Modelos de casas de formación
Ya hemos visto cómo la esencia del fenómeno formativo fue, desde los inicios de la vida religiosa, una relación educativa personalizada como acompañamiento fraterno, dentro de la inspiración evangélica: “quédate con nosotros” (Lc 24, 29) y “ven y lo verás” (Jn 1, 46). A medida que el testimonio de este estilo de vida fue cautivando y atrayendo a un número cada vez más significativo de aspirantes, fue necesario crear estructuras formativas que respondieran a la demanda creciente, lo cual vino a oficializarse a través de los siglos con la ya clásica expresión: casas de formación.
Así como la sociedad ha cambiado y sigue cambiando vertiginosamente la vida religiosa no se ha quedado atrás en su puesta al día, lo cual ha implicado, a su vez, una transformación radical del rol de formador y de la idea misma de casa de formación con sus correspondientes concreciones. A medida que fue evolucionando la vida consagrada, durante los siglos, de igual modo fueron apareciendo visiones distintas de casas de formación asociadas a cada nuevo estilo de vida religiosa. El arco de tiempo, dentro del cual se enmarcan las disquisiciones del presente libro, corresponde a los últimos cincuenta años, más exactamente al lapso comprendido entre la clausura del Concilio Vaticano II, en diciembre de 1965, y nuestro 2015 —año dedicado a la vida consagrada por iniciativa del papa Francisco—. Podemos señalar que estas décadas han sido muy creativas para responder a la manera de ser de las nuevas generaciones de candidatos a la vida religiosa, como también a las nuevas demandas de la sociedad y de la historia, que han interpelado y modificado la misión lasallista. Al menos en estas cinco décadas es posible rastrear cinco modelos distintos de casas de formación: modelo clásico, modelo familia, modelo inserción, modelo inter y, el más reciente, modelo neoconservador.
Figura 1. Modelos de casas de formación
Fuente: elaboración propia.
Utilizamos la categoría modelos en tanto nos permite construir una abstracción teórica de un fragmento de la realidad, caracterizar sus rasgos más sobresalientes, presentar de manera pedagógica una aproximación a lo que se ha ido creando, lo que ya murió y lo que está naciendo en cuanto a formación para la vida religiosa se refiere. Los modelos son artificiales en cierta manera, subjetivos e incompletos. También son integradores, pues no son puros en sí mismos, ya que recogen lo perenne de la tradición formativa en consonancia con las innovaciones del presente, son permeables a la novedad impredecible de la acción del Espíritu, quien renueva las cosas donde quiere y cuando quiere, a tiempo y destiempo (Jn 3, 8; 16, 13).
El modelo clásico corresponde a unas grandes edificaciones de dos o más pisos, diseñadas, normalmente, siguiendo el típico claustro del convento monacal con sus amplios corredores, arcadas, patios y capilla central, y rodeadas de canchas deportivas al igual que de campos para las labores agropecuarias. Se escogían, para su construcción, lugares alejados de los centros urbanos. Su tamaño y sus múltiples servicios (habitaciones, salones de clase, salas de estudio, comedor, cocina, etc.) imitaban los grandes internados de la época. En estos se alojaban varios cientos de jóvenes que se formaban desde muy niños para la vida religiosa. Llegaban, como aspirantes, a terminar su primaria o bachillerato, seguían de postulantes, luego novicios y finalmente escolásticos. Todas las etapas de formación se hacían, habitualmente, en el mismo lugar, en algunas ocasiones el noviciado contó con su propia casa en una ubicación diferente, y con locales apropiados con capacidad para cincuenta o más novicios. Por estos años, las distintas comunidades religiosas registraban en sus estadísticas números elevados tanto de personal religioso como de formandos.
