La utopía de Jesús. Rubén Dri. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rubén Dri
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9789876911559
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      2. CRITERIO DE COHERENCIA CON EL MENSAJE ESENCIAL

      Dado que predicaba como inminente la venida del Reino, las parábolas del Reino deben ser consideradas como históricas, es decir, pertenecientes al Jesús histórico.

      3. CRITERIO DE TESTIMONIO MÚLTIPLE

      Se consideran como históricos los dichos y hechos de Jesús que se encuentran en todas o casi todas las fuentes, es decir, en los distintos Evangelios y en la fuente Q, especialmente si se encuentran en contextos diferentes. Por ejemplo, la comida de Jesús con los pecadores se halla en los tres Evangelios sinópticos en contextos diferentes.

      4. CRITERIO DE AFIRMACIONES REFRACTARIAS

      Se consideran históricos los dichos y hechos de Jesús que contradicen la tesis del evangelista que los cita. Por ejemplo Lucas narra que Jesús rechaza a su madre y a sus hermanos (Lc. 8, 19-21). Ello va contra la tesis del autor que propone a María como modelo de creyente y conocedora de su misión (Lc. 1,2).

      5. CRITERIO DE EXPLICACIÓN NECESARIA

      Se consideran históricos dichos y hechos de Jesús que son necesarios para explicar un conjunto de sucesos que, de lo contrario, serían inexplicables. Por ejemplo, la conflictividad de Jesús, que desarrollaremos en el capítulo IV de la segunda parte, explica las persecuciones que sufrió y finalmente su muerte en la cruz.

      Con esto podemos estar seguros de que una serie de dichos y hechos de Jesús son históricos. Podemos estar también seguros de que otra serie de dichos y hechos narrados en los Evangelios pertenecen a la visión de fe o a la cristología de las primeras comunidades. Finalmente, quedarán otros hechos y dichos de los que habrá que dudar.

      Por otra parte, tenemos un criterio decisivo para interpretar la orientación general de la práctica y el mensaje de Jesús. Es su opción por el proyecto profético.

      Como lo que nos interesa particularmente es descubrir al Jesús histórico, dirigimos las miradas primordialmente al evangelio de Marcos. El evangelio de Juan –que nos ofrece una teología que denota una temprana maduración conceptual de determinadas comunidades cristianas– presenta dificultades especiales para captar al Jesús histórico, por cuanto el Jesús de la fe que denota la teología del Verbo se halla bastante alejado del Jesús histórico que proclamó que Dios es un «Dios de vivos y no de muertos».

      No significa esto que se trate de una distorsión, sino que el Jesús de la fe que inmediatamente salta a la vista en el evangelio de Juan no es el camino más directo para captar al Jesús histórico, sino el más indirecto que nos presentan los Evangelios, por ser el que se halla cronológicamente más alejado de la vida histórica de Jesús de Nazareth y comportar una elaboración teológica que la aleja del ambiente en el que se desarrolló la práctica de Jesús.

      Como es sabido, “investigaciones precisas han permitido llegar a un primer resultado importante que es admitido hoy, con razón, por la mayoría de los críticos: la llamada teoría de las dos fuentes. Según esta teoría: a) el evangelio de Marcos es el más antiguo que ha sido incorporado en la redacción de los otros dos, aunque de manera diferente; b) además de Marcos (representado desde entonces como M) Mateo y Lucas han utilizado otra fuente común llamada, por su contenido, sobre todo en los medios críticos germánicos, la fuente de los discursos, de los logia o de las sentencias; se ha tomado la costumbre de indicarla con la letra Q”.[8]

      El evangelio de Marcos con toda probabilidad fue escrito en el 71, después de la destrucción del Templo; el de Lucas alrededor del 75, y el de Mateo en el 80. La fuente común primera de Lucas y Mateos es Marcos. De allí la semejanza entre ellos, lo que hizo que se los denominara “sinópticos”. Los matices que los distinguen son debidos a las prácticas diferenciales de las distintas comunidades cristianas a las que expresan, y de otros materiales que les son propios, como parábolas, relatos de la infancia, etc.[9] El evangelio de Juan, por su parte, habría sido escrito alrededor del año 100.

