“El papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre”. (Lacan, J., El reverso del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 2006, pág. 118).
En Elucidación de Lacan, Miller ha dicho con acierto que la sexualidad femenina nos concierne particularmente a todos como hijos de una mujer, y si nos trasladáramos a la experiencia clínica más elemental comprobaríamos que la crudeza de la sentencia maledictio matris eradicat fundamenta –encierra una verdad insoslayable, aunque no inexorable. Pero el desamor y hasta el odio de una madre no deberían precipitar invariablemente un juicio severo cuando no nos va nada personal en ello, sino antes bien pensar en la condición femenina de la persona materna. La madre es una mujer, y muchas cosas pueden atribular el alma de la mujer en trance de ser madre. No siempre el embarazo es un don de amor. A veces es una injuria, una enfermedad, una invasión, una mutilación. Hay mujeres que se sienten aprisionadas desde el primer momento en que saben que están embarazadas. Es como si fuesen ellas las que hubieran sido reenviadas súbitamente al seno materno en un confinamiento opresivo. Las vicisitudes del lugar de una mujer en el deseo del padre solo relativamente pueden separarse de su relación como madre con el hijo. Si la mujer y la madre son diferentes, no por ello la primera es borrada por la segunda. La precedencia de lo femenino sobre lo materno determina que existan maternidades muy distintas incluso en una misma vida personal.
La cuestión de la percepción que una mujer tiene de sí misma en tanto tal está sujeta a su lugar en el deseo del Otro y no a los ideales pedagógicos vigentes. Bien señala Lacan que “imágenes y símbolos en la mujer no podrían aislarse de las imágenes y de los símbolos de la mujer”, pero ese simbolismo inconsciente muy poco debe al imaginario que el discurso de la política puede construir a través de la pedagogía social o individual. El problema de la valoración de la feminidad y del lugar que asume para bien o mal en el deseo del Otro solo tangencialmente es tocado por la construcción y promoción de modelos identificatorios que apuntan a producir una determinada orientación de la subjetividad femenina. Es en esto que la clínica analítica, como clínica de la sexuación, se distancia por mucho de las psicoterapias orientadas por una perspectiva de género. Freud supo ver que en el sujeto enfermo como tal hay algo que va más allá de los desórdenes de la ciudad y los trastornos de la jerarquía. Reconoció que el campo del deseo presenta una autonomía respecto de lo que podríamos resolver por medio de la acción política o educativa, sin que por ello menospreciemos la importancia de esa acción en el campo que le es propio.
El partido de los predicadores políticos
La voluntad de los poderes políticos y su pedagogía, conservadora o progresista, no llega a tocar el nudo de un deseo que está sostenido de la contingencia de un encuentro. Esos poderes están guiados siempre por una idea determinada de justicia que aspira a configurar las relaciones. Puede variar mucho la concepción de lo que es justo, pero sea cual fuere la idea que se tenga, la experiencia nos dice que para cada uno de nosotros algún día llega la hora en que tenemos que admitir que el amor no se relaciona con la justicia. Por eso hay algo contrario a los designios de la política en la sexualidad como tal, y esa contrariedad se hace máxima en la sexualidad femenina. Esos designios siempre aspiran a la totalidad, cualquiera sea la ideología que esté en juego. Es algo que podemos apreciar en este pasaje de Lacan de su seminario sobre los cuatro discursos:
“…la idea de que el saber puede constituir una totalidad es, si puede decirse así, inmanente a lo político en tanto tal. Esto hace mucho que se sabe. La idea imaginaria del todo, tal como el cuerpo la proporciona, como algo que se sostiene en la buena forma de la satisfacción, en lo que, en el límite, constituye una esfera, siempre fue utilizada en política, por el partido de los predicadores políticos. ¿Puede haber algo más bello, pero también menos abierto? ¿Puede haber algo más parecido a la clausura de la satisfacción?”. (Lacan, J., El reverso del psicoanálisis, Paidós, Bs. As., 2006, pág. 31).
Lo que aquí Lacan refiere como la idea imaginaria del todo tiene una importancia central a la hora de entender lo femenino como aquello que vetaría la totalización. Esa totalidad encuentra su primera versión en la buena forma del cuerpo, para trasladarse a la idea, a la teoría, y a la concepción del universo. No es casual aquí la referencia al partido de los predicadores políticos. La connotación puritana del sustantivo debe destacarse. También la mención de la imagen de la esfera como representación de la unidad-totalidad. Unidad del signo lingüístico, unidad de la pareja (las dos medias naranjas), unidad del cuerpo narcisista, unidad del concepto, de la clase o del conjunto que los círculos de Euler presentan en su parentesco con la buena forma de la esfera. Esa unidad-totalidad del ideal que abarca y comprende, es también la de la masa y la del in-dividuo político concebido como andrógino y desligado de sus referencias sexuales. Es en La transferencia donde se alude a la idea del andrógino en términos de la ilusión de una armonía entre los sexos, de las dos mitades unidas de la esfera. Lo que el psicoanálisis nos enseña en su ruptura del signo lingüístico y en contra de la prédica política, es que la esférica naranja es, como cualquier totalidad, un “globo”, es decir, una mentira.
La hipótesis del inconsciente implica que hay un campo de las relaciones humanas que escapa a la dimensión de la demanda, a la esfera del contrato y los derechos. Hay cosas que son del César y las hay que son de Dios, y aquí Dios no está tomado en su aspecto simbólico, en su carácter de versión elevada y omnipotente del César. Hablo de Dios como algo perteneciente al campo de lo real, a ese Otro radical e inexorable que concierne, según Lacan, a la sexualidad femenina bajo la noción del Otro barrado, ese Dios que habla y que el Libro de Job encarna en Leviatán y Behemoth, un Dios con el que no pueden establecerse pactos ni contratos. Pero hay gentes que no pueden atender a otra cosa que a la dimensión del contrato. Y no son solamente los obsesivos. Cuando se trata del deseo, miran para otro lado. Los progresistas de izquierda y de derecha, adhieren a la ideología igualitaria y contractual que hace del hombre y la mujer sujetos intercambiables, indiferentes en su diferencia, buenos para todo, es decir, para nada. Cualquier reparo a las premisas fundamentalistas del feminismo será estigmatizado como una justificación de la “violencia de género”. Cualquier señalamiento de una diferencia cualquiera será, por sí mismo, un acto de violencia. Nuestros modernos inquisidores no consiguen recuperarse de ese punto de vista que reduce las relaciones subjetivas a una psicología planteada bajo los términos de la organización sádico-anal de la libido. Y es porque allí se sienten más cómodos, y más identificados. La ventaja de entenderlo todo en función de las relaciones de dominio beneficia a sometidos y opresores en la evitación de la angustia que implica confrontarse con la dimensión propiamente sexual de la relación con el otro. Obsesionados por el cetro o por el denario, no ven más allá de la efigie del César, porque no soportan siquiera la idea de “ver la cara de Dios”.
Sexuación y género
Hay que reconocer que el candor de los buscadores de hormonas y los lisencéfalos diplomados que practican mapeos cerebrales o ecografías transvaginales de mujeres en trance orgásmico (deben ser experiencias inolvidables, sobre todo para el investigador) supera largamente en ingenuidad a los entusiastas de la reivindicación igualitaria. Pero estos últimos no son menos refractarios a la perspectiva analítica. Agrupados bajo la rúbrica del constructivismo, atribuyen al psicoanálisis un punto de vista “esencialista” y son la remake de quienes antes que ellos promovieron la desexualización del conflicto para poner el acento en su dimensión social y en la continuidad entre