En Canadá y en Europa, existen límites a la utilización de datos, especialmente en lo relativo a las informaciones sobre salud, como explica Ryan Berger, socio de la filial canadiense del bufete Norton Rose Fulbright, quien al menos destaca que la jurisprudencia sobre estos temas es casi inexistente. En Europa, Facebook fue sancionada en el 2017 con 110 millones de euros por la Comisión Europea por haber compartido datos personales en la aplicación WhatsApp. En Francia, la Comisión Nacional de Informática y Libertades (CNIL) impuso una multa a Facebook en mayo del 2017 por el valor de 150 000 euros por “incumplimientos” en su gestión de los datos de los usuarios. El nuevo Reglamento General sobre la Protección de Datos (RGPD), texto europeo que entró en vigor el 25 de mayo del 2018, define líneas más claras en la obtención de datos (como veremos más adelante).
Tabla 2.1
Cinco tipos de informaciones que quedan registradas en Facebook (FB) o en otras redes sociales
Los datos de perfil | Sexo, edad, lugar de residencia, trabajo, estudios, teléfono, idioma.Las informaciones registradas en el perfil se agregan y Facebook las utiliza para crear publicidades a medida para sus clientelas segmentadas. |
Las apreciaciones: los “me gusta” o like | Un rápido clic provee una mina de informaciones. La red social está basada en esas manifestaciones de amor que permiten trazar el perfil psicológico del usuario en Facebook. |
Compartir | El simple gesto de compartir una información dice mucho sobre el usuario. Facebook suma esos recursos compartidos y puede trazar su perfil para ofrecerle otros contenidos que tienen una fuerte probabilidad de hacerlo reaccionar. |
Los comentarios | Facebook puede identificar el sentimiento (positivo, negativo, neutro) de los comentarios dejados en la red social. Se sirve de las palabras clave para saber si al usuario le gusta o no algo. |
El vínculo con la publicación inicial | Todas esas interacciones constituyen una reacción a una primera publicación. Por ejemplo, una persona o una empresa pública postea algo y el usuario reacciona a esa publicación. Facebook establece un vínculo entre el usuario y esa publicación inicial. |
Fuente: Parent (2019)
Capítulo 3
El capitalismo informacional y la extracción de datos personales
La adopción por parte de Europa de una renovada legislación sobre el derecho de autor podría cambiar las relaciones de fuerza entre los grandes actores de internet (Google, Facebook, etcétera) y los productores de contenidos.
(Trudel, 18 de septiembre del 2018)
Facebook o las lecciones de un escándalo
En el último cuarto del siglo XX, cuando nació la revolución digital en el seno de la contracultura de California, en la época en que los dos Steve (Jobs y Wozniak) creaban en un garaje la primera Apple; en el tiempo en que Jeff Bezos instalaba su ciberlibrería ofreciendo un servicio de 24 horas a partir de Seattle; cuando Serguéi Brin y Larry Page, apenas egresados de la Universidad de Stanford, creaban el primer motor de búsqueda que aún no se llamaba Google, sino BackRub; cuando la empresa de Bill Gates Microsoft, fundada en 1975, ponía en venta su nuevo sistema operativo: Windows 95, nadie preveía que todas esas iniciativas individuales iban a definir el mundo del mañana, ese donde vivimos hoy. Un viento de libertad soplaba desde el Oeste americano, en donde, gracias a la web, todos podrían comunicar sus opiniones al planeta entero. Los Estados se hacían decir que ellos no tenían que involucrarse en las cuestiones del ciberespacio, el reino de la libre creatividad. Para consolidar ese viento de innovación dopado por las orgías de inversiones especulativas en las start-ups, se postuló un ciberespacio sin ciudadanos. “Un mundo en el que solo hay consumidores conectados que consienten en interactuar” (Trudel, 18 de septiembre del 2018).