      En consecuencia, el evangelio de Marcos debe ser privilegiado si queremos llegar con la máxima fidelidad posible al Jesús histórico. Ello es así no meramente por ser el evangelio más antiguo, y en consecuencia el más cercano a la vida histórica de Jesús, sino por ser también el más rústico, el menos elaborado teológicamente y que utilizó documentos que probablemente provenían de comunidades cristianas de Galilea.

      Por ello, en nuestra indagación seguiremos los lineamientos de este Evangelio, pero haciendo uso también de los otros, pues todos tienen como trasfondo de su narración el proyecto y la práctica del Jesús histórico y muchas veces agregan elementos de gran valor que no están presentes en Marcos.

      Preferir el evangelio de Marcos no significa creer que en él se nos entrega directamente al Jesús histórico. De ninguna manera. El Jesús que aparece en primer plano es también allí un determinado Jesús de la fe, el de la comunidad de Roma en la época de las persecuciones y de comunidades cristianas de Galilea. Pero el proceso de elaboración teológica está apenas en sus inicios, de modo que la tarea de descubrir al Jesús histórico se encuentra facilitada.

      Capítulo III

      Jesús, profetismo y sacerdocio

      Sacerdocio y profetismo estuvieron siempre en guerra. La escena sucedida entre el profeta Amós (siglo VIII a. de C.) y el sacerdote Amasías ilustra ejemplarmente esta situación: “Entonces Amasías, sacerdote de Betel, le mandó este recado a Jeroboam, rey de Israel: «Amós está conspirando contra ti en pleno centro de Israel. No hay que permitirle que siga hablando, pues dice que a ti te matarán a espada y que Israel será llevado al desierto, lejos de su patria». Luego Amasías fue a decirle a Amós: «Sal de aquí, visionario, ándate a Judá, gánate allá la vida dándotelas de profeta. Pero no profetices más aquí en Betel, que es un santuario real, un templo nacional»”.

      Amós le replicó: “Yo no soy profeta ni pariente de profeta; soy simplemente un hombre que tiene sus vaquitas y unas cuantas higueras. Yavé es quien me tomó cuando yo iba arreando mis vacas, y me encargó que hablara a Israel en nombre suyo. Pues bien, ya que tú me prohíbes hacerlo, también tengo algo para ti de parte de Yavé: «Un día tu esposa se prostituirá en plena calle, tus hijos e hijas morirán en la guerra, los vencedores se repartirán tus bienes, tú mismo morirás en tierra extranjera, e Israel será llevado lejos de su país»” (Am. 7, 10-17).

      Tenemos en la escena todos los elementos fundamentales que caracterizan el enfrentamiento entre el sacerdocio y el profetismo en la historia de Israel:

      1. Amasías, el sacerdote, está con el rey y su corte, es decir, con las clases dominantes; mientras que Amós, el profeta, está en contra de éstas. El sacerdote es el defensor del orden del cual él, por estar a sueldo y gozar de las ofrendas del pueblo, es un beneficiario.

      2. En consecuencia, el sacerdote está en contra de los pobres, pues vive del excedente que las clases dominantes extraen de ellos, esto es, del pueblo en general, formado por campesinos, pastores, pescadores, pequeños artesanos y comerciantes; mientras que el profeta está con los pobres, cuya defensa asume.

      3. El sacerdote vive en la corte o en ambientes cercanos a ella, mientras que el profeta vive en el seno del pueblo. Amós destaca que tiene “sus vaquitas y unas cuantas higueras” y de ninguna manera pretende salir de esa situación social.

      4. El sacerdote, de acuerdo con su lógica, interpreta la actividad del profeta bajo la lente de la ganancia. Entiende que el profeta cobra por su trabajo profético y en consecuencia ve en él a un competidor. Por eso le dice: “Ándate a Judá, gánate allá la vida dándotelas de profeta”. Pero éste realiza su trabajo en forma totalmente gratuita. Por otra parte, tampoco es un “profeta institucional”, porque también existían los profetas oficiales, encargados de profetizar al servicio del rey, contrarrestando la acción de los profetas libres.

      5. La fuente de donde dimana la acción sacerdotal es la ley, o sea, los ordenamientos jurídicos de la sociedad israelita, que se suponen provienen directamente de Dios. La misma fuente que legitima la monarquía con su dominio de clase, legitima también la institución sacerdotal.[10] El profeta, en cambio, recibe el mandato de profetizar