Un teniente para lady Olivia. Verónica Mengual. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Verónica Mengual
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788417474768
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acercarían y menos que les plantarían cara por contemplarlas.

      Los dos caballeros estaban impecablemente vestidos. Uno de ellos gruñó, pero el otro parecía divertido con la escena. Olivia pensó que hizo bien en decantarse por ese que la miraba sonriendo, el otro amargado se lo quedaría Beth, porque ella no lo quería ni conocer. Demasiado duro para su gusto.

      ―Lo lamento si las hemos contrariados, señoritas ―señaló el caballero que tenía la atención de Olivia.

      ―Mucho. Merecen un castigo por ello. ―Oli era la que hablaba. Su amiga estaba muda y el otro caballero parecía desairado.

      ―Soy el teniente Ryan Cross, a sus pies, milady, y este es el capitán Kirk Baldrick. Regimiento 69. ―Los dos hicieron una reverencia y ellas les correspondieron.

      ―Mi amiga es lady Elisabeth McGlen y yo soy lady Olivia Carrington.

      ―Bien, ahora ya no las haremos sentir incómodas por nuestras miradas. Aunque no me parece que las hayamos hecho sentir de ese modo, sino todo lo contrario. ―El teniente mostró una sonrisa seductora y Olivia se arrepintió de no haber optado por el otro hombre. Este, que se erguía seguro ante ella, era presumiblemente más peligroso… al menos para sus sentidos.

      ―¡Es usted un descarado! ―le dijo Olivia exhibiendo su mejor sonrisa. ¿Qué? A ella le gustaba jugar a ese juego. Además, hacía mucho tiempo que no se sentía tentada ante ningún hombre.

      ―No soy yo quien se ha dirigido hacia aquí con el motivo evidente de conocernos, milady.

      La escena era realmente una competición de sonrisa, a cual más seductora que la anterior. Ciertamente era apuesto. Mediría un metro ochenta largo, de cabello castaño y ojos marrones y aunque el color no era resultón, las bellas facciones de su cara hicieron que la joven sintiera… algo que no debería sentir, porque le encantaría besarlo de una manera íntima, tal y como hacían los franceses. Bueno, eso había oído que hacían en Francia.

      ―No soy yo la que ha iniciado esas miraditas con el único motivo de que nos acercásemos, milord. ―Ambos seguían divertidos. Sus dos acompañantes eran los que estaban abochornados.

      ―Touché ―contestó el teniente.

      ―Es hora de entrar en la iglesia ―comentó el capitán con voz seca.

      Olivia se cogió del brazo con el que el teniente le había obsequiado. Beth esperó a ver si el hombre hacía lo mismo… eso no sucedió.

      ―Kirk, haz el favor de escoltar a la señorita ―le llamó la atención el teniente por su falta de modales con la dama. El otro militar gruñó, pero puso a su alcance su brazo y Beth se quedó quieta. No quería ser su acompañante.

      ―Beth ―le susurró su amiga el verla a ella dubitativa. La necesitaba para conocer un poco mejor a este hombre que la tenía escoltada. Él era intrigante.

      ―No muerde, milady, solo gruñe ―le indicó el teniente y acto seguido un nuevo aullido salió de la garganta de su amigo―. ¿Lo ve, milady? No tema. ―Le sonrió al capitán. A uno y a otro les encantaba mofarse entre ellos. Cuando estaban los cinco que componían el grupo masculino todo era más gracioso, pero los otros que faltaban tenían sus propios entresijos también.

      Ryan no había querido acompañar a Kirk en un principio a esta boda, y en estos momentos daba gracias de que el capitán quisiera conocer a un primo lejano que era el siguiente en la línea de sucesión del ducado que su familia ostentaba, pues su buen amigo era el duque de Kensington. Quedaban pocas semanas para partir a la guerra contra Napoleón y era imperativo que Kirk conociese al susodicho sobre el que podría caer la carga del título. Les habían dicho que ese familiar de Kirk estaría en la boda más famosa de todo Londres y ya no pudo negarse a acompañarlo. Ambos amigos odiaban las bodas y tenían muchas ganas de irse de esta, aunque en los próximos días iban a acudir a otro nuevo enlace, porque uno de sus mejores amigos, Samuel Pierce se había decidido en proponérselo a su amada Angela Stuart y sería el último acto antes de inmiscuirse en la gran guerra.

