Barbara Reid afirma acertadamente que en Romero hay algo de ambos. “Su ayuno y su oración, día y noche, le dieron forma a su espíritu; de modo que, como Ana, podía hablar de la gracia de Dios a todos los que buscaban la redención y, al igual que a Elías, podía llegar a ser ardiente en su denuncia de las fuerzas que impiden la acción de Dios”.160 Los profetas no solo condenan el pecado, sino que también ven visiones. Isaías predica oráculos de juicio contra Israel y también habla de un reino pacífico. Al revisar los acontecimientos de 1979, un año de asesinatos y esperanzas destrozadas de reforma, Romero invita con valentía a su congregación a estar agradecido. “La visión optimissa del cristiano encuentra más cosas buenas que malas” (Homilías, 6:137; 31/12/1979). La voz que llora en el desierto es la voz de un soñador que cree y espera que el Señor venga.
Todos los cristianos tienen un papel en la preparación del camino del Señor. “Todos son llamados a la vida, todos son llamados a la gracia, todos son llamados a la felicidad, todos son un proyecto de Dios”. (Homilías, 5:38). En consecuencia, tomar una vida humana es un pecado contra Dios y una desgracia nacional. Cuando se mata a una persona, uno de los proyectos de Dios se desecha, y Romero se pregunta cuántos Juanes Bautistas, cuántos Pablos, cuántos siervos del Señor se han perdido en El Salvador no solo por la opresión estatal sino también por el aborto. De hecho, uno de los propósitos de la predicación es precisamente alentar a los que no tienen voz a clamar por otros que no tienen voz como los no nacidos. La injusticia y la violencia en El Salvador pueden atribuirse en gran parte a la cobardía de los bautizados. Al no prestar atención a la voz de la víctima los cristianos salvadoreños han traicionado su vocación bautismal.
La existencia de esta contradicción lleva a Romero a exclamar: “Pero, ¿qué están haciendo, bautizados, en los altos campos de la política?, ¿dónde está su bautismo? Bautizados en los partidos políticos, en las agrupaciones populares políticas, ¿dónde está su bautismo? Bautizados en las profesiones, en los campos de los obreros, en el mercado. Dondequiera que hay un bautizado, ahí hay Iglesia, ahí hay profeta” (Homilías, 5:87; 8/7/1979). Es por esto que incluso si todas las estaciones de radio son destruidas y todos los sacerdotes y obispos son asesinados, siempre y cuando un creyente bautizado en El Salvador permanezca fiel a su vocación profética, a Dios no le faltarán micrófonos vivientes de su palabra de verdad y justicia (cf. Lucas 19, 20).
En segundo lugar, la voz de los sin voz suena como muchas voces. La voz que llora en el desierto es siempre parte de un coro eclesial. Se necesita una iglesia para levantar profetas. Los teólogos latinos de los Estados Unidos se refieren a esto como teología en conjunto.161 En este caso, puede ser más exacto llamarlo predicar en conjunto. Toda la profecía cristiana no es más que una participación en el oficio profético de Cristo, una especie de karaoke cristiano, por así decirlo. El yo es siempre eclesial. Esto también era cierto en la época de Montesinos162 y es verdad en la época de Romero. Los obispos reunidos en Medellín escucharon “un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte” (Medellín 14.2). Las palabras de Pablo VI a los obispos en América Latina podrían haber sido dichas por los obispos de América Central en el siglo XVI: “Estáis ahora escuchando en silencio, pero oímos el grito que sube de vuestro sufrimiento”.163 Romero no escucha solo el grito de los pobres; escuchó su fe. Los que no tienen voz no eran discípulos perpetuos; eran sus maestros, sus profetas.164 Romero no descarta la existencia de profetas fuera de la iglesia, ni ignora que su audiencia incluye a personas que no son cristianas.165 Pero es el pueblo de Dios que vive en El Salvador quienes son sus profetas. Señalan el camino a seguir a través de la marea de intereses políticos y económicos en conflicto que destruyen la nación. Lo consuelan y, cuando es necesario, lo llaman al arrepentimiento y la conversión. En numerosas ocasiones, Romero insiste en que la Iglesia que predica por los pobres primero debe ser una iglesia que escuche a los pobres. “Porque todo el que denuncia debe estar dispuesto a ser denunciado y, si la Iglesia denuncia las injusticias, está dispuesta también a escuchar que se la denuncie y está obligada a convertirse. Y los pobres son el grito constante que denuncia no solo la injusticia social, sino también la poca generosidad de nuestra propia Iglesia” (Homilías, 6:280; 17/2/1980).
