El futuro después del covid-19. Argentina Futura. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Argentina Futura
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789878010243
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de algunos ejemplos históricos, de países que han conseguido revertir dramáticamente una declinación de largo plazo, identifica en la trayectoria algún punto de inflexión: una crisis abismal, una catástrofe, que desarticula las redes económicas, sociales y políticas conservadoras beneficiarias y reproductoras de la declinación, fijando, digamos de golpe, nuevos incentivos, que hacen posible la prosperidad y una mayor inclusión social. ¿Se podría pensar que la pandemia ofrecería a la Argentina una experiencia análoga? Lamentablemente parece muy difícil, aunque la posibilidad no puede ser descartada de antemano. El problema es que nuestro país tiene una experiencia de situaciones críticas que han arrojado una y otra vez resultados conservadores. Lejos de alterar los incentivos en una dirección que apunte a la prosperidad y la inclusión, las crisis han reforzado las posiciones conservadoras, corporativas, económicas y políticas. Los sectores cuyos intereses están ligados al viejo orden en declinación, y que persiste y se refuerza a lo largo de sucesivos gobiernos, logran frenar o vetar cualquier intento de cambio modernizador. Mientras escribimos estas líneas, sólo para dar un ejemplo, somos testigos de un episodio turbio relacionado a las compras del sector público a precios muy superiores a los estipulados por el propio sector público, episodio cuyo desenlace todavía está pendiente. Pero, en suma, desde este ángulo no hay motivos para contemplar con optimismo el escenario posterior a la pandemia. La posibilidad de que una vez más, el resultado de la crisis sea el refuerzo de los incentivos, para los agentes económicos y sociales, que nos empujen hacia una mayor declinación, es muy alta.

      De cualquier modo, este enfoque –el impacto transformador de una mega destrucción– reconoce una variante leve, y quizás más prometedora: las ventanas de oportunidad que pueden abrir las crisis. No hace falta prestar una excesiva atención para percibir –por ejemplo– un incremento importante de las expectativas públicas sobre roles de agentes clave, como el propio estado, las agencias formuladoras de políticas sociales, etc. Crisis como la presente le abren, en teoría, la ventana a vientos favorables a la reformulación de las políticas sociales (por ejemplo, ¿qué se puede decir sobre cómo está organizado el sistema de salud?), así como a los impulsos por el “fortalecimiento de las instituciones estatales”, por lo menos en la retórica, y con más suerte en el debate. Pero, ¿podemos pensar que tendremos algo concreto? ¿Un efectivo progreso al respecto? Para que así fuera, tendría que establecerse una sinergia, y no un juego de suma cero, entre el Estado, el capitalismo y el mercado. Somos algo pesimistas sobre el punto. ¿Qué coalición se creará, diferente a la conservadora? ¿Habrá recolocación de incentivos, un progresismo tributario que no castigue la inversión, que no sea pasto de la apropiación privada y pública de rentas, y que deje atrás las distorsiones del federalismo rentístico argentino? Tampoco aquí la experiencia pasada es promisoria. Aunque no pueden descartarse innovaciones, por un lado porque la demanda social por mejores y menos costosas políticas tenderá a fortalecerse a lo largo de la evolución de la pandemia (el reclamo contra los “costos de la política”, por muy aparatoso que haya sido, es significativo), y por otro lado porque hoy comienza a configurarse claramente, en la sociedad argentina, una agenda de modernización capitalista que no es neoliberal y que, al mismo tiempo, pone fichas a la competitividad y a la productividad. Entonces, en este caso la crisis puede rendir sus frutos: porque en alguna medida la destrucción –que no es deseada sensatamente por nadie– puede ser destrucción creativa.

      De cualquier modo, no cabe duda de que el uso, consciente o no, de una crisis para hacer agenda (para lograr que la agenda pública y la agenda política den mayor relevancia a las cosas que nos importan) va a ser una arena de disputa. La retórica de que la crisis es una oportunidad para los grandes cambios que deseamos está en todas partes. Se atribuye, por caso, “la aparición de gran parte de estos virus a la destrucción del hábitat de especies silvestres para plantar monocultivos a gran escala”. Arrimar agua para el propio molino es un recurso del debate democrático. Pero, en el fondo, lo que pueda hacerse o no, no va a depender solamente de los recursos que se empleen en el debate sino de la propia acción política en todas sus dimensiones. Lo que nos lleva al siguiente punto.