      ―No olvides, Ryan, a qué hemos venido hoy aquí. ―El capitán hubo de recordarle esto al teniente, porque su amigo se veía demasiado a gusto con la joven que llevaba de su brazo.

      Ryan fue el culpable de que los dos hubiesen encontrado compañía femenina. Por supuesto no era esa clase de compañía... Las dos muchachas se veían respetables, si bien la naturalidad de la llamada lady Olivia había sorprendido al teniente, era consciente de que ambas eran damas casaderas y, por tanto, se comportarían con decoro, ¿verdad?

      Ryan las había visto, una estaba de espaldas, pero la otra, la que había llamado poderosamente su atención estaba de frente a él. Sabía que no se tenía que haber quedado mirándola tanto tiempo. Sin embargo, no pudo evitarlo. La estaba viendo y le pareció una mujer muy bella y seductora. Los gestos que había dedicado a su amiga le pronosticaron que las dos estaban cuchicheando y que tanto él mismo como Kirk conformaban parte de la conversación, dado que la joven lo miraba descarada y comenzaba a hablar con su amiga sin apartar la vista de sus ojos. El interés del capitán en la otra muchacha también fue evidente, porque lo había pillado in fraganti observando a lady Elisabeth y entonces tuvo que comenzar a fastidiarlo como siempre hacía para que los dos tuviesen oportunidad de, al menos, conocerlas. Llevaban tiempo debatiendo sobre ir a presentarse o entrar en la iglesia, pero Kirk era tan terco que el teniente optó por abandonar la pretensión y acceder a la catedral. Fue toda una buena ventura que las dos se les acercaran justo en ese instante.

      Ryan era consciente de que no era el momento de coqueteos ni de encaprichamientos. El teniente y el capitán se marchaban a la guerra y una mujer, dos en este caso, no era algo a tener en cuenta. Lo ideal sería averiguar algo sobre ese familiar de Kirk al que habían venido a investigar y salir de allí a la mayor brevedad posible, pero…

      ―Maldito Balzack ―siseó Olivia por lo bajo.

      ―¿Disculpe, milady? ―Ryan la miró asombrado.

      ―Bendita novia ―improvisó la joven.

      ―No ha dicho eso.

      ―¿Insinúa que soy una embustera? ―preguntó con falsa indignación.

      La muchacha era directa, algo que sorprendió gratamente al militar.

      ―No insinúo nada, afirmo que eso no ha sido lo que le he oído decir. ―No iba a amedrentarlo.

      ―¿Entonces para qué me pregunta si sabe la respuesta? ―Si la había oído, ¿por qué diantres quería que recitase eso tan impropio que acababa de decir?

      El teniente tenía a punto una nueva réplica cuando ambos observaron que lady Elisabeth trastabilló. Olivia no se sorprendió, ese bárbaro seguro que había asustado a su buena amiga.

      ―¿Estás bien, querida? ―Olivia se apresuró a preguntar, porque la que tropezaba y acababa en el suelo aposta era ella, nunca Beth.

      ―Sí, Olivia. Ha sido un descuido. ―Las dos damas siguieron caminado tranquilas. Beth le hizo un gesto a su amiga para que no interviniese. Olivia no quería separarse de ella, pero su acompañante, el teniente, la instó a avanzar junto a él.

      ―Es usted una dama muy peculiar. ―Observó Ryan no muy seguro de si eso era bueno o malo.

      ―No soy yo quien ha hecho que mi amiga casi se caiga, su amigo bien podría pasar por el villano de los cuentos de hadas. ―Tal vez no debería decir esto, pero es que ese dichoso capitán se veía…

      ―No es ningún villano y usted ya está muy crecidita para pensar en historias de fantasía. ―Olivia lo miró con una ceja alzada.

      ―Tengo más de veinte años, y me enorgullezco de mi edad, ¿o acaso preferiría encontrarse con una damita de unos dieciséis recién estrenada en sociedad, teniente?

      ―Sin lugar a dudas la prefiero a usted, milady. ―Le sonrió de tal modo que Olivia se quedó sin respiración