa: Las consecuencias de la conducta tienen que ser inmediatas, y ya hemos señalado que lo que mejor funciona es la extinción –«Cuando te estás portando así yo no te hago caso»–, con las amenazas el niño sigue consiguiendo la atención del ­adulto.

      «¡Aparta; estoy harta de que estés siempre pegado a mí!».

      Hay niños a los que les cuesta mucho estar o jugar solos y piden continuamente que sus padres estén con ellos y les presten atención.

      Consecuencias: El niño lo puede vivir como un rechazo, como una falta de cariño, lo que puede incrementar su inseguridad.

      Alternativa: «Ahora mamá / papá está haciendo la comida (o lo que corresponda en ese momento) y hasta que termine tú tienes que jugar solito. Cuando mamá / papá termine te irá a buscar y haremos algo juntos».

      «Como suspendas, te llevo a un internado».

      Consecuencias: No podemos amenazar con nada que no vayamos a cumplir, ya que perderemos nuestra credibilidad. Si realmente no vamos a llevarle a un internado no debemos pronunciar esa frase.

      Alternativa: Los niños funcionan mejor con los estímulos positivos: «Seguro que te va a salir bien el examen, lo vas a aprobar»…

      «Menos mal que tu hermano se porta bien (o hace tal cosa bien), porque tú...».

      Consecuencias: Entrar en comparaciones entre hermanos es complicado; no es bueno compararlos, cada niño es diferente y, sobre todo, debemos evitar las etiquetas de «hermano bueno» vs. «hermano malo».

      Alternativa: Haremos caso al hermano que se esté portando bien, que es el que tiene que salir reforzado, es decir, el que tiene que tener una mayor atención, sin entrar en comparaciones, dado que mientras criticamos al que se porta mal, es este el que está acaparando la atención del adulto.

      «Si sigues portándote mal, vendrá el hombre del saco (o el coco) y te llevará».

      Consecuencias: Provocamos un miedo irracional en los niños.

      Alternativa: «No te vamos a hacer caso hasta que te portes bien».

      «Deja de llorar como una niña. Los chicos no lloran».

      Consecuencias: Además de entrar en juicios de tipo sexista, podemos hacer que el niño inhiba la expresión de sus sentimientos.

      Alternativa: Tendremos que distinguir entre el llanto de llamada de atención, al que extinguiremos con frases como «No se lloriquea» (independientemente del sexo), de aquel que se desencadena cuando el niño tiene un problema. En este último caso, lo consolaremos y trataremos de ponernos en su lugar para ayudarle.

      icono Utilicemos palabras que ellos entiendan.

      icono Seamos claros, no ambiguos.

      icono Seamos breves.

      icono Asegurémonos de que nos están atendiendo cuando hablamos.

      icono Mantengamos nuestra palabra, tanto en promesas como en advertencias.

      icono Escuchémosles, prestémosles atención y no les interrumpamos cuando hablan.

      No debemos olvidar que la principal fuente de aprendizaje de un niño es el modelado. Los niños copian lo que ven, y sobre todo lo que ven en sus adultos de referencia, que principalmente son sus padres y sus hermanos mayores. Por eso es fundamental no caer en la trampa de exigir al niño que no manifieste una determinada conducta, si los padres sí que lo hacen, pensando que el niño va a entender que es una excepción y los mayores están exentos de dicha norma. Por ejemplo:

      icono Si le decimos que no hay que gritar, los padres son los primeros que deben cumplir la norma y no gritar.

      icono Si se le dice que no se debe pegar, por muy desesperados que estén los padres, tampoco ellos deben darle un cachete.

      icono Si se le dice que no mienta, los adultos deben predicar con el ejemplo y no buscar excusas para sus mentiras de adultos.

      Cuidado: los hijos copian lo que ven a sus padres. No exijamos justo lo contrario de lo que nosotros hacemos.

      Es normal que el niño suelte frases del tipo: «Papá, ¿por qué has mentido?, nos has dicho que no se miente». Instaurar unas normas en la familia facilitará mucho la educación de los hijos; pero dichas normas han de cumplirlas todos los miembros, empezando por los mayores. Órdenes tan básicas como «no grites», o «no llores» cuando el niño monta una pataleta, pierden mucha efectividad si el adulto las emite gritando. El objetivo será permanecer con un tono de voz frío, pero sin mostrar alteración.

      En el caso de niños más pequeños, preguntarán por qué los padres se han saltado la norma, porque no lo entienden. Si se ha fijado una pauta, ¿por qué para los mayores no vale? Según van creciendo, cada vez son más conscientes de las incoherencias educativas de sus padres, y ese «no entender», da lugar a un sentimiento de injusticia –«¿Por qué yo no puedo gritar y papá y mamá gritan constantemente?», «¿Por qué me dicen que eso no se hace si ellos lo hacen?…»– que, llegada la adolescencia, puede incluso desembocar en un acto de rebeldía: «Voy a comprobar lo injusto que es el hecho de que yo no pueda hacer esto pero mis padres sí». Se debe seguir teniendo cuidado, dado que en esta edad, aunque aparentemente los adolescentes no necesitan a sus padres, siguen precisando de su cariño y comprensión ya que a pesar de su aparente rechazo todavía dependen de ellos.

      Con los adolescentes todo se vuelve más complicado. Cuando queremos instaurar en ellos conductas sanas, la dificultad aumenta si su modelo familiar actúa en sentido contrario. Por ejemplo, ¿con qué fuerza moral le explicamos que él no puede fumar si los padres lo hacen? Con esta actitud favorecemos la disonancia cognitiva que se crea en torno a estas conductas: «Sé que fumar o beber es malo, pero aún así lo hago, y muy perjudicial no debe ser, si además mis padres lo hacen».

      Los niños tienen una gran capacidad de observación. Perciben perfectamente lo que sus padres hacen, cómo les educan, y detectan sus incoherencias educativas. Por ello, es necesario intentar que estas desaparezcan. En el caso de que los niños pillen a los padres en un renuncio –que seguro que alguna vez ocurrirá–, no se debe dar la vuelta a la situación con explicaciones que suelen ser más largas de lo deseado, y que muchas veces están por encima de su propio desarrollo cognitivo. Será mucho más efectivo aplicarse la misma consecuencia que se impone a los hijos.

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