Los pobres conducen el discurso público de la iglesia; son los entrenadores de voz de la iglesia.166 La iglesia debe escuchar a los pobres porque el Cristo crucificado habla a través de su pueblo crucificado. Romero diría un fuerte amén ante las palabras de Francisco en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del evangelio) sobre la importancia de los pobres “Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”.167
Tercero, la voz de los sin voz suena como la voz del buen pastor. Es una voz que llama a las personas por su nombre. Los relatos leídos en la fiesta del nacimiento de Juan el Bautista muestran cómo Dios llama por nombre a las personas para el servicio. Romero ve en la santidad y en el milagro que gira en torno al bautismo de un niño un modo de preparar el camino, un paradigma de la persona humana. Por un lado, el papel de Juan el Bautista es único; él es un puente entre el Antiguo Testamento y el Nuevo. Él es la suma de todos los profetas. Él es el precursor de Cristo. Esta es su identidad y vocación. Por otro lado, su vocación es universal porque, mediante el bautismo, todos los cristianos están consagrados para una misión profética similar a la del precursor. Su llamado mientras aún está en el vientre de Isabel es un paradigma para el llamado de todos los seres humanos. Dios no llama a todas las personas de la misma manera, pero Dios llama a todas las personas al mismo fin: la santidad. No solo los grandes santos y el rey de los santos son llamados por Dios. Es a los que no tiene voz, los invisibles, los desechables; ellos también tienen una vocación, y son llamados por su nombre porque Dios se preocupa por cada uno de ellos como de su propio hijo. También por ellos Dios siente cariño, incluso cuando los llama a la conversión. Por eso, cuando Romero mira a su congregación llena de personas que no valen nada para los ojos del mundo, dice: “Los que estamos aquí, no hay ningún anónimo; cada uno, hasta el más humilde, hasta el chiquito que ha venido más tierno a esta misa, y allá, a través de la radio, hasta el más pobrecito y enfermo de quien nadie platicará nunca en la historia tiene una historia, tiene su propia historia, y Dios lo ha querido a él en singular, es un fenómeno irrepetible” (Homilías, 5:36; 24/6/1979).
Ser humano es tener una vocación.168 El cuidado que Romero toma al llamar a las víctimas de la violencia por su nombre es una forma de dar voz a los que no tienen voz. El acto de nombrar a los que no tienen voz es un acto de fortalecimiento de las víctimas. Restaura la dignidad a quienes a menudo son descartados en el anonimato de los pobres o marginados. Son sujetos, personas con voces, rostros y nombres.
La voz del pastor trasciende las polaridades habituales en los asuntos humanos. No viene de la derecha o de la izquierda sino de arriba. El origen divino de las palabras sobre la voz humana también es la razón por la cual la voz no debe ser como las voces del mundo. Es pastoral y profética. En sus Hojas del cuaderno de un cínico domado, Reinhold Niebuhr comenta sobre lo difícil que es ser profético con una congregación una vez que llegas a amarlos. Romero no experimentó esta tensión entre los oficios sacerdotales y proféticos. El enfoque de Romero fue directo. Al mismo tiempo era pastoral. Un claro ejemplo de esto son las palabras de Romero a los asesinos de Rutilio Grande, el mártir salvadoreño, que Romero imagina que bien podría estar escuchando la transmisión de radio del sermón: “queremos decirles, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar, no tiene enemigos” (Homilías, 1:35; 14/3/1977). Los perpetradores de violencia son delincuentes que necesitan arrepentirse, y también son hermanos a quienes la Iglesia ama.