La idea era muy estimulante. Acercó la escalera hacia el final del corredor y subió hacia la parte superior del estante. Intentó retirar el libro de madera, pero este no cedió.
–Probablemente, haya estado aquí por siglos –especuló.
Brystal intentó sacar el libro nuevamente con todas sus fuerzas, pero no se movió. Uno de sus pies se resbaló de la escalera, ya que había usado todo su peso para aflojarlo, pero eso ni siquiera sirvió. No importaba cuánta fuerza hiciera, el libro de madera no se apartaba del estante.
–¡Debe estar atornillado! ¿Qué clase de persona enferma clavaría un libro a… ¡AAAAAAHH!
Sin advertencia, Brystal y la escalera fueron empujadas al piso por algo grande y pesado. Cuando levantó la vista, descubrió que toda la estantería se había apartado de la pared y daba lugar a un pasadizo escondido largo y oscuro. Pronto comprendió que el libro de madera no era un libro, sino ¡una palanca que abría una puerta secreta!
–¿Hola? –preguntó Brystal con nerviosismo hacia el pasadizo–. ¿Hay alguien ahí?
Lo único que escuchó fue el eco de su propia voz.
–Si alguien puede oírme, lo siento –dijo–. Solo estaba limpiando el estante y se abrió. No esperaba encontrar una puerta hacia… hacia… dónde sea que lleve este pasadizo terrorífico.
Una vez más, no obtuvo respuesta. Brystal asumió que el corredor oculto estaba igual de vacío que el resto de la biblioteca y no vio ningún peligro en inspeccionarlo. Tomó un farol y caminó lentamente por el pasadizo para ver hacia dónde llevaba. Al final, se encontró con una puerta de metal con una placa atornillada a esta que decía:
SOLO PARA JUECES
–¿Solo para Jueces? –leyó en voz alta–. Qué extraño. ¿Por qué los Jueces necesitarían una habitación secreta en la biblioteca?
Sujetó el picaporte y su corazón comenzó a agitarse al comprender que estaba abierta. La puerta de metal crujió al abrirse y el eco resonó por toda la biblioteca vacía detrás de ella. La curiosidad le nubló el juicio y, antes de poder detenerse, ignoró el letrero y cruzó la puerta.
–¿Hola? ¿Hay alguien aquí? –preguntó–. Una sirvienta inocente va a pasar.
Al otro lado de la puerta, Brystal se encontró con una habitación pequeña de techo bajo. Por suerte, estaba vacía tal como lo había imaginado. Las paredes no tenían ventanas ni cuadros, sino que estaban cubiertas por estantes negros. El único mueble que había era una mesa pequeña con una única silla en el centro de la habitación. Encontró un candelabro vacío sobre la mesa y un perchero a un lado de esta con solo dos ganchos: uno para un sombrero y otro para un saco. A juzgar por los pocos muebles, Brystal comprendió que la habitación estaba diseñada para solo ser usada por un Juez a la vez.
Se colocó sus gafas de lectura y levantó el farol hacia un estante para ver qué clase de libros guardaban en esta biblioteca secreta. Para su sorpresa, la colección de los Jueces era escasa. Cada estante contenía menos de una docena de obras y cada libro estaba junto a una pila de papeles. Brystal tomó el libro más pesado del estante que tenía más cerca y leyó la portada:
HISTORIA Y OTRAS MENTIRAS
Por ROBBETH FLAGWORTH
El título era difícil de leer porque el libro estaba cubierto de cenizas. Brystal acercó el farol más cerca y vio que la portada del frente tenía un sello con unas letras enormes:
–¿Prohibido? –leyó en voz alta–. Bueno, eso parece tonto. ¿Por qué alguien necesitaría prohibir un libro?
Abrió el libro y leyó la página en la que quedó. Luego de leer por encima algunos párrafos, encontró una respuesta:
Uno de los mayores engaños de la “historia” registrada fue la razón que llevó a la Ley de Desgarrificación del 339. Durante cientos de años, se le contó al pueblo del Reino del Sur que el Rey Champion VIII desterró a los trolls por actos de vulgaridad, pero esto no fue nada más que propaganda para encubrir una conspiración macabra en contra de una especie inocente.
Antes de que la Ley de Desgarrificación del 339 fuera promulgada, los trolls eran participantes activos y respetados de la sociedad del Rey del Sur. Eran artesanos muy talentosos y construyeron muchas de las estructuras que hoy podemos ver en la plaza central de Colinas Carruaje. Vivían en tranquilidad en las cavernas de la región sudoeste y se los consideraba una minoría pacífica y reservada.
En el 336, mientras expandían sus cavernas en el sudoeste, los trolls descubrieron una gran cantidad de oro. En ese entonces, el Reino del Sur aún estaba muy endeudado por la Guerra Mundial de las Cuatro Esquinas. Al enterarse de las riquezas recién descubiertas de los trolls, Champion VIII declaró que el oro era propiedad del gobierno y les ordenó a los trolls que la entregaran de inmediato.
Legalmente, los trolls tenían todo el derecho a quedarse con su descubrimiento y se negaron a acatar las órdenes del rey. Como represalia, Champion VIII y sus Jueces Supremos orquestaron un plan siniestro para manchar la reputación de los trolls. Esparcieron rumores desagradables y falsos sobre el estilo de vida de los trolls y su comportamiento y, luego de un tiempo, todos los residentes del Reino del Sur los creían. El rey desterró a los trolls hacia el Entrebosque, les quitó el oro y saldó la deuda del Reino del Sur con éxito.
Lamentablemente, los líderes de los reinos aledaños se vieron inspirados por la Ley de Desgarrificación del 339 y usaron el mismo método para saldar sus propias deudas. Pronto, los trolls fueron saqueados y desterrados de los cuatro reinos. De todos modos, otras especies inteligentes salieron a defender a los trolls, pero sus esfuerzos solo los llevaron a sufrir un destino similar. Juntos, los líderes del mundo promulgaron la Ley de Gran Limpieza del 345, la cual expulsaba de sus reinos a toda criatura hablante que no fuera humana.
Las poblaciones de trolls, duendes, ogros y goblins perdieron sus hogares y posesiones y fueron obligados a vivir en las condiciones extremas que les propiciaba el Entrebosque. Con recursos limitados, las especies no tuvieron otra elección más que recurrir a las medidas primitivas y barbáricas de supervivencia por las que se los conoce y teme hoy en día.
Los llamados “monstruos” del Entrebosque no son enemigos de los humanos, sino sus propias creaciones.
Brystal tuvo que leer el fragmento dos veces antes de comprender por completo lo que decía. ¿Acaso Robbeth Flagworth estaba exagerando o la Ley de Desgarrificación del 339 era tan deshonesta como daba a entender? Y a juzgar por el tamaño de su libro, si el autor tenía razón, entonces la historia del Reino del Sur estaba plagada de mentiras.
Al principio, la idea de que la historia fuera deshonesta le resultó difícil de entender a Brystal. No quería creer que un tema del que sabía mucho estuviera repleto de mentiras, pero cuanto más pensaba en ello, más posible parecía. Después de todo, el Reino del Sur era un lugar descaradamente defectuoso y opresivo, ¿por qué debería creer que era un lugar honesto?
Brystal continuó mirando los estantes y eligió otro título que llamó su atención:
LA GUERRA A LAS MUJERES
Por DAISY PEPPERNICKEL
Al igual que el libro anterior, La guerra a las mujeres estaba cubierto de cenizas y llevaba el sello con la palabra prohibido. Con un rápido vistazo a sus páginas, Brystal se sintió instantáneamente cautivada por el tema: