Un teniente para lady Olivia. Verónica Mengual. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Verónica Mengual
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417474768
Скачать книгу
quien señala lo evidente, mi querida Olivia?

      ―Ryan sigue haciendo eso que has hecho. ―El teniente comprendió y movió sus dedos en su delicado botón como había hecho hacía un instante.

      ―¿Esto? ―El teniente dio más ímpetu al roce y ella gritó de nuevo, esta vez de necesidad.

      ―Síííí. ―Él aprovechó para hundirse hasta el fondo. Ella le salió al paso.

      ―Eres demasiado estrecha y me pondré en evidencia si sigues moviendo así tus caderas.

      ―¿No lo estoy haciendo bien?

      ―Demasiado bien.

      ―¡Ah! ―Ella comenzó a mecerse con más necesidad para buscar eso que su cuerpo le imploraba que volviese a ocurrir. Estaba cerca, tan cerca, que casi quiso llorar cuando finalmente lo logró.

      Ryan pensó que había muerto y esto era el cielo. Era tan maravillosa que asustaba. El teniente sabía que debería dejar su cavidad vacía en el momento adecuado, pero la cosa no era fácil de hacer... Es lo que haría un caballero. Bueno, ciertamente un hombre honrado no estaría arrancando la virtud a una joven dama casadera, pero la tentación era demasiada para dejarla de lado. Era tan complicado hacer lo correcto dentro de lo incorrecto que se permitió un momento de más para ser humano y disfrutar... Un grito, esta vez de él, rompió el silencio del interior del habitáculo.

      ―Tan condenadamente perfecta que me has arruinado a mí también, preciosa.

      ―¿Qué es esto? ―preguntó, mientras tocaba con la mano unas pocas gotas que él había dejado en ella.

      ―Mi semilla.

      Olivia lo comprendió porque no era del todo desconocedora de la situación entre un hombre y una mujer que compartían intimidad.

      ―Me has convertido en un verdadero granuja. Espero que haya valido la pena. ―Tras el placer llegaron los remordimientos. Estaba enfadado consigo mismo por sucumbir ante ella. En estos momentos entendió a Adán. Era lógico que se dejase tentar por Eva. Él también hubiese mordido la manzana gustoso. De hecho, la estaba cubriendo con la ropa para no volver a caer en el delirio de la seducción.

      ―Si no hubieses sido tú, otro lo habría hecho. ―Lo oyó gruñir y Olivia supo que no debió haber dicho eso jamás. Lo dijo para evitar que él se sintiese culpable. Falló en su cometido porque lo había herido. Su cara así lo demostró.

      ―Entonces, enhorabuena, milady, ya está desvirgada y lista para el siguiente. Le daré un consejo gratuito: no permita que ninguno de sus futuros amantes deje su semilla en su interior si no quiere acabar criando a un niño no deseado.

      El carruaje se detuvo y ella se vio en la calle, ante la casa de sus padres sin poder ni tan siquiera despedirse del hombre más maravilloso que una vez conoció. Lo vio partir y quiso llamarlo y suplicarle que no se marchase, que la hiciese su esposa. Bien era cierto que no estaba enamorada de él, ¿verdad?... pero si él le hacía lo que le acababa de hacer de modo seguido, probablemente acabaría desarrollando un lazo afectivo más allá de la atracción y el placer que había sentido.

      Entró en casa de sus padres y subió a su habitación lamentando la decisión que había tomado sobre permitir que el teniente le hiciese el amor. Nada tenía que ver con remordimientos o culpabilidad, simplemente, Olivia no concebía un futuro en el que no pudiese yacer cada noche con el hombre que le acababa de descubrir el mundo carnal. ¿Cómo sería capaz ella de poder vivir sin el placer sexual que el teniente le acababa de mostrar? ¿Sin Ryan?

      Esa noche prescindió de los servicios de su doncella para quitarse la ropa. Pidió un baño y se sintió decepcionada cuando al quitarse las joyas vio que le faltaba la pulsera del conjunto de diamantes que su padre le había regalado en su decimosexto aniversario.

      No tenía idea de dónde podía estar, así que no se mortificó. Se vistió de lacayo y discretamente salió directa para enfrentarse con su futuro.

