En 1954, Paul Samuelson distinguía los bienes privados de los bienes públicos. Los primeros están reservados a los que pagan por su adquisición (bienes exclusivos y rivales, puesto que únicamente quienes los han comprado pueden consumirlos); los segundos son aquellos que son simultáneamente no exclusivos y no rivales, pues pueden ser consumidos por muchos. En 1965, James Buchanan agrega un tercer tipo de bien: los bienes club o bienes de peaje, que solo pueden ser consumidos por los miembros de una asociación. La pareja Ostrom (Vincent y Elinor) propone agregar un cuarto tipo de bienes: los recursos de uso común (common-pool resources). Dado que la utilidad y el provecho son individuales, mientras que el costo está soportado por todos, su uso conduce ineluctablemente a una sobreexplotación de los recursos. Así, se pueden definir los bienes comunes de conocimiento, cuyo mejor ejemplo en el área digital es Wikipedia.
Actualmente, toda la reflexión sobre los bienes comunes versa sobre la cuestión ecológica, puesto que la responsabilidad de los daños ambientales debe caber a todos, Estados de todo tamaño e individuos. ¿A quién pertenecen el aire, el agua, las riquezas naturales, y a quién incumbe la protección de la naturaleza, la biodiversidad, la transformación del clima, etcétera? En el 2010, gracias al movimiento de los open data (datos abiertos), emerge una nueva noción, la de datos abiertos de interés general, que exige que se ponga a disposición de los ciudadanos ciertos datos en poder de operadores privados. Por ejemplo, en el proyecto de ciudad inteligente Quayside de Toronto (véase el anexo 1 de este capítulo), muchos grupos e individuos se rebelaron al ver a un sistema privado como Alphabet/Google (financiador del proyecto) apropiarse de todos los datos personales de los habitantes que viven y circulan en el barrio. Otro ejemplo: ¿las empresas como Microsoft, Google o Apple tienen el derecho de poseer y utilizar los datos personales de los alumnos que utilizan sus materiales y sus redes educativas4? Y lo mismo ocurre con los datos médicos de los pacientes examinados.
La economista Joëlle Farchy (3 de diciembre del 2018) propone que se dé a internet el estatuto de bien común. No obstante, en la economía de los data, estamos en plena paradoja:
En primer lugar, no existen actualmente derechos de propiedad sobre los datos, y eso es más bien una buena noticia. En efecto, un dato raramente tiene valor económico en sí; el valor se crea por la agregación y la contextualización de millones de datos. El hecho de introducir nuevas enclosures5 en cada dato contradeciría, por otra parte, la filosofía del compartir que se promovía [en el inicio de internet, en los años noventa, antes que las GAFAM privatizaran la red].
Además, muchos consideran que esa libertad de compartir es la clave de la creatividad que engendra la economía de servicios, característica de la digitalización, como el movimiento de la enclosure permitió pasar de una agricultura considerada poco productiva de la Edad Media a una agricultura más intensiva y de tipo capitalista de la Revolución Industrial.
