También es importante precisar que los cinco modelos anteriores no se suscitaron en la historia de manera lineal, uno tras otro, de forma tal que al desaparecer uno fuera remplazado de inmediato por otro. Tampoco fueron producto de previsiones rigurosas ni de planeaciones milimétricas. El cincuentenario al que hacemos referencia se caracterizó por ser más que una época de cambios, un cambio de época; la cual se tradujo, en la cotidianidad, en un permanente e inusitado florecer de novedades, experimentos y transformaciones en todos los campos. En consecuencia, en cuanto a casas de formación se refiere, el camino se hizo al andar, generándose con el discurrir del tiempo una especie de cohabitación de los distintos modelos, hasta llegar a nuestro hoy, donde predomina una especie de mixtura ecléctica de modelos.
Inventar algo nuevo
Frente al anterior panorama podríamos interrogarnos de la siguiente manera: ¿son necesarias las casas de formación hoy?, ¿todavía siguen siendo válidas de cara a la esencia y al quehacer del hecho formativo?, ¿no habrá que suprimirlas e inventarse otra manera novedosa para la formación de los aspirantes a la vida consagrada? Preguntas duras y candentes a las cuales no debemos rehuir. Tal vez la primera pista, para solucionar el dilema, consistiría en ahondar en la memoria del caminar de la vida consagrada que nos revelara, por una parte, lo fundamental, a lo cual no se puede renunciar, y por otra, las tendencias estimulantes del futuro.
Una segunda pista comprendería un abordaje del itinerario formativo, que se ha recorrido en los lustros posteriores al kairós del Concilio Vaticano II, examinar cómo se cristalizaron sus mejores intuiciones de renovación evangélica, evaluar y valorar lo que ocurrió en las casas de formación, sus procesos, sus políticas formativas, sus éxitos y fracasos, para con objetividad dilucidar ¿qué se debe mantener?, ¿qué se debe renovar?, y ¿qué se debe crear?
Finalmente, una tercera pista conllevaría el ponernos en estado de discernimiento y volvernos a preguntar: ¿qué nos pide Dios en este aquí y ahora? Pero no tanto con una actitud nostálgica por el pasado, sino, ante todo, con una mirada esperanzada de futuro, pensando y construyendo un modelo alternativo para las casas de formación que requiere el siglo XXI. Entonces, hacer de la ocasión una oportunidad de reflexión hermenéutica, de abordaje proyectivo, germinal y generador. Mirar hacia delante, hacia lo que se ha de construir para el mañana. Hacer de nuestra coyuntura histórica un tiempo simbólico de renovación de proyectos, apuestas, metas, deseos y sueños colectivos. Se trata, en últimas, de un llamado a los formadores para poner a volar la imaginación y la creatividad, para que a partir de la sabiduría y la experiencia acumuladas durante los últimos cincuenta años se atrevan a pensar la casa de formación imaginada.
Esperamos que las páginas que siguen contribuyan de alguna manera a estos propósitos y permitan encontrar inspiración para transitar la ruta del porvenir, siendo siempre fieles más a la vida que a las estructuras. Así como nos lo enseñara, en los años noventa del siglo anterior, el Hermano australiano, exconsejero general, Gerard Rummery, cuando recordaba a la Madre Teresa de Calcuta. Él contaba cómo, en Roma, en cierta ocasión, le correspondió compartir un taxi con la Madre Teresa y mientras llegaban a su destino estuvieron conversando. Él tomó la iniciativa y le contó de los múltiples preparativos que estaba realizando el Instituto para su próximo capítulo general, de la metodología de frontera que se iba a emplear, de las encuestas y estadísticas en curso, del informe de gestión del último periodo de gobierno, de las evaluaciones y prospectivas, de la comisión preparatoria, de las elecciones de los capitulares procedentes de todo el mundo, de las preocupaciones, de los ires y venires. Entre tanto, la Madre Teresa lo escuchaba con profunda atención y respeto. Finalmente, terminó su narración, y se le ocurrió preguntarle a la Madre Teresa ¿qué le podría sugerir…? Ella respiró hondo, se acomodó en el asiento y le dijo que también en su Instituto se encontraban preparando el próximo capítulo general, y que lo único que habían decidido era pedirles a todas las Hermanas que se preguntaran, oraran y discernieran si estaban viviendo a plenitud el pasaje del evangelio: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3).
