Romero entendió que algunos esperaban que él hablara solo sobre política y economía. Fue acusado de ser un polemista partidista. Sin embargo, Romero siempre insistió en que él era ante todo un predicador del evangelio. Su propósito principal en la predicación no era pedirle al gobierno que rindiera cuentas por sus políticas fallidas y fatales (un objetivo lo suficientemente importante), sino desplegar el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.127 En este sentido, la predicación de Romero puede bien ser descripta como catequesis mistagógica.128 En el caso del sermón del 27 de enero, las lecturas del leccionario del día son Nehemías 8; 1 Corintios 12 y Lucas 4. El Antiguo Testamento y las lecturas del Evangelio contienen un sermón dentro del texto. Esta feliz convergencia le brinda a Romero la oportunidad de dirigir a la congregación un sermón sobre el misterio de la predicación. La elucidación del misterio se divide en tres secciones.
Primero, Jesús es el sermón viviente del Padre. Romero abre con una cristología de la predicación. En Jesús, la revelación de Dios alcanza su culminación: el plan de salvación de Dios literalmente se encarna. La Encarnación es el sermón más elocuente del Padre. Romero cita un párrafo de uno de los documentos del Vaticano II, la Constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum 4: “Jesucristo –verlo a él es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal”.129 Romero modela una apropiación homilética de tradición magisterial.130 Anima a los oyentes a saborear estas palabras y las que los conducen a la acción de gracias porque en Jesús tenemos el privilegio de intimar con Dios. Jesús predica cuando se sienta a hablar en la sinagoga en Jerusalén y Romero se refiere a este hecho como el sermón más sublime jamás predicado. Pero Jesús también predica a través de sus milagros, sus obras y su muerte. Jesús predica cuando echa fuera demonios y cuando sana a los enfermos. La multiplicación del pan es un sermón. La resurrección es una homilía. Predica en la vida y en la muerte; y en la vida más allá de la muerte envía el Espíritu, otro sermón. Cristo no solo predica, él mismo es un sermón.
“El mejor micrófono de Dios es Cristo y el mejor micrófono de Cristo es la Iglesia y la Iglesia son todos ustedes”. Cada uno de ustedes, desde su propio puesto, desde su propia vocación –la religiosa, el casado, el obispo, el sacerdote, el estudiante, el universitario, el jornalero, el obrero, la señora de mercado–, cada uno en su puesto viva intensamente la fe y siéntase, en su ambiente, verdadero micrófono de Dios nuestro Señor. Así, la Iglesia tendrá siempre una predicación, será siempre homilía, aun cuando no tengamos la feliz oportunidad, que yo siento cada domingo, de entrar en comunión con tantas comunidades que, durante esta semana, me han manifestado el deseo de volver a oír esta emisora que casi se ha hecho pan de nuestro pueblo. Pero el día en que las fuerzas del mal nos dejaran sin esta maravilla, de que ellos disponen en abundancia y a la Iglesia se la regatean hasta lo último, sepamos que nada malo nos han hecho; al contrario, seremos entonces más vivientes micrófonos del Señor y pronunciaremos por todas partes su palabra”. (Homilías, 6:231–22; 27/1/1980).
La expresión es cautivadora. Cristo es el mejor micrófono de Dios. La metáfora del micrófono se usa ampliamente a lo largo de la predicación de Romero.131 La metáfora se basó en una práctica ya que Romero usó micrófonos para extender el alcance de su predicación. De esta práctica surge su reflexión sobre la función del predicador. El micrófono se convierte en un símbolo de la relación y distinción entre el predicador y el predicado, o, como veremos más adelante, entre la voz y la Palabra. La humanidad de Cristo es un instrumento que lleva la Palabra de Dios a través de la distinción entre creador y criatura. Su carne humana modula la voluntad eterna al rango audible. Cristo es el mejor micrófono de Dios porque el Dios que parecía lejano se acerca íntimamente a él, como si estuviera hablando justo al lado del oído. Jesús es ungido por el Espíritu o, en el coloquialismo de Romero, Jesús está empapado en el Espíritu, y por el Espíritu sus micrófonos continúan haciéndolo presente a todos.
