Memorias de un pesimista. Alberto Casas Santamaría. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Alberto Casas Santamaría
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587576832
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por la guerrilla y el narcotráfico. Sin coincidir con el criterio presidencial, es solidario con el gobierno, pero se retira del servicio diplomático para asumir nuevamente el riesgo de la candidatura a la jefatura del Estado, con la promesa programática de construir un país sin guerrillas.

      Compite con los candidatos Virgilio Barco y Luis Carlos Galán. A las propuestas de internacionalizar la economía y reformar la justicia, se contesta con el argumento partidista de “dale, rojo, dale” al hijo de Laureano.

      El liberalismo se jugó completo para evitar la confrontación de ideas; entrevistas únicamente con periodistas cercanos y mucha publicidad y mucha plata en la campaña. Virgilio Barco no aceptó concurrir al debate en televisión y se cometió el error táctico de presentarse solo con Luis Carlos Galán, quien más tarde abandonó la contienda para coadyuvar la candidatura Barco, y así derrotar con amplitud la propuesta conservadora.

      Gómez no deja la lucha y sigue defendiendo ideas renovadoras y, sobre todo, proponiendo fórmulas para superar la, para él, decadencia de las costumbres políticas.

      Las dificultades de orden público crecieron en proporciones geométricas. Asesinaron en operaciones militares de la guerrilla y del narcotráfico más de setenta mil personas y 250 policías. Entre ellos, cuatro candidatos presidenciales, un procurador general de la nación, un gobernador.

      Secuestraron al entonces candidato y futuro alcalde de Bogotá y presidente de la república, Andrés Pastrana Arango. Y el M-19, organización subversiva en trance de reintegrarse a la legalidad, secuestró a Álvaro Gómez. Era, para ellos, el mecanismo para convocar a la reflexión nacional y perfeccionar un acuerdo de paz.

      Soportó el repugnante delito con fortaleza y dignidad. El primer mensaje que logra enviar desde el cautiverio es para su esposa, Margarita: “Hace quince días te vi por última vez. Estoy bien. Mi destino no está en tus manos, ni en la de nuestros hijos. ¡Tranquilízate! Está en las manos de Dios. Te quiero infinitamente. Álvaro”.

      Liberado a los 53 días por la presión nacional liderada por el ministro del Interior Cesar Gaviria. Su regreso a la libertad motivó el acuerdo del gobierno Barco y el M-19, con la participación de representantes de la Iglesia.

      Es ahí, en el sacrificio del cautiverio, a donde llega a la conclusión de que el país vivía un acelerado proceso de decadencia: una ruta de inviabilidad nacional.

      Del “talante” pasamos al Acuerdo sobre lo Fundamental. Una propuesta para salvar a la democracia sobre la base de aceptar el desacuerdo. Unos criterios básicos de coincidencias entre adversarios para evitar la erosión ya avanzada.

      La “inviabilidad nacional” se manifestó con el asesinato de Luis Carlos Galán. Un dolor nacional se apoderó de los colombianos, quienes sentimos la pérdida de la esperanza. Era como volver a matar al gran Jorge Eliécer Gaitán. Venía de Venezuela donde le rindieron honores de jefe de Estado, lo que se convirtió en el último reconocimiento a sus condiciones de líder indiscutible. Su última satisfacción.

      El país se desmoronaba. El presidente Barco, indignado y conmovido por los asesinatos de jueces y de los altos oficiales de la fuerza pública, declara la guerra al narcotráfico.

      Los asesinos, organizados en bandas sofisticadas, intensificaron, en respuesta a la guerra decretada por el Gobierno, la ejecución de atentados indiscriminados contra la población civil. Llegaron al exceso de cometer el monstruoso episodio de poner una bomba en un avión con 107 pasajeros para matar al sucesor de Galán, el presidente Gaviria, quien se salvó milagrosamente por tomar otro sistema de transporte, precisamente para no perturbar al resto de pasajeros.

      El presidente Gaviria, un provinciano muy inteligente, quien venía de lucirse como estudiante aventajado de la Universidad de los Andes, representante a la Cámara y beligerante crítico del presidente Betancur; distraído en el vestir y en las reglas de la etiqueta, excelente ministro de Hacienda y de Gobierno, muy hábil en política; se perfilaba como precandidato presidencial, pero sorprendió a la tribuna con su adhesión irrevocable a Galán. Venía del oficialismo liberal de Risaralda y su compromiso de respaldar a una figura del sector disidente era una prueba inequívoca del inmediato triunfo del joven caudillo del nuevo liberalismo.