      Capítulo 1

      Misiones

      ¿Cómo podían dejarse bigote los hombres? Olivia, para meterse más en su papel de sirviente masculino decidió utilizar uno y estaba siendo una auténtica pesadilla. Estaba más pendiente de la molestia que ese falso pelo le estaba provocando, que de su hermano Angus.

      Llevaba sirviendo en casa del señor Colton tres días porque la reunión a la que iba a acudir Angus era en ese lugar y ella no se fiaba de que su hermano saliese airoso del encuentro.

      La estrategia de Angus era jugar a las cartas y luego escabullirse para robar una documentación del despacho del anfitrión. Y, pese a que lord Pembroke ―su hermano― era bueno en su trabajo, ella no confiaba en que el señor Michael Colton, un banquero que aparentaba ser un zorro con piel de cordero, se dejase engañar.

      Ambos lo habían seguido desde hacía tres meses y se reunía asiduamente con caballeros cuyos nombres figuraban en una lista como sospechosos de traición a la Corona, pero nadie había podido probar nada aún. Esa documentación que figuraba en alguna parte del despacho de Colton era fundamental.

      Angus le había prohibido inmiscuirse en esta última parte del plan. Sin embargo, él estaba loco si pensaba que ella permitiría semejante acción sin su intervención. Hacía poco más de cuatro años que los dos estaban en esto, justo el tiempo que Angus llevaba en Inglaterra después de regresar de Francia. Había sido mucho tiempo, demasiados días, horas, minutos y segundos de investigaciones y seguimientos para dejar en el aire la última de las batallas.

      Con esta misión se cumplía un gran trabajo donde ellos dos habían sido parte activa. Ah, no, ella no iba a ser apartada de la última acción magistral. ¿Quién vigilaría las espaldas de Angus si ella no estaba cerca?

      Olivia dejó de ajustarse el bigote y observó, desde la columna donde estaba apostada pareciendo un sirviente común aguardando órdenes, cómo su hermano se levantaba y abandonaba la partida. Angus había perdido 5000 libras durante la noche. Sin lugar a duda, eso fue parte de la estrategia. Ella habría hecho lo mismo, mantener contento al malhechor y dejar que se confiara para luego asestarle un golpe mortal.

      Pasó largo tiempo y…

      ―Vamos, Angus, date prisa ―susurró Olivia para sí desde la posición en la que se hallaba. Hacía demasiado rato que su hermano había abandonado la estancia. Observó al señor Colton mirar fijamente la silla vacía que dejó lord Pembroke. Terminó la partida y el anfitrión se excusó ante el resto de los caballeros.

      Ese hombre era inteligente y muy cuidadoso con sus tejemanejes. Llegar hasta él fue una tarea muy dura, larga y, en ocasiones, poco gratificante.

      Pasados unos pocos segundos, Olivia abandonó su lugar como segundo lacayo y acudió hacia el despacho. Su olfato le decía que Angus estaba teniendo problemas para localizar la documentación que buscaba. Sacó una pequeña pistola de su bolsillo para estar preparada.

      Se acercó sigilosa a la puerta del despacho y oyó las voces.

      ―No creerías que iba a tener mis secretos a la vista de todos, ¿verdad, Cuervo Negro? ―Colton estaba apuntando a Angus con una pistola, quien se encontraba sentado ante el escritorio del anfitrión de la fiesta masculina.

      ―Así que sabes quién soy.

      ―No lo he sabido hasta este momento. Debo confesarte que tu treta como hombre falto de inteligencia es muy convincente. Me engañaste con tus tonterías. Ciertamente pensé que eras un pobre mequetrefe que debería estar internado en un centro mental.

      ―Puede que yo debiera acabar en Bedlam, pero tú acabarás en un agujero mucho peor. Al igual que los lores a los que encubres.

      ―Lo dudo mucho. No has encontrado ese papel que llevan años buscando. ―Esbozó una sonrisa risueña mientras recordaba lo bien que había interpretado ese espía el papel de hombre disipado, inculto e incluso en ocasiones retrasado―. Confieso que estoy realmente