El modelo familia aparece cuando la realidad numérica de las congregaciones religiosas experimenta un descenso vertiginoso tanto por las salidas de sus efectivos, con votos temporales o perpetuos, como por el reducido número de nuevas vocaciones que ingresaban cada año. Las grandes construcciones se quedan vacías, la fraternidad religiosa que, normalmente, contaba con cuarenta o cincuenta religiosos para dirigir una obra educativa, de repente se ve drásticamente disminuida a diez, siete o menos Hermanos. Se abandonan las grandes casas de formación, el aspirantado (especie de colegio exclusivo para niños y jóvenes destinados a la vida religiosa) es suprimido. Desde este momento se ingresa a la formación inicial teniendo como mínimo el grado de bachiller, y cada etapa de formación cuenta con su casa específica: una para el postulantado, una para el noviciado y otra para el escolasticado. Tanto el postulantado como el escolasticado son trasladados a casas de familia adaptadas a tal propósito, situadas en barrios no muy distantes de los lugares de estudio (universidades) e instituciones educativas donde se hacía la práctica pedagógica (escuelas y colegios). La idea de fondo era no estar alejados de la cotidianidad de la gente, compartir su vida y su experiencia. Para el noviciado se construyó una edificación, que se caracterizó por la funcionalidad y sobriedad, con capacidad para una docena de novicios, y eso sí, siguió siendo en un lugar retirado en medio de la naturaleza.
El modelo inserción surge cuando la vida religiosa opta por comprometerse con los más pobres, siguiendo el carisma primigenio de sus fundadores; para ello inicia un éxodo que la lleva a encarnarse en barrios populares, en municipios alejados de las grandes capitales, a realizar su misión en aquellas poblaciones con mayores necesidades y menores oportunidades. Las casas de formación, especialmente postulantado y escolasticado, son desplazadas a los barrios de estratos más bajos de las ciudades o a lugares de misión en regiones de frontera y carentes de las posibilidades, servicios y bienestar de los grandes centros urbanos. El noviciado, con su tradicional encierro y aislamiento, sufre una gran apertura, permitiendo que los novicios puedan trabajar en la evangelización y promoción de la justicia de los más pobres de las veredas de su zona de influencia. Es una época de múltiples experimentos e innovaciones, toda una revolución.
El modelo inter expresa el nuevo rostro de la vida consagrada que pasa de un formato isla, donde cada congregación religiosa realiza su misión en solitario y totalmente independiente de las demás, a un talante colaborativo y de pastoral de conjunto. Las casas de formación lasallistas se reinventan cuando empiezan a funcionar de forma interdistrital, internacional, intercultural e intercongregacional. De ahora en adelante cada provincia religiosa no tendrá sus propias y exclusivas casas de formación, pues los postulantados, noviciados y escolasticados se tornan en subregionales o regionales, interdistritales, internacionales y multiculturales. Toda una novedad y riqueza, cuyo caminar fue dando sus frutos, mostrando poco a poco las mejores rutas y estrategias formativas. Mención especial merecen las casas de formación intercongregacionales, para nuestro caso lasallista, únicamente un país tuvo casas con formandos procedentes de diferentes congregaciones de Hermanos; camino ya desaparecido, no suficientemente exitoso, pero que expresó en su momento la búsqueda de una nueva manera de ser de la vida religiosa.
El modelo neoconservador toma la delantera cuando la última innovación tras la exploración de una nueva manera de ser de la casa de formación para el siglo XXI se diluye. Consistió en que, ante el impulso de la misión compartida entre religiosos y seglares, se establecieron casas de formación donde futuros Hermanos y Colaboradores laicos vivían y se formaban juntos en los idearios lasallistas; la cuestión no funcionó por la sencilla razón que se trató de mezclar dos vocaciones muy diferentes, que requerían sus particulares procesos de formación. Así es como la casa de formación actual se identifica por ser autorreferencial y endogámica, por mezclar todo tipo de enfoques y vivencias, sobresaliendo por una vuelta al pasado, en la que se recuperan expresiones ya superadas de la antigua vida religiosa. El modelo actual, en su generalidad, es de tendencia neoconservadora, porque se da una especie de involución y estancamiento, perdió su norte de seguir en fidelidad creativa tras un itinerario de búsqueda de las mociones nuevas, a las cuales siempre llama el Espíritu.
Hasta aquí esta tipología de modelos de casas de formación. Es oportuno aclarar que, intencionalmente, nos hemos centrado en una breve descripción de