      El segundo de los enfoques alude directamente a la gestión política y al poder. Se trata de la relación entre decisionismo (o aún más dramáticamente, para algunos autores, de estado de excepción) y democracia. La primera formulación podría ser muy simple: la “invención” de una epidemia puede ofrecer una coartada ideal para ampliar los procedimientos de excepción más allá de cualquier límite. Así, en esta clave, la clave del pretexto, ha sido formulado el problema por algunos intelectuales públicos. Puede considerarse que lejos de tratarse de un pretexto, la concentración decisionista del poder es, en determinados casos, una necesidad, un imperativo. Examinemos el tema en perspectiva histórica, de memoria. La dictadura era uno de los institutos políticos fundamentales de la república romana; pero destaquemos dos de sus rasgos claves: primero, su carácter extraordinario, que hacía de ella un cambio transitorio de régimen. No estamos hablando de las circunstancias extraordinarias, sino de su naturaleza institucional extraordinaria –tanto es así, que por lo general quien la encarnaba era alguien que no pertenecía al mundo de la política y del poder en ese momento-, este es por lo menos el mito del dictador clásico: Cincinato. El dictador era buscado fuera del mundo ordinario de la política y se suponía que, finalizado el trance dictatorial, volvería a irse de él. Y el otro rasgo es la titularidad de la soberanía: el sujeto que encarnaba la dictadura no se podía instituir a sí mismo como dictador. Como es archiconocido, soberano, en el clarividente análisis de Carl Schmitt, es quien puede instituir el estado de excepción. Bueno, la dictadura romana no llegaba a tanto, pero es lo mismo: el soberano era el senado, era el senado quien podía establecerla. En los tiempos modernos, esto ha cambiado tranquilizadora e inquietantemente. Tranquilizadoramente porque se produjo una escisión razonablemente firme y estable entre dictadura y democracia. Esta escisión “protege” derechos, porque el instituto decisionista ya no es la dictadura, sino que tiene lugar en un marco democrático representativo, por encima de ciudadanos que no dejan de ser tales. Pero al mismo tiempo es inquietante porque ha dejado de ser extraordinario –para adquirir una condición casi rutinaria en la gestión de gobierno– y el soberano ha dejado de ser exterior al titular del gobierno excepcional, siendo que el jefe del ejecutivo puede investirse a sí mismo de la potestad decisionista. Pero todo esto es lo que ya viene sucediendo en muchos regímenes democráticos y entre ellos el argentino. ¿Cuál es o será el impacto de la presente crisis? El gran peligro, sin dudas, es que se normalice más aún, se habitualice, rutinice, más aún, el gobierno decisionista. Una parte importante del personal político estará encantado con este resultado. Pero será muy malo a largo plazo, no solamente para la república y la ciudadanía, sino también para el desenvolvimiento indispensable de una economía próspera. No hay más que ver, hoy por hoy, los juegos poco sensatos que tienen lugar con las reglas (tributarias, financieras, fiscales, comerciales, etc.) como si estos cambios al sabor de circunstancias de corto plazo fueran inocuos. Si el actual gobierno, alcanzara un éxito significativo en el control de la pandemia, el riesgo de que la orientación decisionista se consolide será elevado. Los ejemplos históricos en contrario (como el de las sucesivas presidencias exitosas de Roosevelt que no obstante desembocaron en un cambio de crucial importancia en las reglas de sucesión presidencial) son raros.

      La cultura política argentina no deja mucho espacio para el optimismo, sin embargo; con frecuencia, como también acontece en otras democracias representativas contemporáneas, errores propios de policy justifican o crean oportunidades para ampliar el margen de discrecionalismo del Ejecutivo. En la presente conmoción sanitaria, las vacilaciones iniciales y los desatinos logísticos (cuestiones lamentables pero corrientes en cualquier parte) lo ejemplifican. Pero la otra cara de la moneda del decisionismo refleja la actitud vacilante de la oposición. Y no es por indolencia la falta de actividad que se percibe en la oposición como tal. Es suficiente examinar un poco la conducta de legisladores y políticos opositores para comprobar que no se quedan de brazos cruzados, que su labor es intensa. No es el aislamiento lo que ha impedido en estas semanas que se reuniera el Congreso, sino el aturdimiento, que se hace patente de un modo poco habitual en la escasez de reacciones institucionales (no individuales). El problema es que de lo que hagamos o dejemos de hacer durante la pandemia, dependerán en mucho las opciones que continúen abiertas en el futuro. Pero, el discrecionalismo del Ejecutivo es una de las fases que nos presenta