«El ser auténtico de la Torá sólo es uno, aquel que se encuentra sintetizado en el concepto de Torá de Atzilut. Pero el ropaje o la forma externa que ha adoptado, en un mundo en el que el lema que impera es combatir las fuerzas del mal, son del todo legítimos e incuestionables».115
Las autoridades rabínicas a lo largo de la historia, al aplicar la jurisprudencia halájica, indudablemente han operado dentro del mundo de la fragmentación (Bet) porque tenían a su cargo la organización de las comunidades judías. Entonces, aparecían los místicos del judaísmo (los cabalistas) operando sobre la conciencia Alef para elevar el sistema de fragmentación hacia el mundo superior.
Sin la necesidad de organización comunitaria, los místicos judíos como Abraham Abulafia podían ejercitar su percepción de consciencia Alef y operar dentro del Árbol de la Vida y sus dimensiones; sin embargo, los rabinos institucionales como Ben Adret y otros (a pesar de su conocimiento del misticismo) al trabajar dentro de la realidad histórica y social de sus comunidades podían caer dentro de la consciencia Bet al encontrarse de forma permanente relacionados con los problemas cotidianos del mundo de la fragmentación. El trabajo histórico fundamental de los rabinos fue el sostén de la identidad nacional judía a través de las limitaciones religiosas, mientras que los místicos judíos deseaban elevarse en sus niveles de conciencia tomando el judaísmo como una vía cultural de ascenso constante de conciencia con miras a percibir alguna Luz proveniente del Ein Sof.
La tarea del místico fue la de modificar su propia percepción personal; en cambio, la tarea del rabino institucional se centraba en los problemas habituales de sus congregaciones. Sin la presión de la vida social de una comunidad, el místico podía buscar dentro de sí mismo la elevación constante para alcanzar mayores niveles de consciencia. Por su parte, el rabino institucional116 no podía encontrarse enfocado de forma exclusiva en la elevación de sus niveles de consciencia, sino en la resolución jurídica por medio de la Halajá de los problemas de sus respectivas comunidades religiosas. Mientras que el rabino institucional se encontraba intentando resolver los problemas del Universo de Asiá, el místico deseaba elevarse a través de todos los universos.
Aumentar los niveles de conciencia para lograr una consciencia de tipo Alef implica necesariamente un tiempo de soledad con nuestra propia interioridad (una interiorización del estilo del movimiento religioso de Bratslav), y cuando en nuestro trabajo de elevación interior logramos transformarnos, entonces estamos preparados para actuar dentro del plano cotidiano de la realidad material del mundo de la fragmentación. Entonces llegamos a una transacción entre los dos mundos, para por fin concluir que cognitivamente debo operar en el trabajo de unificaciones constantes dentro de las dimensiones superiores, resolviendo las aparentes contradicciones del mundo de la fragmentación.
El místico, entonces, no debe refugiarse en el mundo superior fugándose de los planos inferiores de la materialidad, sino operar dentro del mundo de la fragmentación a partir de una modificación constante de los niveles de consciencia. La conciencia Alef es el ideal al que debemos focalizar la dirección de nuestras energías psíquicas, y, al mismo tiempo, el mundo de la fragmentación (las siete dimensiones inferiores cosmogónicas o los dos universos de Asiá y el de Yetzirá) debe ser percibido de forma trascendente al operar en él de acuerdo conl ideal de nuestra consciencia Alef. La psicología mística del judaísmo no puede renunciar a los estados más altos de la espiritualidad trascendente de la conciencia Alef, a pesar de operar dentro de las dimensiones más densas de la materialidad del mundo de la fragmentación. Y toda resistencia que el sujeto desarrolle para no caer en la conciencia Bet es la que causa el refinamiento de la persona y la elevación de nuestros más elevados niveles de conciencia.
La consciencia Alef debe aumentar su potencia por más golpes psicológicos que el sujeto reciba dentro del mundo de Bet. Justamente se debe operar de forma inversa a la tendencia natural, porque si bien la tentación dentro del mundo de la fragmentación es bajar a la conciencia fragmentaria, a pesar de mi lucha existencial física, en los grados más bajos de la materialidad del mundo de la Bet, tengo que sostener y trabajar para elevar la conciencia Alef de unificación constante.
El gran desafío de la cábala es transformar todo en «Bien supremo», unificando las aparentes contradicciones del mundo inferior, porque al resolver las contradicciones y las paradojas todo el mundo inferior es encadenado y sujeto a las percepciones del mundo superior.
Es más, debemos ser conscientes de que las contradicciones operan para que nosotros podamos comprender su coexistencia, ya que el sentido oculto se oculta detrás de dichas contradicciones. En realidad, no debemos resolver las contradicciones (este es el error de Occidente), sino que dichas contradicciones son la respuesta misma, debido a que la contradicción se sustenta sobre nuestras limitaciones de percepción.
Las contradicciones son un reflejo directo de nuestras propias limitaciones finitas en el mundo de la fragmentación al percibir la dualidad vacío/Ein Sof como una estructura dual básica, o la existencia de la dualidad tiempo-espacio, o la dualidad consciencia/existencia. Todas estas dualidades son aparentes, percibidas desde el Ein Sof. Por ese motivo, podemos decir que debemos observar la realidad como si la pudiéramos ver desde Dios, y aunque esto es imposible, es relativamente posible, ya que aunque no podemos llegar a ser, al mismo tiempo, consciencia subjetiva y conceptualmente el Ein Sof, sí podemos percibir el universo de la «Eternidad» de Atzilut (como ya hemos visto).
Debemos ser conscientes de cómo opera todo el mundo inferior (mundo de la Bet) para comprender que en dicho nivel no debemos trabajar para resolver las contradicciones, sino para convivir con ellas, y comprender que es a partir de la percepción del mundo superior (nuestra consciencia Alef) desde donde podemos realmente resolver dichas contradicciones y paradojas, porque allí se encuentra el sentido unificador del sistema general. En realidad, se podría explicar que existimos en un estado de escisión permanente debido a nuestra dualidad entre el mundo de la Alef (donde alcanzamos los mayores grados de conciencia) y el mundo de la Bet (donde existimos dentro de la contradicción permanente).
Es el mundo de la Bet el que nos sitúa ante la primera contradicción entre mi subjetividad (mi Yo) y la exterioridad de mi Yo. Cuando alguien me agrede físicamente, está subjetivándome de forma obligatoria, porque me sitúa automáticamente dentro de mi Yo, y cuando mi Yo se defiende, entonces se encuentra en el mundo de la Bet, y no podemos negar el sistema de contradicciones permanentes del mundo de la Bet cada vez que defendemos nuestra subjetividad real en el mundo inferior, ya que, por el contrario, debemos existir dentro de dicho sistema de contradicciones.
No hay posibilidades de fuga del sistema que impera en el mundo de la Bet, sino una percepción diferente a través de una conciencia Alef.
Si de cada supuesto «mal» extraemos una enseñanza, entonces lo hemos automáticamente transformado en bien. No podemos negar el «mal», porque la espiritualidad del judaísmo no niega el mal y sus consecuencias dolorosas, sino que lo comprende como el precio que hay que pagar por existir dentro del plano de la materialidad. Pero siempre existe la Shejiná oculta dentro de toda densidad material, esto quiere decir que siempre habitan destellos de energías provenientes del Ein Sof encerradas y ocultas en la materialidad.
La existencia en sí misma en tanto existencia con conciencia117 conlleva una defensa inexorable de la subjetividad, porque es justamente