Marco Tulio Cicerón
La confianza en uno mismo es el primer secreto del éxito.
Ralph Waldo Emerson
«Un viaje de mil millas comienza con el primer paso», y eso es lo que vamos a hacer ahora tú y yo. Para ello, y ante todo, es conveniente unificar los términos de referencia, saber a qué nos estamos refiriendo con algunos de los vocablos utilizados.
Podemos encontrar un gran número de definiciones distintas que hablan de la autoestima. Posiblemente, cada escuela psicológica, e incluso cada tendencia filosófica, nos darían su particular visión. Para mí, y para el trabajo que vamos a abordar en este libro, la autoestima es la valoración y aprecio que la persona tiene de sí misma por las cualidades y experiencias que justamente se reconoce. Sería como el grado de confianza en las propias capacidades y habilidades para hacer frente a los retos con los que nos tenemos que enfrentar a diario, y la disposición para alcanzar altas metas.
Quiero dejar patente que no estoy hablando de un concepto abstracto, sino de una actitud objetiva y valorable. De nada sirve que alguien proclame a los cuatro vientos que tiene una alta autoestima si a la hora de la verdad se amedrenta ante cualquier situación imponderable que se le presente. Tampoco es una actitud calificable como autoestima saludable, la del jactancioso, prepotente, arrogante o vanidoso; estos comportamientos esconden tras de sí, con demasiada frecuencia, un complejo de inferioridad que se pretende suplir con tales muestras de falsa superioridad. Mucha gente confunde la arrogancia y las manifestaciones ostentosas de orgullo con una alta autoestima; craso error, nada más lejos de la realidad. Cuando un individuo posee una imagen deteriorada de sí mismo y teme que los demás se den cuenta de su pobre perfil, busca por todos los medios proyectar una imagen de superioridad muy distante del auténtico valor de la autoestima. La genuina autoestima no necesita de alarde ni boato para mostrarse, brilla por propia naturaleza.
Hay oro falso porque existe el verdadero.
Sin duda, todas las personas, unas más conscientemente que otras, tienen una imagen de sí mismas. Esta imagen o autoconcepto se sustentan sobre experiencias subjetivas, que pueden estar más o menos próximas a la realidad objetiva. Es decir, son las experiencias y la lección aprendida de ellas las que nos permiten crear una imagen valiosa o pobre. Es por ello por lo que tanto la realidad individual como el grado de autoestima son procesos en permanente cambio y evolución. Por tanto, el incremento de la autoestima está directamente relacionado con la mejora del individuo y su correspondiente maduración en todos los niveles: físico, mental y emocional.
La alta autoestima implica necesariamente que la persona se sienta valiosa, pero su valía ha de traducirse en hechos, ya que resultaría falsa si no se manifiesta como algo eficaz y útil. Pero una sólida autoestima también reconoce las propias deficiencias y limitaciones, examinar sinceramente cómo uno es resulta imprescindible para el equilibrio. No hay nada más estúpido y contraproducente que rechazar la propia realidad. Si quieres cambiar y crecer, acepta tu condición presente, no la niegues, es parte de ti y a partir de ella has de construir tu nuevo yo. Por tanto, la utilidad y la eficacia han de ser constatadas cada día y avaladas por los hechos, es decir, por los logros, nunca por impresiones subjetivas, por apreciaciones engañosas producto del rechazo a cómo somos. Sin duda, éstas conducirían inexorablemente, en un plazo más o menos dilatado, a una imagen deforme del uno mismo y, lo que es aún peor, a manifestaciones egóticas tales como la vanidad, la arrogancia
y la petulancia.
El conjunto de elementos que aporta la valía que buscamos se basa en una confianza plena en la capacidad de pensar y en la habilidad para hacer frente a los desafíos de la vida, todo ello basado en una completa sinceridad con uno mismo. Siempre es bueno pensar en positivo, hacer afirmaciones positivas, pero si detrás de ellas no hay acción ni realidad, nos estamos engañando a nosotros mismos y eso es una de las cosas más destructivas que pueden ocurrirle a una persona, caer en el autoengaño. Sin embargo, cuando uno es sincero consigo mismo, si acepta y no impugna sus condiciones personales, podrá ser más o menos eficiente, tener mayor o menor autoestima. Pero esa sinceridad genera seguridad, y la misma seguridad hace a la persona consciente de su derecho a triunfar y ser feliz, a ser respetada, digna de confianza, y a saber que puede alcanzar lo que necesita, manifestando abiertamente y sin recelos sus principios morales, éticos y espirituales.
