En primer lugar, el papel representativo de Romero se basó en la iniciativa previa de Dios, quien llama, unge y envía profetas para que hablen con el pueblo de Dios.151 Es porque “el Espíritu del Señor está sobre él” y sobre el pueblo de Dios en El Salvador que Romero escuchó y predicó buenas nuevas a los pobres.152 Romero nunca afirmó ser único en su papel de voz de los sin voz. Es muy significativo que Romero nunca se haya arrogado este título personalmente. No había recibido un carisma especial. Hablaba de esta vocación como un don eclesial.153 Era la iglesia la que había sido llamada a hablar por los pobres. Todos los bautizados, desde el campesino hasta el arzobispo, compartían esta responsabilidad.
En segundo lugar, Romero afirmó que la iglesia había tomado el micrófono en nombre de las personas sin voz solo por un tiempo. “La Iglesia ha tenido un papel supletorio, ha sido voz de los que no tienen voz; pero, cuando ya pueden hablar, son ustedes los que tienen que hablar, la Iglesia calla” (Homilías, 5:542; 11/11/1979). Se regocija cuando los que no tienen voz encuentran su voz.154 De hecho, esperaba con ansias el momento en que la iglesia pudiera dirigir sus energías más al evangelismo que a la defensa de los derechos humanos porque esto último habría sido ya resuelto por la sociedad (Homilías, 6:43; 9/12/1979). El modo en que el díptico homilético de Romero alentó una conversación dinámica y de oración entre las Escrituras y los hechos de la realidad, tuvo como fin acelerar la llegada del día en que la iglesia pudiera dedicarse al evangelismo.
Tercero, aun cuando Romero reconoció que como arzobispo tenía una voz privilegiada en la sociedad, no quiso monopolizar su acceso a los micrófonos.
Incluso en el contexto de la misa, compartió los micrófonos con su gente. Un hermoso ejemplo de este intercambio se encuentra en su sermón del Bautismo del Señor el domingo 13 de enero de 1980. Cuando Romero pasó de la lectura e interpretación de las Escrituras a la lectura e interpretación del pueblo a la luz del Evangelio, pasó el micrófono a Beatriz, una hermana de la comunidad religiosa en Arcatao. Beatriz leyó una declaración de la comunidad en nombre de José Elías Torres Quintanilla, un oficial de policía que había sido secuestrado por un grupo de izquierda. La hermana Beatriz y sus compañeras también fueron secuestradas, pero más tarde fueron liberadas, y Beatriz fue hasta Monseñor Romero para dar la noticia. Beatriz habló audazmente, solicitando la liberación del oficial mientras denunciaba actos de violencia y venganza de ambas partes. Al mismo tiempo, vio que la raíz de los problemas se encontraba en la opresión de los campesinos, sobre la cual el gobierno tenía la mayor parte de la responsabilidad. En cualquier caso, Beatriz insistió en que su comunidad no era violenta ni tomaba las armas. No necesitaban ser presionados para llevar a cabo su misión cristiana, que incluía “interceder por la vida de cualquier ser humano” (Homilías, 6:183; 13/1/1980).
Hay una cuarta forma en la que Romero superó el impasse de ser la voz de otros. Se basa en la distinción entre la voz y la Palabra. En el tercer sermón de una serie sobre el espíritu de Adviento, Romero predica a partir del cuarto evangelio sobre la relación entre Juan el Bautista y Jesús (Homilías, 4:63–83; 10/12/1978). Jesús es el “Yo soy”, Juan es el “Yo no soy”. Jesús es la luz; Juan no lo es. Jesús es el Verbo; Juan es la voz que clama en el desierto. “La voz es el ruido que llega hasta el oído, pero en esa voz va la palabra, el verbo, es una idea” (Homilías, 4:65; 17/12/1978). Al desarrollar esta relación, el arzobispo de San Salvador recurre a un sermón predicado por Agustín para el día de la fiesta de Juan el Bautista. Allí el obispo de Hipona declara: “Una palabra; si no tiene un sentido significativo no se puede llamar palabra. Una voz, por otro lado, incluso si es solo un sonido y hace un ruido sin sentido, como el sonido de alguien que grita, puede llamarse una voz, pero no puede llamarse una palabra”.155 Agustín ilumina la relación entre el representante y el representado. Una palabra mientras permanece en la mente puede ser expresada de muchas maneras. El obispo de Hipona usa el ejemplo de la palabra Dios. Las sílabas que componen la