Los Estados, que no entendían nada de ese “nuevo mundo” se mantuvieron tranquilos, sobre todo porque esas empresas no les pedían nada en términos financieros. Los medios, en general fuertemente regulados en cuanto al formato (como los diarios, la televisión y el cine), tampoco se sintieron concernidos. Cuando las empresas de TI (tecnologías de la información) revelaron sus planes de negocios, grande fue el asombro: ¿cómo era posible que ellas hicieran tanto dinero creando servicios interactivos donde clientes y productores se entendían para coexistir como carne y uña, y sin reglas precisas? Después de todo, se decía, no son más que operaciones de negocios entre un cliente y un productor, y no es habitual para los Estados inmiscuirse en actividades comerciales de ese tipo. Cuando se usa Facebook, se puede ingenuamente pensar que todo ello es solo un asunto individual, gracias a un “contrato” más o menos implícito entre internautas y una empresa que tiene el cuidado de decir a esos ingenuos usuarios que ella utiliza sus datos “para mejorar el servicio”. Después de todo, estamos en el mundo de la gratuidad; por otra parte, ¿qué puede hacer la compañía con las insignificantes informaciones que yo le doy…? Pero convengamos en que cuando se sabe que las acciones en la bolsa de Apple, Amazon o Facebook superan las de las petroleras como Shell, Total o BP, o las de los fabricantes de automotores como General Motors, Renault o Toyota, o las de los principales bancos del mundo, hay sobrado motivo para interrogarse. El diablo se esconde seguramente en los detalles.
El capitalismo informacional
Lo que la mayoría de nuestros economistas y dirigentes no habían entendido es que el fenómeno de internet no era una pequeña oportunidad para informáticos brillantes (los geeks), sino una revolución económica, un cambio de paradigma en la manera de hacer negocios y dinero. A fines del siglo XX, el capitalismo iba a cambiar completamente para convertirse en un capitalismo informacional o cognitivo, basado en la explotación de una riqueza común, el dato, o, como se dice corrientemente, los data; y cuando digo común, es porque se trata de un bien colectivo (lo que pertenece a todos no pertenece a nadie), aunque en su origen solo es la agregación de datos individuales multiplicados por millones y billones. En el escándalo de la estratagema de Cambridge Analytica de utilizar los datos de 80 millones de abonados de Facebook con fines políticos, algunos pretenden que habría que haber sido más prudente: debemos controlar individualmente nuestros datos personales, cambiarlos, cambiar nuestros parámetros e incluso desconectarnos de Facebook (de allí el hashtag #deletefacebook). Pero el hecho es que, sin darnos cuenta, dejamos nuestros datos en todos los lugares por donde nos movemos en este planeta, y perdemos muy rápidamente la posesión de esos datos que velozmente se convierten en anónimos; son anonimizados y desaparecen en la masa de los big data por procesar, lo que indica que se trata precisamente de una riqueza colectiva.
La genialidad de Jeff Bezos de Amazon, de Bill Gates de Microsoft o de Serguéi Brin y Larry Page de Google es haber sabido captar el valor de los data en su provecho, sin pedir permiso a nadie, en particular al consumidor que utiliza su sistema pretendidamente “gratuito”. Yo no estoy seguro de que Mark Zuckerberg, al crear Facebook para reunir a la comunidad estudiantil de su universidad, supiera desde el inicio cómo ampliar su clientela a todo el planeta y, sobre todo, cómo rentabilizar financieramente su gigantesca red. Si él no encontraba un modelo de negocios (business model) rentable, quebraría; y le llevó varios años poner a punto dicho modelo de negocios. Desde el principio, decidió que todos esos datos (llamados personales) le pertenecían a él y que podía utilizarlos libremente para hacer progresar su empresa, transformando a sus usuarios en compradores, focalizando sus ganas y sus deseos, orientando sus decisiones hacia sus propios productos o los de sus asociados. ¿Quién dijo que la moda consistía únicamente en responder a las necesidades de los compradores, cuando en realidad se trata de orientar sus deseos hacia los productos