Por otra parte, como ya he insinuado, la autoestima se encuentra directamente vinculada a la personalidad, tanto a la real como a la ficticia o egótica. La falsa personalidad a la que hago referencia es la basada en la mentira, es aquella que pretende mostrar cara al público algo distinto de lo que se es: vanidad, petulancia, arrogancia, prepotencia, como señalaba antes. La falsa personalidad y la falsa autoestima se alimentan del disimulo y del engaño, que degrada tanto por exceso como por defecto la auténtica valía. La auténtica y sólida autoestima, por el contrario, se sustenta en la sinceridad y el coraje. Sinceridad para vernos y reconocernos tal y como somos, y coraje para cambiar aquello que entorpece el crecimiento y desarrollo como seres humanos.
Ahondando un poco más en la definición de la autoestima, diría que es el conjunto de creencias —tanto limitantes como potenciadoras— y de los valores —virtudes y/o viciosos— que delimitan el universo personal. Se trata pues de la concepción, del modelo que el sujeto tiene del mundo, tanto interno como externo, lo que cree acerca de quién es, de sus capacidades, habilidades, potencialidades y recursos, pasados, presentes y futuros, de lo que lo ha conducido hasta donde está y lo llevará hasta donde crea que puede llegar.
La autoestima es mucho más que una simple idea o un sentimiento, es una fuerza motriz generadora de motivación e inspiradora de las acciones. La estima permite reconocer las capacidades que poseemos, tanto disponibles como en potencia, y que en buena medida son lo que hace que el sujeto se sienta valioso. De ahí la generación de energía, de fuerza activa, de impulso vital que inexorablemente se conectará con otras energías cósmicas más poderosas. El hombre o la mujer sin autoestima son un individuo pusilánime, temeroso, apocado y sobre todo mediocre. Una mujer o un hombre con sólida autoestima son personas seguras de sí mismas, decididas, y atrevida, lo que le permite considerar que su vida es valiosa, que tiene una misión y que merece la pena vivirla. Alta autoestima es genialidad y baja autoestima es mediocridad.
Los espíritus mediocres suelen condenar
todo aquello que está fuera de su alcance.
François de la Rochefoucauld
¿Y qué es mediocridad? Mediocridad es equivalente a vulgaridad, lo que hace la mayoría, sin repercusión, sin que prevalezca ni influya en el futuro, ni en el suyo propio ni en el de los demás. Una persona mediocre es como la oveja de un rebaño, que va donde dicta el pastor y come lo que le dan, para al final ser sacrificada y guisada.
En el mundo de la empresa, un ejecutivo mediocre y con baja estima es aquel que se limita a cumplir sin pena ni gloria su cometido, y en consecuencia es prescindible. En el mundo del arte, un pintor mediocre y que no se valora es aquel que jamás tendrá ninguna de sus obras expuesta en un museo. Un escritor mediocre que no cree en su propio talento no verá su novela publicada, o si se edita pronto estará entre los libros de saldo. Un padre mediocre, que no asume su responsabilidad por su baja autoestima, se inhibe del compromiso que supone mejorar día a día para que su familia crezca en todos los niveles: económico, cultural, educacional, social, ético, moral y espiritual. Por lo general, el mediocre necesita tener cosas que le aporten seguridad o valía (coches potentes y de marcas caras, casas suntuosas, ropas de diseño), necesita el fanatismo deportivo, político o religioso para sentirse importante y precisa incluso ser agresivo verbal y físicamente para creerse poderoso. En resumen, una persona sin una autoestima fuerte, un individuo trivial (hombre o mujer), vive una existencia anodina, rodeado de gente oscura y sin conseguir algo que no sea mediocridad. La autoestima 100 x 100 es todo lo contrario a la vulgaridad, y no es patrimonio de unos pocos hombres y mujeres privilegiados, cualquiera que se lo proponga puede alcanzarla, ¡tú puedes alcanzarla!
Las