Capítulo 2
El caminar de la vida religiosa
Hacer memoria de nuestra historia más cercana no deja de ser problemático por cuanto la proximidad a los acontecimientos no siempre favorece la distancia que requiere la objetividad frente a los hechos y su adecuada interpretación. Quien observa no está aislado del fenómeno, sino que forma parte de este, el fenómeno lo afecta y viceversa. Entonces, haber vivido un fragmento de la historia participando de sus avatares, unas veces como protagonista otras como espectador pasivo, necesariamente conlleva un abordaje subjetivo y particular de todo aquello que se intenta narrar. Sin embargo, siendo conscientes de ello buscaremos aproximarnos a lo ocurrido en la vida religiosa durante los últimos cincuenta años con una mirada lo más transparente posible.
A tal propósito, nos empeñaremos en una retrospectiva que comporte una mirada a la historia que no sea ni leyenda blanca (todo positivo) ni leyenda negra (todo negativo), pues la historia siempre es una conjunción armoniosa del claro oscuro. Una mirada a la historia que no sea pesimista ni optimista, sino realista. Una mirada que no se limite a la tríada clásica usada en las ciencias administrativas: el escenario positivo, el escenario negativo y el escenario conservador. Si pudiéramos graficar la historia la veríamos como subidas y bajadas, avances y retrocesos, tiempos quietos y tiempos de revoluciones. Sobrepasa cualquier cálculo. Así es la historia, dinámica, impredecible, sorprendente.
En consecuencia, priorizaremos una mirada contemplativa de la historia que sabe ver y escuchar en todo la presencia del Espíritu y, de modo preferente, discernir su presencia para vivir el tiempo como tiempo de Dios. Es la mirada evangélica, porque cuando falta la mirada de la fe la propia vida pierde gradualmente el sentido, el rostro de los Hermanos se hace opaco y es imposible descubrir en ellos el rostro de Cristo, los acontecimientos de la historia quedan ambiguos cuando no privados de esperanza.
Para los Hermanos Lasallistas la mirada contemplativa es sinónimo del espíritu de fe, que san Juan Bautista de La Salle describió como aquel que debe movernos “a no mirar nada sino con los ojos de la fe, a no hacer nada sino con la mira en Dios, y a atribuirlo todo a Dios”. No mirar nada sino con los ojos de la fe es propiamente la contemplación, trascender los datos de la experiencia inmediata para encontrar el sentido de la existencia en el Señor de la Historia, develar las maravillas que Dios hace con los hombres; es cambiar la mirada, tener nuevos ojos para ver los acontecimientos y la realidad. No hacer nada sino con la mira en Dios vendría a ser el discernimiento; en los acontecimientos históricos el Señor va usando una pedagogía que nos educa y transforma, allí descubrimos el camino a seguir, los llamados, los nuevos desafíos. Y, finalmente, atribuirlo todo a Dios comprendería la espiritualidad de la confianza y del abandono, el convencimiento de estar guiados por las manos de Dios, quien acompaña y sostiene.
A la luz de la fe, somos conscientes de que, durante los últimos cincuenta años, la acción del Espíritu ha intervenido de manera patente en la vida de la Iglesia, y dentro de esta, particularmente en la vida religiosa. Su actuar nos ha puesto en movimiento permanente. No nos ha dejado quietos. No ha permitido que nos estanquemos, que nos paralicemos. Su actuar se ha expresado en olas sucesivas de cambios que se han ido entrelazando y superponiendo, como en una especie de espiral siempre hacia delante. Esta historia podría asemejarse a una sinfonía, ese tipo de composición musical que consta de varios movimientos ejecutados por múltiples instrumentos combinados entre sí de manera armónica y bella. Pero es una sinfonía prácticamente desconocida por las nuevas generaciones que ingresan a la vida religiosa, no saben que fue fruto de un caminar arduo y azaroso, de búsquedas entre luces y sombras, algunas veces atinadas otras equivocadas, pero siempre sinceras y generosas. Al no comprender su nacimiento y desarrollo, y al encontrar todo ya hecho no asumen responsablemente ese pasado, en el todo y sus partes, para encontrarle sentido y proyección.
Entonces, la narración podría