El primer apartado se dedica a exponer las características del boom turístico entre 2012 y 2020. Estas fechas delimitan un periodo de crecimiento del sector, vinculado a la recuperación económica de la crisis de 2008. La relación con la crisis previa muestra el carácter fuertemente cíclico y vulnerable de estas economías. Este epígrafe observa también algunas de las características y vulnerabilidades del proceso de urbanización asociado a este complejo, en concreto el problema del turismo cultural y del desplazamiento en las áreas centrales de las ciudades a partir de la emergencia de los alquileres turísticos ofrecidos por plataformas online. Gran parte de la problematización del ciclo turístico se ha centrado en el análisis micro, lo que podría ser una consecuencia más del consenso ideológico sobre la falta de alternativas viables a la especialización turística. Ante esto, el segundo apartado vuelve la mirada hacia las raíces estructurales de la cuestión. Se sintetiza aquí un argumento sobre el Mediterráneo europeo y su modernización en la segunda mitad del siglo XX como un desarrollo que oculta el subdesarrollo, apuntando a las características extractivas, neocoloniales y rentistas del modelo. Finalmente, el tercer epígrafe se centra en los efectos de la pandemia de la covid sobre este tipo de economías. Se argumenta, en este sentido, que las economías dependientes del turismo presentarían una sobreexposición a las crisis cíclicas del capitalismo global, amplificadas por las medidas sanitarias contra la pandemia adoptadas de manera reciente. Asimismo, se valoran las primeras reacciones políticas frente a la debacle económica, mostrando su relación con un potencialmente pernicioso consenso ideológico en torno al modelo turístico.
EL BOOM TURÍSTICO DEL PERIODO 2012-2020 Y SU IMPACTO SOBRE LAS CIUDADES
La recuperación económica desde 2012 y el inicio de las políticas de restricción de movilidad en marzo de 2020 definen claramente una fase alcista del sector turístico. Un auténtico boom con características propias. La crisis de 2008 tuvo su origen en el sector inmobiliario-financiero, una burbuja que repetía, hasta cierto punto, el tipo de crisis de principios de la década de los noventa. El capitalismo posterior a los años setenta ha venido incrementando cada vez más el rol de la deuda y de la producción de capital ficticio en la economía, desligado de la actividad productiva. Una financiarización creciente de la economía permitida por el rápido desarrollo de las telecomunicaciones[1]. En este marco de flujos de capital global y endeudamiento familiar, el sector inmobiliario-financiero ha tendido a sobredimensionarse y a generar enormes burbujas que sostienen un aparente crecimiento de la riqueza cristalizado en la inflación acelerada de los activos inmobiliarios, que acaba derrumbándose periódicamente después de un tiempo, como un gigante con los pies de barro o como una inmensa estafa piramidal[2]. La crisis de 2008 impactó en primer lugar en las economías más volcadas sobre el mencionado sector. También afectó rápidamente a las economías dependientes del turismo, como consecuencia de la reducción de los desplazamientos en el contexto de incremento del desempleo e incertidumbre generalizada que acompaña a toda crisis económica. Sin duda, el impacto fue menor y más tardío en territorios con economías productivas e innovadoras, también en los productores primarios, aunque en un mundo interconectado, más temprano que tarde, el impacto del derrumbe financiero llegó a todos los rincones del planeta.
