El Águila recibió un tirón de pelos que lo levantó de la silla y un codazo en su costado que lo dobló en dos hasta el suelo. Tenía para entretenerse. Las dos mariposas se tiraron sobre él a plenos chillidos en medio de una lluvia de puñetazos... no muy fuertes. El Águila creía que eran mujeres. Estaba inhibido de pegarles. Sólo se cubría con las manos cruzadas sobre la cara.
El doctor fue atacado por dos travestis a los gritos. Arqueaban sus dedos con largas uñas pintadas de negro. Sus caras maquilladas con abundantes capas de colores fuertes los transformaban en trágicas máscaras de lo que podía haber sido un hombre. Los ajustados vestidos chinos con un largo tajo lateral, hechos de lujosas sedas marcaban siluetas femeninas muy bien formadas. Las hormonas y siliconas hacían el resto. Se lanzaron sobre él como gatas aullando. Trataban de arañarle la cara, pero se olvidaron de mirar a Cándido antes de hacerlo. Error fatal. Un puño voló hacia la mandíbula del más cercano. Sonó un crujido como el de una nuez al partirse. Cayó dormido por la cuenta total. Un brazo durísimo sujetó la mano del segundo. Un giro acompañado de un grito de dolor dobló la articulación del codo, dislocándolo, y otro puño golpeó el estómago con un sonido sibilante. El travesti sólo dijo “Uggg... “. Otro a dormir o a revolcarse hecho un ovillo...
Cándido entonces dio un salto hacia los dos que estaban martillando sobre el Águila. Levantó a cada uno de ellos de los pelos de la nuca con una mano y estrelló sus cabezas con un sonoro golpe que silenció el coro de chillidos. La orquesta dejó de tocar... El silencio podía escucharse. En las mesas vecinas se veían caras de miedo y de alborozo, de acuerdo al nivel alcohólico de cada uno. Las otras “chicas” se quedaron en el molde. Quizás admirando a ese gigantesco colombiano tan bruto...
Parecía todo en calma. Hasta que vieron avanzar dos roperos vestidos de negro directamente hacia ellos. –Estos tugurios siempre contratan guardianes por kilos –dijo el Águila a su amigo, quien aún no salía de su sorpresa.
Los enormes chinos tenían sus caras como estatuas de bronce con ojos oblicuos y mejillas regordetas. Caminaban lentamente... la puerta estaba a sus espaldas. Nadie escaparía.
—Ayudemos a Cándido. Creo que éstos no son maricas...
Pero Cándido conocía su deber. Estaba disfrutando una buena pelea que hacía rato no se daba, y más a puño limpio. Les pidió a los dos que se quedasen sentados y salió al encuentro de los guardianes. Quizás sólo venían a ver lo sucedido.
Pero no era así…
Estaban contratados por las “chicas” del local y allí había cuatro durmiendo en menos de un minuto. Las “otras”, asustadas ante ese bruto, mandaron sus tanques. Para eso le pagaban protección. Pareció sorprenderles que sólo se levantara uno de los tres hombres... eso no era lo corriente. También ellos debían tener cuidado...
Hicieron un impresionante movimiento de Whu Shu, Chuan Fa, el Kung Fu chino. Querían asustar a Cándido. El colombiano tenía sangre vasca. No retrocedía un milímetro ni ante Satanás en persona. Los miró sin mover un pelo mientras los estudiaba concienzudamente. Él también sabía artes marciales, pero de las peores y nada deportivas. Resumía lo destructivo del budo, el Shaolin Chuan Fa, el Karate y el Tae Kwon Do. Unos cuantos movimientos de cada uno. Pero todos mortales. Unido a su extraordinaria fuerza física, cada golpe era definitivo.
Esperaría a los chinos. Uno de ellos lanzó una patada de Karate con salto lateral, Tobi Yoko Geri. Cándido hizo un imperceptible movimiento con su silla. Se sintió un sonido crujiente... ¿Sería la madera o la pierna?, pensaba el Águila. Sólo se sentía la respiración casi animal. Contenida. Expirada a presión... sibilante.
El primer atacante estaba en el suelo agarrándose la pierna. El sonido había provenido del hueso...
