AÑOS DE PENURIA. Cuando terminaron los trámites de la sucesión, a Regina le adjudicaron una casa en Bomboná con Villa marcada con el número 41-19, lo cual significó otra mudanza, en este caso, a un barrio de menor categoría. Si el ascenso por la escala social le había tomado a Jorge años de dura labor, el descenso ocurría en pocos meses, y su estado de ánimo se fue deteriorando. Regina se armó de valor: acomodó a la familia en esa construcción vieja de muros de tierra, tres patios, corredores y muchos cuartos y recovecos. Dos habitaciones fueron acondicionadas como bodega para guardar productos farmacéuticos que, dadas las circunstancias, carecían de valor comercial. Allí se concentraron las emanaciones del Efedrol, el Dinamol y las pastillas M3 que Jorge se negaba a echar al vertedero. Subieron a un zarzo los baúles con las colecciones de Life, L’Illustration y National Geographic. La cristalería, vajillas de porcelana y manteles de lino adquiridos en Nueva York quedaron arrumados en los escaparates y alacenas; los muebles de estilo moderno, más o menos atiborrados, en aquellos cuartos enormes y sombríos; las acuarelas y reproducciones fotográficas, colgando de cualquier pared. Todo perdía su encanto; eran los restos de un naufragio, y hasta la talega de golf, que relucía en sus buenos tiempos evocando optimismo y éxito, ahora se remangaba escuálida en un rincón. El salón principal era la excepción: allí los libros mantenían su compostura, el óleo de Eladio Vélez todavía irradiaba su esplendor parisino, y el sofá y las butacas de cuero rojo le daban al recinto un aire de respeto y nobleza que faltaba en el resto de la propiedad. Jorge, además, logró conservar el Pontiac, que guardaba en un garaje de la calle Pichincha. Por esa época nacieron tus hermanos Jorge Hernán y Gonzalo.
Entonces sucedió un incidente en el ámbito nacional que tardaste décadas en comprender. El 9 de abril de 1948 asesinaron a Gaitán. Tenías escasos seis años y te enteraste por los gritos en la calle. Saliste a la acera y pudiste ver hombres corriendo con cajas, utensilios y botellas. Algunos blandían machetes. Gritaban: ¡Mataron a Gaitán! Como no tenías idea de quién era ese señor, mamá te explicó que quería ser presidente y que tenía muchos enemigos. Era el candidato de los liberales; gran orador, sus discursos electrizaban a las multitudes. Dijo también “que estaba soliviantando al pueblo contra los ricos”.
La ciudad ya no era un poblacho de pocos barrios alrededor de los parques Berrío y Bolívar sino un conglomerado de casuchas improvisadas que se extendía por las laderas orientales y por las vegas occidentales del río. La población pasaba de trescientos cincuenta mil y seguían llegando multitudes en busca de trabajo (la construcción de viviendas, la industria y el comercio requerían mano de obra barata). No tenían acceso a educación, vivienda digna ni servicios públicos y las instituciones de salud y los sistemas judicial y de policía eran precarios. Aumentaban la delincuencia y los homicidios y el ambiente se hizo fértil para la protesta y el desorden. Existían núcleos de población en situación de miseria y la burguesía no se daba por enterada. Hasta la primera década del siglo, el debate se estableció entre los terratenientes conservadores devotos de la Virgen, defensores del centralismo, la raza blanca y la propiedad privada, y los liberales anticlericales que abogaban por la separación de la Iglesia y el Estado, por el federalismo, la libertad de cultos, la educación pública gratuita y la libertad de prensa. Pero otros factores entraron en juego al avanzar el siglo XX y las tensiones aumentaron. Mientras la burguesía se refugiaba en sus valores de clase consuetudinarios, los campesinos y trabajadores se organizaban para la protesta bajo la dirección de líderes entrenados y orientados desde Moscú, que pregonaban la revolución universal.