La homilía facilita un encuentro con Cristo desde las escrituras. “Toda la Biblia y toda la predicación es en torno del gran misterio salvador de Cristo, que culminó en su muerte y su resurrección” (Homilías, 6:224; 27/1/1980). El leccionario es una forma ordenada de guiar a la Iglesia hacia este misterio. No garantiza una buena predicación, pero ayuda a los predicadores a escuchar lo que el Espíritu le está diciendo a la iglesia universal al reunirse en un lugar particular. El encuentro con Jesús facilitado por la predicación no es un fin en sí mismo. “Lo principal no es la predicación, esto no es más que el camino; lo principal es el momento en que adoramos a Cristo y nuestra fe se entrega a él, iluminados con esa palabra; y, desde allí, vamos a salir al mundo a realizar esa palabra” (Homilías, 6:225).
Segundo, la iglesia es la prolongación viva del sermón de Jesús. De la cristología de la predicación, Romero pasa a ofrecer una eclesiología homilética. “En primer lugar, la verdad de la Iglesia depende de la verdad de Cristo” (Homilías, 6:228). El sermón es más (aunque no menos) que una palabra humana. Esto es lo que hace un sermón: “decir que la palabra de Dios no es lectura de tiempos pasados, sino palabra viva, espíritu, que hoy se está cumpliendo aquí” (Homilías, 6:224). La iglesia puede decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí” porque es el micrófono de Cristo. Puede decir: “Esto se cumple aquí hoy” todo el tiempo, incluso el domingo 27 de enero de 1980, en la Basílica del Sagrado Corazón, a las 8:00 a.m. La situación en este momento puede ser de crisis nacional; la catedral ahora está ocupada por guerrilleros marxistas, y las estaciones de radio de la iglesia están siendo bombardeadas por las fuerzas de seguridad del gobierno, pero aun así es el día de la salvación. Una y otra vez, el pastor le recuerda a su rebaño que “ Aquí está presente la palabra de Dios, la Iglesia son ustedes, soy yo, somos la continuación de la homilía viva que es Cristo nuestro Señor” (Homilías, 6:226). La iglesia es tanto el quién como el qué de la predicación. “La iglesia”, anuncia Romero, “es la prolongación de la homilía que Cristo inició allá en Nazaret” (Homilías, 6:226; 27/1/1980).
El micrófono de Cristo que es la iglesia es un micrófono compartido. La predicación es un acto comunitario. Romero reflexiona sobre cómo se compuso cada uno de los cuatro evangelios para y en comunidad. Puede imaginar a Lucas, un discípulo que nunca conoció a Cristo, convenciéndose de la fidelidad del testigo que le narró los hechos de Jesús. Las historias de las fuentes de Lucas se convirtieron en los ladrillos para el relato ordenado del evangelista. Los evangelios no están concebidos por la imaginación inspirada de escritores brillantes, sino en el corazón de las congregaciones. Nadie debe asombrarse por las diferencias entre los diversos relatos del evangelio. Las particularidades del Evangelio de Lucas, la forma en que resalta la misericordia y el perdón de Dios, el amor de Dios por los pobres y su llamado a la abnegación; la centralidad de la oración y el Espíritu Santo en la vida de Jesús y sus seguidores, no son motivo de escepticismo respecto a su autenticidad. Los evangelios no son biografías personales; son sermones comunitarios y, como tales, profundamente contextuales.
Tercero, los efectos de la predicación son varios: algunos aceptan a Cristo y otros lo rechazan. Como micrófono de Cristo, la Iglesia predica las buenas nuevas a todos, pero especialmente a aquellos que solo escuchan malas noticias, los pobres. La predicación está prioritariamente dirigida a los pobres; esto es lo que el Consejo Episcopal Latinoamericano refiere como la opción preferencial para los pobres.132 Las raíces de esta postura son más profundas que los concilios eclesiales, la tradición de la enseñanza social católica, o incluso más profunda que el Evangelio de Lucas. Estas raíces crecen desde la tierra misma de la fe de Israel, cuyo pueblo aprendió a través de una experiencia difícil a esperar el año del favor del Señor, el año del jubileo. El Salvador también espera el favor del Señor, no solo en términos de perdón de la deuda sino en términos de una reestructuración social que es la