      Ganó la consulta liberal enfrentado a verdaderos varones de su partido: Hernando Durán Dussán y Ernesto Samper. Ambos subestimaron la fuerza de Gaviria.

      Álvaro Gómez, desde su tribuna y desde la academia, seguía los acontecimientos con ojos de periodista. Su partido había escogido a Rodrigo Lloreda como candidato a la presidencia sin su participación. Se había retirado de la política y sus amigos no entendían la renuencia a medírsele a una nueva candidatura reiteradamente solicitada. Sin embargo, faltando pocas horas para vencerse el plazo de inscripción de candidatos a la presidencia, y sin que lo supiéramos sus allegados, aceptó someter su nombre a consideración de los colombianos. Estoy cumpliendo un deber de conciencia, le dijo a la prensa: “Esta es una candidatura libre”. Así nació el Movimiento de Salvación Nacional.

      La campaña se adelantó en medio de una ingobernabilidad preocupante: asesinato de candidatos presidenciales, hostigamiento guerrillero y paramilitarismo creciente.

      El gobierno propuso una Asamblea Constituyente. Los candidatos se mostraron proclives a su convocatoria y se aceptó incluir y escrutar una “séptima papeleta”: iniciativa de estudiantes universitarios.

      Álvaro Gómez creyó que la Constituyente era el camino para perfeccionar el Acuerdo sobre lo Fundamental y así romper al “régimen”, para él, un sistema perverso que permitía al partido mayoritario perpetuarse en el poder en connivencia con el partido minoritario, dejando la sensación falsa de un manejo democrático.

      Derrotar al “régimen” se convirtió en su objetivo político para buscar el diálogo con la guerrilla de las FARC. De hecho, uno de sus lemas de campaña fue: Un país sin guerrillas. Alcanzó a sostener una conversación telefónica con Jacobo Arenas para iniciar los contactos con el ideólogo de las FARC, frustrado por la negativa del gobierno a la autorización del transporte aéreo respectivo.

      Cesar Gaviria es elegido presidente; Álvaro Gómez, con la votación subsiguiente, se convierte en el aliado más importante del gobierno para la convocatoria de la Constituyente, aunque con una diferencia fundamental mediante la cual, mientras el gobierno sostenía que debería ser limitada a los asuntos expresamente señalados en el decreto de convocatoria de la Asamblea, Álvaro Gómez advirtió que la Constituyente era soberana, omnímoda y omnipotente. La Corte Suprema, en apretada decisión, le concedió la razón.

      Sin embargo, continuaron los secuestros y, en un intento de rescate por la fuerza pública, se produjo la muerte de la periodista Diana Turbay. Doloroso episodio que sigue atormentando al periodismo colombiano.

      La campaña por la Constituyente permitió enfrentar el pesimismo y la gente creyó en ella. Instalada la Asamblea con la presidencia compartida de Álvaro Gómez, Antonio Navarro y Horacio Serpa, se demostró la inexistencia de mayorías para aprobar una posición ideológica en la elaboración de una nueva Constitución. El régimen quedó en minoría. El Congreso fue revocado. Ningún partido o movimiento estaba en capacidad de imponer una doctrina en la reforma “soberana, omnímoda y omnipotente”.

      La reforma constitucional promulgada de manera solemne, independiente de lo buena o lo mala que le parezca a la tribuna, fue un verdadero acuerdo de paz. Solo que limitado por no incluir a la insurgencia de las FARC y del ELN. El acuerdo era entre todas las agrupaciones y movimientos legales para modificar la Constitución.

      El éxito constitucional de la reforma del 91 tuvo un costo muy alto: revocatoria sí, pero con inhabilitación de los constituyentes.

      El nuevo Congreso elegido le dio al régimen un aire. Los partidos tradicionales recuperaron el espacio perdido en la Constituyente en detrimento de Salvación Nacional y del M-19. Gómez decidió retirarse de la política y el movimiento bipartidista se fue debilitando.

      La elección del presidente Samper significó una nueva derrota, dado que, desde su retiro, apoyó la candidatura de Andrés Pastrana. Convencido de