A comienzos del siglo se fundó el Partido Socialista de Colombia, que fue de poca duración. Luego vino el Partido Socialista Revolucionario (PSR) afiliado a la Internacional Socialista. Los trabajadores de la zona bananera, con el apoyo del PSR, organizaron una huelga general en 1928 que fue sofocada por el ejército en un baño de sangre. (El número de muertos siempre ha sido motivo de especulación) Luego surgió el Partido Comunista, que dura hasta el presente pero que nunca logró reunir en un solo cuerpo político las distintas facciones.
Las huelgas y las protestas se multiplicaron. En Antioquia son famosas las que protagonizaron los trabajadores del ferrocarril y de las empresas textiles, en particular Rosellón y Coltejer. Mientras los trabajadores asumían posiciones cada vez más radicales, los empresarios estudiaban las encíclicas papales y consultaban a las autoridades eclesiásticas. Para contrarrestar las huelgas, adoptaron políticas paternalistas fundando patronatos, restaurantes, centros de salud; financiando programas de vivienda, escuelas, campos de deportes; es decir, asumiendo responsabilidades que habían sido olvidadas por el gobierno. Si bien estas medidas favorecieron a los trabajadores de las grandes empresas, la mayoría de la población continuaba en la miseria. En ese ambiente surgió la “República Liberal”. “La Revolución en marcha” fue el lema del presidente Alfonso López Pumarejo; revolución que su sucesor, Eduardo Santos, pretendió mantener hasta 1942 (por la época de tu nacimiento). Gaitán, bogotano, se presentaba como liberal. Estaba vinculado con Antioquia porque su esposa, Amparo Jaramillo, provenía de esta región. Fue alcalde de Bogotá y despertó tal entusiasmo que se perfilaba como el candidato más sólido a la presidencia. Su asesinato el 9 de abril de 1948 determinó el estado de violencia y lucha armada que dura hasta nuestros días.
En aquellas circunstancias, la lucha de clases tomaba tintes siniestros. Y, en efecto, el tumulto enardecido pasaba por Bomboná, que comunicaba el centro con barrios populares como El Salvador y Gerona. Hubo asesinatos, heridos, saqueos, incendios, choques con la fuerza pública. Pero lo que sucedía en Medellín era apenas un pálido reflejo de los disturbios en la capital. La radio traía las peores noticias y el miedo se apoderó de la población.
A finales de 1948, Arturo Peláez y Francisco Zúñiga, dos viejos amigos de tu padre, estaban entusiasmados con una colonización y querían que Jorge los acompañara. Peláez era de Rionegro; en viejos archivos de familia encontró los títulos de unas tierras selváticas en las vertientes del río Samaná, en el municipio de San Carlos, que databan de la época de la Convención. Habían sido adquiridos por su abuelo en un remate. Peláez y Zúñiga viajaron a conocerlas y regresaron llenos de proyectos y sin sospechar que la ola de violencia iniciada el 9 de abril también iba a anegar aquellas montañas. Así surgió la sociedad “Agromaderas del Samaná”.
Es curioso que Jorge hubiera aceptado colaborar. Significaba un cambio de ciento ochenta grados en su concepción de vida. Durante su juventud todo su interés estuvo centrado en una idea de progreso respaldada por la ciencia y la tecnología, por las drogas nuevas y el comercio internacional. Ahora sus amigos le hablaban de aventuras selváticas, o sea, de los valores e ilusiones que habían estado vigentes cien años antes, cuando se iniciaba la colonización antioqueña. Era regresar al pasado, al hacha para descuajar montes, a las mulas y a los arrieros. Era comenzar otra vez de cero. El cambio fue efectivo. De repente, el ambiente familiar volvió a vibrar con optimismo y alegría.
Para ese entonces ya asistías al “Gimnasio Medellín” de don Daniel Gómez, en la calle Maturín. Decían que era un “gran educador”. La señorita Ana, la hija menor del dueño, te enseñó a deletrear, pronunciar sílabas y formar frases. El primer libro fue La alegría de leer, de Evangelista Quintana. Confundías o trastocabas los signos: la “E” con el “3”,