El otro, al ver que no peleaba con un marinero borracho, se cuidó un poco. Preparó su ataque y voló en el aire con una impresionante patada aérea a las sienes. Sabía Kenpo. Cándido retrocedió unos escasos centímetros. El chino estaba en el aire. Otro error fatal. En una pelea en serio nunca hay que elevarse del suelo. Durante la trayectoria no se puede cambiar la dirección y se es un blanco fácil. Los golpes pierden la eficacia de un buen apoyo en el suelo.
Mucho espectáculo y poca eficiencia, pensó Cándido. Mientras su mano izquierda voló como rayo. Una fuerza brutal sujetó el pie en el aire. Lo giró noventa grados y antes de que tocara el suelo, una patada salió hacia las entrepiernas del chino. Cayó doblado para no levantarse por muchas horas. El que estaba en el suelo agarrándose la pierna, al ver a su compañero liquidado, salió corriendo con un solo pie, como un negro canguro rengo. Se había quebrado la tibia.
—Este local es muy aburrido. Me hubiese traído unas “Selecciones” para leer un poco –le dijo el Águila al doctor Ocampo–. Creo que si nos quedamos vendrán con la flota de la OTAN. Mejor será buscar aire fresco – Cándido estaba de acuerdo.
Salieron sin pagar y nadie se opuso. Más bien les abrían paso como si fuesen reyes en una parada militar. Algunos borrachos aplaudían y gritaban en inglés... Another, another... Sentían insultos en chino y en inglés de los travestis que no se animaron a acercarse. Su condición femenina les impedía pelear o su instinto de conservación seguía funcionando.
De todos modos no tuvieron tiempo de probar el champagne, aunque Cándido venía chupándose de los dedos con un puñado de caviar que recogiera al vuelo.
—Cuando agarre al General le voy a quitar los galones. El muy desgraciado, traernos a un nido de maricas... –decía el doctor muy ofendido–. Se cree que somos unos degenerados.
Allí estaba el General, lustrando por milésima vez la estatuita alada del Rolls. Se asombró al ver salir tan pronto a sus clientes, y más al ver al Águila tan despeinado y con el saco descosido en los hombros.
— ¿Se diviltielon mucho los señoles?
Los tres estallaron en una carcajada que dejó al chinito como si hubiese visto un fantasma... Los amelicanos son tan lalos... Se líen de una plegunta.
—Estos chinos son únicos. Es imposible hacerlos hablar como la gente. Se ríen siempre o siempre tienen cara de reírse. Es imposible encontrar un servidor chino que no se ría –dijo el doctor–Creo que me llevaré uno a Colombia, allí son todos medio jetones.
—General, cuando te pedimos un sitio alegre y decente no nos referíamos a esa cueva de maricones. Somos del otro bando, ¿o no se nota?
—Los señoles son lalos. Aquí ahola eso es lo diveltido. Todos los tulistas quielen il a esos sitios. Las chicas de veldad casi no tienen tlabajo, han llegado tlavestis de todo el mundo y las colieron. Disculpen mi plofunda confusión con ustedes.
—Nosotros seremos unos desgraciados narcos, como nos dicen por allí –decía el doctor a sus amigos–, pero prefiero ser eso y no regentear esa mierda de prostíbulos homosexuales y el tráfico de blancas. Si estuvieran en Colombia les juro que los mando a las nubes de un bombazo a todos juntos.
—Iremos a cenar al Restaurante Flotante... De todos modos esta noche será inolvidable, como le prometí –dijo Ocampo mientras subía al Rolls y le indicaba el nuevo destino al General.
Los tres estaban sintiendo el relax del masaje.
—El Águila será un buen piloto–dijo Ocampo–, pero tiene mal olfato y poco tacto... No es capaz de distinguir un marica de una mujer teniéndolo sentado en su rodilla. Yo no diré nada. Pero se sabrá en toda Colombia... En cambio Cándido las olfatea como un Pointer... ¿tendrá experiencia?
Los tres reían a las carcajadas recordando la última pelea.
—Me gustó el estilo de Cándido. Cuatro maricas y dos gorilas en treinta segundos... algo lento, ¿no crees? –dijo