Junto con compañeros sacerdotes tercermundistas, con militantes sociales y políticos, en contacto con agrupaciones vecinales, participando en las luchas sociales y políticas, en las organizaciones de base, mi visión se va transformando, ampliando y profundizando.
Mi práctica se va acompañando de lecturas importantes, que acompañan a la del Evangelio. Teilhard de Chardin en un principio, luego Hegel y Marx son hitos importantes en la transformación de mi conciencia. Práctica y conciencia, compromiso y reflexión, actividad y lectura, reuniones, debates teológicos, filosóficos, ideológicos, políticos.
Las celebraciones litúrgicas van perdiendo el sentido que tenían, formalistas, inmovilistas, estereotipadas, ajenas a la vida real, a los problemas de los “espectadores”. Se van transformando progresivamente en actos protagonizados por la comunidad, se trate ésta de los estudiantes universitarios, los residentes del Colegio Mayor Universitario, la feligresía que llena la Catedral o los compañeros de base del barrio Mariano Moreno.
En esos actos se celebra el proceso de lucha y liberación, se analizan los hechos, se critican los errores, se asumen nuevos compromisos y se proyectan las tareas a realizar.
La clandestinidad fue una experiencia profunda. Por primera vez comienzo a comprender que Jesús había sido condenado a la clandestinidad. La teología del “secreto mesiánico” había servido para ocultar la realidad de la clandestinidad a la que la persecución había obligado a Jesús. Mi exilio en México y mi contacto con comunidades y militantes cristianos de distintos países fueron otras experiencias enriquecedoras.
Durante toda mi vida he ido reflexionando los temas de este libro. Son temas vividos y meditados, criticados, autocriticados y profundizados en múltiples oportunidades. Los he ido estructurando mientras daba mis clases de Cristología en el ITES (Instituto Teológico de Estudios Superiores) de México, desde 1974 a 1984.
Pretenden constituir una reflexión teológica sobre la práctica, la utopía y el proyecto de Jesús de Nazareth. La tarea central no es descubrir el Jesús histórico debajo de la figura teológica del Cristo, sino partir del Jesús histórico y avanzar en una reflexión teológica que recupere los ámbitos económico, político e ideológico que las cristologías suelen dejar de lado o directamente negar.
El título del libro dice: La utopía de Jesús. Menester es clarificar el concepto. Como el nombre lo dice, la utopía no está en ningún lugar, no existe en el sentido de algo tangible, de algo que está allí, cuya existencia se puede ver y comprobar. Pertenece al ámbito de la totalidad, ámbito esencial en la constitución del hombre como tal. El hombre está esencialmente abierto a la totalidad, tiende hacia ella. Pero ésta es inalcanzable. Es como el horizonte que siempre se aleja, nunca se lo alcanza, pero sólo tendiendo hacia él, lanzándose en su persecución, se descubren nuevas tierras.
Menester es señalar la diferencia y complementariedad dialéctica entre utopía y proyecto. La utopía pertenece al momento de la imaginación, del sueño, de lo nunca plenamente realizable pero siempre exigente de realización. No es irracional, sino todo lo contrario. Abre el ámbito de la racionalidad. Sin utopía no se habrían desarrollado las ciencias ni los proyectos sociales.
El proyecto se realiza en el ámbito abierto por la utopía. La imaginación abre el ámbito utópico en cuyo seno la razón estructura el proyecto. Es lo que el desarrollo de las ciencias, los condicionantes económico-sociales y culturales y los instrumentos políticos permiten realizar. Éste es el ámbito que puede ser denominado “científico”.
Nada creativo y, en consecuencia, liberador puede realizarse si el hombre no es capaz de la anticipación utópica. El futuro debe ser imaginado, soñado, acariciado, querido intensamente. De esa manera la utopía se transforma en un poderoso medio de acción que comunica fuerzas e impulsa a la acción. No es opio adormecedor, sino fermento incitador de la vida y de la acción transformadora.