Si no se hace nada para enmarcar esos cuasimonopolios, los accidentes van a producirse cada vez más frecuentemente, como los tropiezos de la vida democrática, las violaciones a los derechos de la persona, la discriminación por perfil étnico, los escándalos financieros, la disminución y la degradación del trabajo humano, el incremento de la pobreza y el debilitamiento de las clases medias en beneficio del 1 % de privilegiados, etcétera. En el informe publicado en diciembre del 2018 por la Comisión Permanente de Acceso a la Información, de la Protección de la Vida Privada y de la Ética del Gobierno de Canadá6, que se ocupó del escándalo Cambridge Analytica, los diputados se inquietan por la vulnerabilidad del proceso democrático y de la vida privada de los ciudadanos frente a esta recolección masiva de datos por parte de empresas comerciales, por la vigilancia y la manipulación, hoy moneda corriente en la red, y, por supuesto, por la difusión a gran escala de la desinformación. El informe formula 26 recomendaciones al gobierno canadiense. Los diputados de todos los partidos lo repiten en su informe: es necesario ir más lejos. Es necesario darle un marco a la utilización de datos personales por parte de esos monopolios digitales para poder bloquear los discursos de odio, limitar la vigilancia no deseada de los ciudadanos, ofrecer mayor transparencia y mejor control a los usuarios, proteger las elecciones contra las falsas noticias y la injerencia extranjera. En las redes sociales, cualquiera puede decir cualquier cosa con total impunidad. Anteriormente, las empresas de prensa escrita y electrónica jugaban el rol de gatekeepers, controlando la veracidad de los hechos y de las informaciones. Ahora, cualquiera puede convertirse en un trol7 e insultar a quien quiera por cualquier motivo. La red es también un reservorio de noticias falsas (fake news), de conspiradores, de individuos de todas las ideologías extremas; actualmente, existe una darknet, donde se practica cualquier suerte de tráficos; la red es el reflejo de la sociedad que la establece. Algunos definen a Facebook como la conversación social que ha liberado la palabra pública sin filtros ni límites. Por más que Zuckerberg nos presente la maravilla de su sistema de algoritmos hipersofisticados, una máquina no aprenderá nunca a distinguir el bien del mal, el humor de la burla, el sentido del contrasentido, etcétera.
¿Cuánto valen sus datos personales?
¿Cuál es el valor de su dirección postal, de sus informaciones médicas o de su documento de identidad? Microsoft pretende que cada dato tiene un valor de 2 a 45 euros. ¡Toda una diferencia! Los resultados del estudio de Trend Micro, realizado por el Ponemon Institute8 a consumidores de todo el mundo, podría sorprender a muchos: 17,98 euros es el valor promedio mundial de los datos personales.
• El nombre del usuario/contraseña vale 69,5 euros.
• Las informaciones médicas: 54,87 euros.
• El documento de identidad: 51,10 euros.
• Las informaciones bancarias: 33,03 euros.
• El historial de compras: 18,90 euros.
• La geolocalización: 14,77 euros.
• La dirección postal: 11,84 euros.
• Las fotos y videos: 11,19 euros.
• El estado civil: 7,62 euros9.
Cada vez que una tienda o una empresa le pida alguna de sus informaciones personales, ¡solicite inmediatamente que le paguen! Actualmente, la explotación de los datos sirve especialmente al marketing y al comercio, y mucho menos a la ciencia, la salud o la difusión de conocimientos.
La internet de las cosas: un ejemplo en Montreal de la fiebre del oro de los megadatos10
El escándalo de Facebook echó luz sobre los peligros de responder todo tipo de cuestionarios, en apariencia insignificantes, de Facebook, por ejemplo. Pero recordemos que el banco de datos de Microsoft es aún más imponente que el de Facebook; que Amazon no abandona su lugar, pues sondea los deseos de sus millones de abonados pidiéndoles recomendaciones y apreciaciones sin cesar; y olvidaba que Apple, gracias a iTunes, distribuye música y videos en Instagram, WhatsApp, Twitter, Snapchat, Vimeo, Tumblr y todos los clones similares. Y aún no hemos abordado el problema de los captores que nos espían y nos van a espiar cada vez más en nuestro entorno. Más de cincuenta mil millones de objetos se conectarán a internet desde ahora hasta el 2020. Los megadatos producidos por esos objetos constituyen minas de oro de información para las empresas. Pero todavía nos faltan los instrumentos para filtrarlos y analizarlos. Es lo que propone la empresa montrealesa Mnubo11, pionera de la internet de las cosas. Según Frédéric Bastien, CEO de Mnubo, “el dato bruto es verdaderamente inútil. Está sucio y mal organizado. Nuestro producto limpia, organiza los datos brutos y luego aprende de ellos. Detecta los patrones y las anomalías”.
Gracias a las informaciones extraídas de los megadatos, Mnubo ayuda a las empresas a tomar decisiones estratégicas para mejorar sus productos, sean termostatos inteligentes, aspiradores-robots, bornes de estacionamiento para bicicletas o turbinas hidroeléctricas. Eventualmente, casi todos los instrumentos electrónicos de una casa, de una fábrica o de una empresa serán conectados. Y lo que es