Si existe un «dolor específico» (y por lo tanto no existe el disfrute), se debe comprender que el nivel al que se ha accedido no es el que nos corresponde. No se debe forzar al Entendimiento a subir de nivel si no se encuentra con la preparación adecuada. Cuando el nivel compensatorio del disfrute supera al del dolor, la persona se encuentra preparada para cambiar de nivel. El aprendizaje del dolor, aunque no lo anula, lo trasciende para permitir al sujeto elevarse hacia mayores niveles de consciencia.
Si la felicidad del ascenso del nivel de conciencia es superior al esfuerzo, entonces el camino de ascenso se potencia. Todo esfuerzo en el orden material y dentro de los otros niveles dimensionales es compensado automáticamente por un nivel de felicidad interior trascendente que no tiene relación alguna con ningún fragmento del orden inferior. Al acceder a dicho estado constante de felicidad, el Yo abandona todos los intentos defensivos de su propia subjetividad, y sitúa todas sus energías psíquicas para el constante crecimiento. En este punto, nada obstruye a la voluntad del Yo a continuar su ascenso imparable para lograr la extracción de las máximas potencialidades de su interioridad; en este nivel, hasta la sensación de vacío existencial se transforma en parte integrante de la felicidad, y no en causa de dolor y frustración. El sostén del vacío y su permanente ampliación son ahora una condición fundamental para lograr la felicidad interior constante.
En dicho nivel superior, todo es ascenso, y por lo tanto, aunque exista materialmente el esfuerzo, el grado de felicidad interior al que llega el Yo anula todo concepto de «esfuerzo», y entonces el esfuerzo de los niveles dimensionales inferiores se transforma en un «flujo permanente» hacia los niveles superiores. En este punto, todo lo inferior deja de ser inferior y pasa a formar parte de una misma unidad de consciencia.
Porque en los niveles más elevados de consciencia todo esfuerzo deja de ser esfuerzo, y a partir de ahí desde este punto, la felicidad interior se convierte en un flujo constante de energía que va desde el Ein Sof a través de nuestro Yo, donde apartada la subjetividad expandimos el canal del flujo de Luz divina proveniente del Ein Sof. Entonces nos convertimos en lo que realmente somos «conciencias unificadas» en la raíz general del Ein Sof.
El dolor (como todo mal) opera desde la ignorancia, por ese motivo, un aumento del Daat, temporalmente, también aumenta el dolor, pero otorga como resultado un placer tan alto que se anula el dolor inicial porque se puede percibir la existencia de un modo diferente. Es como si en algún momento de nuestra existencia convivimos con la paradoja de placer/dolor, donde el «placer» de nuestro crecimiento interior termina ganando sobre todo posible dolor, a pesar de su magnitud. Vencer todos los males y convertirlos en «Bien» es la tarea del judaísmo en este mundo.111
Existe, pues, dolor real en las siete dimensiones inferiores, y existe felicidad interior real a pesar del dolor en las tres dimensiones superiores. En la dimensión de Biná comprendemos la raíz de la estructura de las dimensiones inferiores, en la Jojmá alcanzamos la percepción de la vanidad del mundo inferior (o de la fragmentación),112 y en el nivel de Keter, anulamos toda conciencia del Yo en función de un centro psíquico, para pasar a ser un fragmento del Ein Sof dentro del Ein Sof, y al alcanzar la conciencia de la Nada destruimos toda distorsión real en la comprensión general cosmogónica.
Alcanzar «Keter» tiene un alto precio, y en realidad como allí nos encontramos en el «Daat Cosmogónico» subjetivamente no alcanzamos nada concreto, lo que alcanzamos es un estado donde opera la modificación permanente de nuestros estados de percepción de la realidad. Entonces somos una parte del No-Yo, y es entonces cuando modificamos la percepción general en todas las dimensiones, porque todas ellas ahora trabajan para un crecimiento espiritual constante de toda la estructura. Todas las energías psíquicas ya no se encuentran distraídas en los mundos inferiores, sino focalizadas en la elevación trascendente de dichos mundos inferiores.
