El mismo embotamiento sensual que lo une a su compañera de un día arrastrará a Meursault al asesinato. El protagonista de El extranjero vive exactamente como la juventud de Argel y de Orán descrita en las primeras obras.103
Al no mirarse a sí mismo, tampoco se preocupa por el juicio que los demás tienen sobre él. Si nota que los otros comienzan a juzgarlo, se turba e intenta justificarse, lo que a él mismo le sorprende, pues no halla motivo para disculpar los hechos de su existencia o su manera de ser ante los demás: su vida es legítima, su única explicación está en ella misma, en su transcurrir sin sobresaltos, volcada enteramente a los dones sensibles.
Camus quiere mostrarnos la nada interior de su héroe y, a través de ella, nuestra propia nada… Meursault es el hombre desprovisto de los disfraces con los cuales la sociedad cubre el vacío normal de su ser, su conciencia… Los sentimientos, las reacciones sicológicas que busca reconocer en él (tristeza durante la muerte de su madre, amor por María, arrepentimiento por la muerte del árabe), no los encuentra; solo encuentra una visión absolutamente parecida a la que los otros pueden tener de sus propios comportamientos.104
En su intento de hacer una antología de la insignificancia, Camus afirmaba que “el amor más devorador tiene siempre una faz insignificante”105, lo insignificante está del lado del hábito y, por tanto, revela, más que ocultarla, la pasión de vivir. La descripción de la vida de Meursault, hecha de insignificancias, no demuestra su carencia de sentido, sino que todo su sentido está en la maquinal, en lo habitual. Y si, en busca de lecciones, ahondamos en lo que se calificó como la expresión de la vida absurda, en este apasionante contacto con Meursault encontramos más bien alguna de las caras de la autenticidad:
Meursault rehúsa mentir. Mentir no solo es decir lo que no es. Es también y, sobre todo, decir más de lo que es, y, en lo que concierne al corazón humano, decir más de lo que siente.106
Su autenticidad surge de lo mecánico y se anuncia de manera negativa; pero si partiéramos de esa veracidad de nosotros con nosotros mismos y la viviéramos en nuestras relaciones, nuestra vida podría terminar por definirse positivamente. De alguna forma, esto sucede con Meursault. Hay positividad en su aceptación de la condena a muerte, en su no aceptar dar un salto hacia verdades que jamás conmovieron su corazón ni llegaron a su inteligencia… Si la existencia no es demasiado corta, si una pena de muerte no nos sorprende más allá de toda previsión, el cultivo de esta primera forma de verdad, de este acuerdo entre nosotros, el mundo y los demás hombres, este rechazo a vivir según exigencias cuyo valor no percibimos pueden ser el fundamento de una verdad que trasciende nuestro amor al mundo y nuestro acuerdo con el sol y la simple alegría de estar.
LA FUERZA DE SER ELEGIDO
El domingo del crimen comienza para Meursault con inexplicable sabor de amargura; el lector no ha podido aún asimilar la impresión de que la vida de Meursault no basta, de que algo falta en su “conjunto magnífico y frágil”, cuando empieza a descubrir algo que pesa sobre el mundo, que sobrepasa la simplicidad de un destino común.
La descripción se halla en el orden de las sensaciones: el color del vestido de María, el contraste entre su alegría y el estómago vacío de Meursault en la mañana pesada de sol; la mujercita alegre y jovial que los recibe, esa especie de incierto desagrado ante Raymond Sintés y la presencia de los árabes constituye un conjunto de contradicciones que pone sobre el sol de las diez y la alegría animal de María, el velo sombrío de la desesperanza.
Raymond y Masson pelean con los árabes. Aquel, herido de una cuchillada, saca su pistola y va a disparar sobre ellos, mas Meursault le impide hacerlo, aduciendo el argumento central del orden “moral” de su pueblo:
Sin apartar los ojos de su adversario, Raymond me preguntó: ¿Lo tumbo? Pensé que si se le decía que no, se excitaría y seguramente tiraría. Le dije solamente: “No te ha hablado todavía. Sería feo tirar así”.107
Raymond entrega a Meursault la pistola. Los árabes se esconden tras una roca y los dos regresan a la cabaña de la playa, bajo un sol enceguecedor.