palabra no son la palabra que está en la mente; no son el concepto, no son lo que la mente ha concebido. Cuando la mente expresa la palabra, adopta un cierto sonido, sílabas definidas. Desde la única palabra que está en la mente, una persona multilingüe puede hablar en muchas palabras externas: Adonai, Kyrios, Dominus, Herr, Lord, Señor, y así sucesivamente. Volviendo a la analogía con Jesús, la única Palabra podría expresarse en muchas voces diferentes: Moisés, Elías, Débora, Miriam. Cuando todas estas voces hablan por el mismo micrófono, por así decirlo, tenemos a Juan el Bautista. Él es “el signo y el sacramento de todas las voces”.156 El representante, Juan el Bautista, es la Voz hecha carne. El representado, Jesús, es el Verbo hecho carne. En la distinción agustiniana entre voz y palabra, Romero encuentra una razón teológica para las transmisiones de radio de sus sermones dominicales. La palabra se transmite por el sonido de la voz y las ondas de la radio. Es la presencia de la Palabra en sus palabras lo que hace que estas transmisiones sean más que un discurso. En la medida que los predicadores abrazan el instrumento en lugar del protagonismo de su voz, la Palabra se escucha con mayor claridad y aumenta el poder del sermón.157 En esta misma distinción, uno puede encontrar una razón teológica para el ministerio representativo de la iglesia en nombre de los pobres. Romero recuerda a sus oyentes cómo la palabra “concepto” se deriva del verbo “concebir” (Homilías, 4:66; 17/12/1978). Todas las palabras se conciben primero en las profundidades de la persona antes de pronunciarlas en voz alta. Análogamente, cuando las personas reciben la Palabra, la conciben de nuevo en sus corazones.
Cuando escuchan a Cristo, los que no tienen voz encuentran su verdadera voz; sus palabras se fortalecen con el poder de la luminosa Palabra del monte Tabor, que da vida. Romero presenta a Ezequiel y Pablo como testigos. Todo salvadoreño que escucha la Palabra puede decir con Ezequiel: “El Espíritu entró en mí y me afirmó sobre mis pies, y oí al que me hablaba” y me envió a la gente de El Salvador (Ezequiel 2, 2). Como explica Romero, “Si Dios llama a un hijo de la tierra para que abra su capacidad de recibir el espíritu de Dios, lo primero que este barro siente es que se pone en pie, que se eleva, que hay una dimensión vertical que lo une con un Dios, en nombre del cual tiene que hablar” (Homilías, 5:83; 8/7/1979). La Palabra humaniza la voz. Al mismo tiempo, escuchar a Cristo es una experiencia de humildad. El ejemplo de Pablo es elocuente en este sentido. Él tiene una visión del tercer cielo y luego recibe una espina en la carne para evitar que caiga por orgullo. Y, sin embargo, incluso mientras está lastimado, Pablo continúa predicando. Romero ve en este incidente una señal muy esperanzadora. Dios usa como sus instrumentos incluso a los débiles, personas con dolores y molestias.
Los micrófonos amplifican las voces débiles. La voz del predicador como micrófono de Cristo sirve como un instrumento del Cristo resucitado que todavía habla a través de las Escrituras y que se identifica con los pobres, las personas que se consideran desechables, las que no tienen voz. ¿Pueden hablar los que no tienen voz? La respuesta de Romero a esta pregunta es un enfático sí. Ser humano es ser capax verbi. “Cada uno de ustedes, desde su propio puesto, desde su propia vocación –la religiosa, el casado, el obispo, el sacerdote, el estudiante, el universitario, el jornalero, el obrero, la señora de mercado–, cada uno en su puesto viva intensamente la fe y siéntase, en su ambiente, verdadero micrófono de Dios nuestro Señor”. Todos están llamados a ser pequeños YSAX que transmiten el amor de Dios a sus comunidades. Esta es la lección de Juan el Bautista, el paradigma de la persona humana (Homilías, 6:232; 27/1/1980). Taylor concibe evitar las trampas del paternalismo y el silencio con un misticismo del delirio.158 Romero fundamenta su esperanza y práctica en la encarnación de la Palabra que ennoblece a todas las voces. ¿Cómo suena la voz de los sin voz? Se pueden encontrar algunos criterios de autenticidad en la práctica homilética de Romero.
Primero, la voz de los sin voz suena como la voz que llora en el desierto. El deseo de Moisés de