Las clases dominantes tienen su propia utopía que tratan de imponer a las clases dominadas. La gran utopía del neoliberalismo es el dominio absoluto del mercado, el dios-mercado. Para imponerlo a las clases dominadas se recurre a toda clase de medios. El genocidio perpetrado por la dictadura militar con sus treinta mil desaparecidos, sus campos de exterminio, sus torturas, sus violaciones, pone ante nuestros ojos hasta dónde pueden llegar las clases dominantes en su propósito de cerrar a las clases dominadas toda posibilidad de utopía propia.
La utopía de las clases dominadas que una y otra vez surge esperanzadora, exigente, soñadora, cuestiona el poder dominante, inventa nuevos caminos de lucha y prepara el terreno para nuevos proyectos. Así, durante la monarquía asiática de Israel los profetas fueron artífices de ardorosas y quemantes utopías que generaron proyectos como el expresado en el Deuteronomio. Otro tanto puede decirse de los apocalipsis y de las herejías medievales.
Entre poder y utopía se da una dialéctica inquietante. Cuando la utopía se transforma en proyecto triunfante, tiende a cerrarse como dominación. El problema, pues, es saber si esta dialéctica es circular, cerrada –seudodialéctica– o si está abierta al futuro. En otras palabras, si la utopía liberadora de los dominados, una vez realizada como proyecto triunfante, termina instalándose como poder de dominación, círculo diabólico del poder, o si finalmente la utopía, el espacio de liberación, puede triunfar sobre todo poder de opresión. Es el problema central de la historia.
El mensaje de Jesús de Nazareth nos dice que la utopía que surge del corazón de los pobres, de los que no tienen poder, del “grano de mostaza”, ha de triunfar sobre todo poder opresor; que el poder como diaconía o servicio triunfará sobre el poder como arjía o dominación.
Los treinta mil desaparecidos creyeron que la liberación era posible. Para cortar ese contagio, esa infección, capaz de infiltrarse por todos los poros de la sociedad –la utopía es contagiosa– hubo que hacerlos desaparecer.
Es importante recuperar la gran utopía del Reino de Dios, que ha de confluir con otras utopías, provenientes de las religiones indígenas, del anarquismo, del marxismo, del judaísmo, del mahometanismo, del feminismo, del ecologismo y de otros movimientos culturales de que está entretejida nuestra sociedad. Todas estas utopías impulsarán la gran utopía que como fermento alimentará el proyecto de una sociedad en la que podamos vivir como hermanos.
RUBEN R. DRI
Buenos Aires, 20 de enero de 1997
PRIMERA PARTE
PREMISAS DEL ANÁLISIS
Capítulo I
El proceso de espiritualización sacralizada
Todo nuevo ámbito de conocimiento, en la medida en que de alguna manera viene a conmover el mundo espiritual –el ethos– en el que vive el hombre, suscita una resistencia que Gastón Bachelard denominó “obstáculo epistemológico”,[1] pues se opone a la nueva esfera de conocimiento que de esa manera se abre. La raíz de esa resistencia se encuentra a nivel inconsciente o incluso preconsciente. Radica en las prenociones y preconceptos con los que el hombre comúnmente se maneja en su vida cotidiana.
En último término, la raíz se halla situada a nivel de la práctica no transformante de la realidad, que se limita a manejar los instrumentos ya creados en medio de los cuales el hombre se mueve como “en su casa”. En este sentido, el hombre es verdaderamente “un animal de costumbre”. Kosík habló de un mundo de la “seudoconcreción”, es decir, de un mundo que no es creado por el hombre, sino que ya ha sido creado, limitándose el hombre a manipular objetos dentro de aquél.[2]
Lo decisivo para el concepto de “obstáculo epistemológico” es que el hombre se mueve bien con comodidad en ese mundo, sin preguntarse por su verdad o falsedad, y que está dispuesto a luchar contra cualquier cambio que atente contra sus hábitos adquiridos.
Pero