“Mola pro impressoribus”, en Machinae nouae Fausti Verantii siceni. Cum declaratione latina, italica, hispanica, gallica, et germanica, Venecia, ca. 1615-1616.
Tampoco hemos tomado en cuenta aquellas prensas que luego darían lugar a muy diversas imprentas privadas y sobre las que existe una copiosa literatura. Sobre todo a partir del siglo XVIII, su presencia dentro de muchas casas puede considerarse el principal fruto del entretenimiento de aristócratas y también de una elite que las acogió por diversos motivos; en Versalles no solo por diversión de la marquesa de Pompadour, que imprimía y grababa “con sus bellas manos”, despertando incluso la admiración de Voltaire, en la casa de Strawberry Hill de Horace Walpole o en la de Benjamin Franklin, en Passy, en la época en la que el padre de Walpole fue ministro plenipotenciario en Francia. En todos estos casos, y también en otros, fue transferido todo lo que era necesario para la imprenta, a veces para fines benéficos, a veces para publicar ediciones valiosas fuera del comercio, o para editar únicamente obras propias realizadas por las “prensas domésticas”, como en el caso de Federico II de Prusia en Berlín entre 1749 y 1750, quien firmó entonces con el seudónimo de Philosophe de Sans Souci.
Tal fenómeno, que se advierte de la misma forma también en Italia a partir del siglo XVII, hizo que incluso Vittorio Alfieri tuviese el deseo de autopublicarse, lo que pudo cumplir al dotarse de una “imprentita de mano”. Con ella logró imprimir, por medio de aquella que Vittorio Colombo, conocidísimo estudioso de Alfieri, ha definido como su “curiosa actividad recreativa”, seis sonetos, inclusive en menoscabo de su editor de Siena y antes de ponerse en las manos de los editores Didot de París. (16)
También muchos otros eruditos, no solo italianos, se sirvieron de equipamientos que hicieron llegar a sus casas para poder publicar con ellos sus propios textos que, a causa de sus aparatos iconográficos considerados demasiado onerosos, habían sido rechazados por los tipógrafos/editores “oficiales”. (17)
En Italia, el fenómeno ha tenido sus cultores aún en el siglo XX. En efecto, piénsese en Gabriele D’Annunzio y en la máquina con la cual “el Vate” imprimió en el Vittoriale desde 1931. (18)
Nuestro interés tampoco se ha concentrado en estas prensas y no hemos dirigido nuestra investigación en esta dirección. Hemos querido seguir, en cambio, a las máquinas de imprenta, a los operadores que se ocupaban de su funcionamiento y a aquello que se realizaba con tales máquinas cuando la impresión se hacía durante los desplazamientos; hemos buscado descubrir los motivos que han inducido a hombres y mujeres, en los siglos que hemos examinado, a invertir capitales y a concretar sus propias y tenaces convicciones, cargando sus prensas sobre carros, en naves e, incluso, en cualquier otro medio en movimiento, o bien arrastrándolos en complejos itinerarios durante trayectos más o menos largos para realizar distintos materiales o para exhibirlos en las más variadas manifestaciones.
Entre las imprentas móviles hemos considerado también aquellas transportadas desde un país a otro y utilizadas de diversas formas por los misioneros que, en su muchas veces fatigosa obra de evangelización, contribuían a sedar o a alimentar, según las circunstancias, la renuencia de algunas poblaciones, con documentos producidos in loco. No obstante, nos hemos concentrado en una sola de estas particulares imprentas, colocándola entre las “guerras”, si bien, entre las tantas guerras que hemos visto reaparecer durante el curso de la investigación, es obvio que se ha dedicado mayor atención a aquellas en las que las prensas acompañaron a las armadas durante las campañas militares de muchos países, no solo europeos. Llegados a este punto, resulta natural incluir también dos eventos italianos, ambos relativos a nuestras guerras de independencia: en efecto, prensas “oficiales” siguieron al ejército piamontés durante el conflicto de 1848, (19) así como en 1859, con la expedición francesa, fue preparada una imprenta móvil, montada sobre un furgón especial y “colocada de tal manera que, en caso de urgencia, los tipógrafos que tuvieran necesidad de ella podían componer e imprimir inclusive durante la marcha”. (20)
Prensa móvil del ejército piamontés de 1848, que pertenece al Museo del Risorgimento de Milán. Foto extraída de una revista no identificada de los años 30 del siglo XX.
Férat, Jules (1859) “Imprimerie ambulante de l’Armée d’Italie”, L’Illustration, mayo.
Y si, en principio, durante los conflictos se privilegió el uso itinerante de las prensas para la “rápida distribución de las órdenes, que deben ser impartidas en muy diversos lugares y al mismo tiempo”, (21) cuando las guerras se hicieron cada vez más ideológicas las tipografías itinerantes se difundieron entre los ejércitos para desarrollar todo el potencial propagandístico de la imprenta, con proclamas dirigidas tanto a los propios soldados como al enemigo, para exaltar la moral de los unos y debilitar la de los otros.
No solo indagamos sobre las prensas que, aunque fuesen de notables dimensiones, eran montadas sobre máquinas en movimiento o transportadas en las más variadas situaciones, sino que hemos concentrado nuestra atención inclusive en las prensas móviles, equipo que la mayoría de las veces también estaba reservado para imprimir in itinere, pero que se utilizaba para producir y difundir sobre todo documentos clandestinos. Serían justamente esas prensas, a veces tan pequeñas que podían caber en una valijita, y que de cualquier manera siempre eran fácilmente transportables, las que contribuirían en gran medida, inundando de manifiestos contra el extranjero a toda la península, a liberar a Italia al finalizar el Resurgimento.
Su utilidad estaba presente ya en el siglo XVIII. Baste pensar que en las Mémoires sobre la libertad de imprenta de 1788, Guillaume-Chrétien de Lamoignon de Malesherbes, director de la Librairie (la prensa francesa), censor real, cauto y diligente, habla de las publicaciones clandestinas y define como “arte nuevo” al de las prensas portátiles, que pueden contenerse en un armario y con las que cualquier persona puede publicar de manera completamente secreta. (22)
Sin embargo, no siempre se advirtió la necesidad de esconder las prensas. Como muchas veces ha recordado Robert Darnton, en especial a partir de la Revolución francesa, con el nacimiento de la opinión pública las prensas itinerantes fueron, en cambio, exhibidas. Así se expresa el gran historiador americano del libro para subrayar el poder mediático que derivaba del dar visibilidad a tales máquinas: “Los revolucionarios sabían lo que hacían cuando llevaron consigo las prensas de las imprentas en sus cortejos cívicos y cuando fijaron un día en su calendario para la fiesta de la opinión pública” (1994: 18).
En relación con las tipologías de los instrumentos de imprenta de los que nos hemos ocupado, estas son, en parte, las señales y algunos de los motivos puestos en evidencia a lo largo de nuestro recorrido; en cambio, durante la época del ensayo del que hemos partido pensábamos que en