A la hora de narrar la crisis de 2008 David Harvey[3] señalaba que la manera en que habíamos salido de la última crisis explicaba mucho de la presente. La tendencia a sustituir el vínculo entre incrementos de la productividad y salarios crecientes por la especulación financiera y el endeudamiento familiar como motor del consumo, después de la crisis de la década de los setenta, está claramente en el origen de la burbuja que estalla en 2008. De igual manera, la forma en que se salió de la crisis de 2008 puede explicar mucho de la actual. Un primer dato relevante es que las economías más vulnerables, volcadas en exceso sobre un modelo rentista y especulativo, por lo general, siguieron insistiendo en el mismo modelo de acumulación con pocas variantes. Al mismo tiempo, ante la imposibilidad de que la construcción y el sector inmobiliario volvieran a soportar la creación de empleo y riqueza en los niveles anteriores a 2008 (muchas de las oportunidades que permitieron la fase alcista del ciclo se habían agotado), el motor de la economía se desplazó en gran medida al turismo. El desarrollo del sector turístico y del inmobiliario-financiero había venido de la mano desde la década de los setenta, pero el primero, aunque sufrió el impacto de la crisis, fue mucho menos duradero y, con posterioridad al periodo de depresión, seguía ofreciendo oportunidades para su crecimiento.
La crisis supuso un freno a los desplazamientos que se dejó notar especialmente entre 2008 y 2010. No obstante, desde entonces, los números del turismo internacional crecieron año tras año a un ritmo notable, con más 1.400 millones de turistas internacionales en 2018. Ese año España superó a Estados Unidos en número de visitantes extranjeros, siendo el segundo país que más recibió después de Francia. En 2019 batió de nuevo su récord, aproximándose a los 84 millones de turistas[4]. Estos se distribuyen de manera muy desigual. Los territorios insulares, el litoral y las grandes ciudades del Mediterráneo europeo se llevaron una parte importante, batiendo récords año tras año. En 2019, las Islas Baleares recibieron más de 16 millones de turistas y Andalucía, más de 32 millones. Durante este nuevo boom, el turismo de sol y playa había agotado en gran parte sus posibilidades de expansión tras muchas décadas de crecimiento. Las reglamentaciones ambientales y la falta de nuevas oportunidades de inversión parecían forzar al sector a reconducirse hacia un turismo más elitista en el litoral mediterráneo. Sin embargo, surgirían otras zonas de oportunidad para la masificación, como la continuación de la urbanización de las antiguas zonas rurales de interior y la expansión de las zonas turísticas en áreas urbanas, todo apoyado no tanto por el incremento de plazas hoteleras, que también se ha producido, como por la irrupción del fenómeno de los alquileres turísticos.
El incremento de los flujos de visitantes en este ciclo ha estado ligado, como viene siendo habitual, a las innovaciones en los medios de comunicación y transporte, quizá de manera más notoria que en otros periodos. En primer lugar, se encuentra el efecto acumulativo de las innovaciones en los medios de transporte. El combustible barato, la competencia entre las aerolíneas y el abaratamiento de los costes han permitido un incremento constante del número de pasajeros. También el abaratamiento y la expansión del turismo de cruceros, con un impacto más localizado en las ciudades portuarias, pero con una capacidad enorme de alterar el desarrollo urbano de estas, como han comprobado ciudades como Venecia o Cádiz.
En segundo lugar, se encuentra el impacto de internet, de la economía colaborativa y, en concreto, de lo que en principio vino a referirse como home sharing. Plataformas como Airbnb o Homeaway irrumpieron precisamente en el inicio de la crisis de 2008 y se consolidaron en el proceso de recuperación económica de la misma. La primera oficina de Airbnb en España (Barcelona) se abre en 2012, una fecha en la que empiezan a notarse los efectos de este tipo de actividad sobre los mercados urbanos de alquileres. Esta práctica apareció en principio con los ropajes de la economía social, permitiendo a particulares conseguir un ingreso extra alquilando una cama o una habitación de su propia vivienda. Aunque este tipo de práctica no deje de tener vigencia, la multiplicación de los alquileres turísticos desde 2012 ha venido acompañada de la profesionalización del sector. En las grandes ciudades mediterráneas, aunque la mayor parte de propietarios que participan de estas plataformas son particulares, la gran mayoría de las viviendas son ofertadas por operadores profesionales. Además, como el resto de la supuesta economía colaborativa, el home sharing presenta el problema de escapar a las regulaciones existentes, lo