Con el peso del día en su cuerpo, el vino bebido y cierto desasosiego en el corazón, Meursault está listo para ser elegido: su destino recuerda el de los héroes griegos, sobre él pesa la desmesura de lo que está determinado desde siempre, de lo que no podrá jamás ser de otra forma, de aquello que introduce, contra toda previsión, el desorden y el dolor en una sólida existencia feliz. Desde una vida pequeña, todo cuyo valor radicaba en lo insignificante de cada día, entramos en el reino de la fatalidad.
La luz chorreó sobre el acero y fue como una larga hoja centellante que me alcanzó en la frente. En el mismo instante, el sudor amontonado en mis cejas corrió de golpe sobre los párpados y los cubrió con un velo espeso y tibio. Mis ojos se cerraron tras la cortina de lágrimas y sal.
……………………………………………………......... Todo mi ser se distendió y crispé la mano sobre el revólver. El gatillo cedió, toqué el vientre pulido de la culata y entonces, en un ruido a la vez seco y ensordecedor, todo comenzó. Sacudí el sudor y el sol. Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces tiré todavía cuatro veces sobre un cuerpo inerte en que las balas se hundían sin que se notara. Y fueron como cuatro breves golpes dados en la puerta de la desgracia.108
Forzados por este acontecimiento incontrolable, pensamos que la extrañeza de este extranjero radica, no tanto en su carácter, en su pálida conciencia, cuanto en la desproporción brutal entre su modestia y su destino.
Esta caída, de cuyas consecuencias Meursault no es consciente, ante la que le será imposible llegar a sentirse culpable, ilustra la fuerza de su inocencia, su insalvable contradicción: la libertad indiferente con que vivía hasta ahora abre paso a la responsabilidad de un destino impuesto que implica una libertad asumida, única base del posible planteamiento moral de la novela.
El extranjero, hasta ahora, ha sido inocente:
Inocente. Inocente como esos primitivos de quienes habla Sommerset Maugham, antes de la llegada del pastor que les enseña el Bien y el Mal, lo permitido y lo prohibido.109
Sin culpa, sin remordimiento, con una mirada benévola para toda la realidad, de repente y por un acontecimiento que le supera, Meursault deberá pagar con su vida una culpa de la que no puede arrepentirse, pues ni siquiera puede comprender.
Tal es para Camus la verdad de la muerte: una condena que sobrepasa el sentido de la vida humana, un destino injusto y desgraciado contra el cual no puede oponer otra lucidez que la de las certezas del cuerpo: la tristeza de una libertad perdida –la libertad de acostarse con una mujer, de fumar un cigarrillo, de quedarse en el cuarto y ver pasar a la gente desde el balcón de la tarde– y la desasosegante constatación de que nada se puede hacer.
EL JUICIO
La posición de Meursault en el proceso, al que asiste como protagonista de un hecho que los jueces explican fecunda y fácilmente, no puede ser otra que la de un espectador: ninguna reacción de verdadera angustia, de descontento o de dolor. Sus sentimientos apenas se distinguen en la vacilación ante los otros, en esporádicos “recordé que había matado a un hombre” que de pronto le impiden ser –a su manera “inocente” también– solidario; la muerte del árabe lo ha separado del mundo y de los demás hombres, sus únicas riquezas. Una vez descubierto su extraño comportamiento durante el entierro de la madre, toda la investigación se ilumina y la inquietud de los jueces se reduce a averiguar sus reacciones ante la muerte y en el entierro de aquella, para descubrir la relación entre su indiferencia y su crimen.
Desde el punto de vista de lo establecido, su carencia de reacción –encontrar una chica en la playa, ir con ella al cine, hacer el amor al día siguiente del entierro de su madre– demuestra más y mejor que el crimen mismo, la culpabilidad de Meursault. Culpable, por así decirlo, desde su nacimiento; en su carácter hay ya culpabilidad.
El extranjero muestra que Camus en esta época de