En la psicología del misticismo judío sabemos que si una persona modifica su estado de percepción, entonces dispone de una estrategia global que altera sus estados de consciencia. En un nivel superior (en el estado psicológico de la Merkabá), el Yo toma el control de sus percepciones hasta tal punto que las puede modificar para anular el dolor. No estamos diciendo que el dolor no continúe existiendo en los niveles inferiores, sino que el dolor queda suprimido a nivel mental.
34. La coordinación entre el mundo superior de Alef y el mundo inferior de Bet
«El Mal no es una realidad autónoma sino un mensaje de Dios».
RABÍ ALEXANDRE SAFRAN (1910-2006)
En este nivel, cesa de trabajar el sistema de compensaciones constantes del mundo inferior, porque en un grado de felicidad interior, ya nada hay que compensar. Se compensa en una dimensión cuando sufrimos dolor en otra, y nos gratificamos por compensación. Pero en un nivel superior, entre la Jojmá y Keter, toda compensación dentro del mundo inferior cesa, desaparece. Por lo que, en ese nivel, uno existe en función de un aumento permanente en los niveles de consciencia. Se podría objetar que la espiritualidad se puede transformar en una espiritualidad de fuga (evasión de la realidad material), y entonces se produce la transformación de la espiritualidad como un mecanismo también compensatorio. En realidad, cuando sucede esto lo podemos verificar porque los desequilibrios inferiores se magnifican en el orden superior. Si la espiritualidad representa un método de fuga de los mundos inferiores, entonces realmente no estamos operando dentro de la verdadera espiritualidad del misticismo judío, ya que este obliga al Yo a afrontar la realidad material de las dimensiones inferiores. Así pues, la espiritualidad en el judaísmo no es un elemento de fuga de los mundos inferiores, sino un compromiso trascendente con dichos niveles.
El mal, pues, en un nivel superior, queda subyugado por la Merkabá. En realidad, el mal puede desaparecer por efecto del cambio de percepción que se puede operar desde la Merkabá. Si no respondemos al mal,113 sino que aprendemos de él, entonces decimos que hemos extraído «el bien del mal».
La desaparición física (la muerte) es un mal desde la perspectiva material, sin embargo, ¿cómo sabemos si dicha alma no ha cumplido su función? ¿Quiénes somos nosotros para determinar los años temporales dentro de la materialidad y relacionarlos con el sentido existencial? Es un absurdo pensar que existe una relación entre los años biológicos y el sentido existencial. Por más años biológicos dentro de la materia que posea un sujeto, no implica necesariamente que haya alcanzado el sentido existencial. Quiero citar las palabras del joven judío mexicano Jonathan Salomón Rosental Masri (Z “L) (1987-2013):114
«Yo creo que la felicidad es algo relativo, pero es un estado en el cual estamos a gusto con lo que somos y lo que tenemos, no tiene que ser tan complicado como pensamos, ya que para algunas personas podría ser el hecho de comerse una paleta de dulce y para otras ser el hombre más rico del mundo. Estos son los 7 puntos que creo que son lo más importante para poder llegar a ser felices: Ser tú mismo, estar relajado, sonreír, ponernos metas, Karma, relaciones sanas y hacer a alguien mas feliz».
Más allá del contenido del escrito, me gustaría proponer el siguiente interrogante: ¿No ha cumplido el sentido existencial el alma de este joven? Claro que queda el dolor biológico, por supuesto que su familia ha quedado afectada, todo esto es de una lógica imposible de negar. Sin embargo, el interrogante sigue en pie: ¿No vino el alma de Jonathan Salomón Rosental Masri a enseñarnos algo? Dice en su escrito, la felicidad es el estado donde estamos a gusto «con lo que somos». Este nivel de autoconocimiento se puede alcanzar con 20 años, y a veces existen sujetos con 90 años de existencia biológica que no han logrado estar a gusto consigo mismos.
Llegamos entonces a la conclusión de que la felicidad (paz interior) no necesariamente tiene que ser equivalente a la cantidad de años biológicos que acumulamos en esta existencia material. La intensidad existencial no se relaciona de ninguna manera con el tiempo biológico, y el aumento de la intensidad existencial lo