La formación de los Estados-nación en América Latina estuvo influenciada por las ideas llegadas de Europa y retomadas por las élites criollas que proclamaron la independencia, en un contexto en el cual la separación producida entre las clases sociales contribuyó a reducir las posibilidades para que las primeras ideas sobre la integración latinoamericana recibieran apoyo. América Latina resultó influenciada por distintas ideas procedentes de Europa sobre el orden político y social, la ocupación de los territorios, la conformación de los Estados-nación latinoamericanos y las primeras ideas sobre la integración. Lo anterior provocó una ocupación diferente de los territorios, una fragmentación entre las élites criollas y las poblaciones locales marginadas que vivieron previamente a la independencia situaciones de avasallamiento que explicarían una comprensión limitada de las ventajas de la independencia, y una frustración en cuanto a los primeros propósitos integracionistas. La herencia de la colonización contribuyó al nacimiento de Estados débiles, sin interrelación con los demás y la independencia tuvo lugar sin una participación ni un compromiso activo de los distintos estratos de la población (Minguet, 1990; Ribeiro, 1992; Romero, 2001).
Autores, como el peruano José Matos Mar, consideran que el proceso de descolonización fue precoz y dio como resultado naciones que todavía no reunían condiciones para existir, porque no hubo tiempo de pasar del plano político-militar a la construcción de verdaderas naciones. Dice Matos Mar:
A comienzos del siglo xix, la independencia de los países sudamericanos es el primer gran proceso de descolonización que ocurre en los que se llaman ahora los países del tercer mundo. Este es un proceso de descolonización temprana. […] El problema está, creo yo, en que este proceso no tuvo el tiempo suficiente para pasar del plano militar-político al plano de la construcción de repúblicas que tiendan a ser espacios humanos, espacios de bienestar, o sea constituir verdaderas naciones. […] Yo creo que este es el gran drama de América Latina, que no son naciones y, por consiguiente, carecen de identidad nacional, y esto afecta el problema de la identidad nacional para toda América Latina, (Matos Mar, en Minguet, 1990, p. 35)
De esta manera, se facilita la toma del poder en esta fase de formación de los Estados-nación en América Latina por caudillos autoritarios, como Rosas, en Argentina; Páez, en Venezuela; Andrés de Santa Cruz, en Bolivia, o José Gaspar de Francia, en Paraguay, quienes desarrollaron relaciones sociales clientelistas basadas en la posesión de tierras, en las cuales “Clientelismo, caudillismo y militarización del poder van juntos” (Dabène, 1997, p. 32) y que tanto van a incidir posteriormente de manera negativa en la construcción colegiada y comunitaria de la integración latinoamericana.
Los primeros intentos de integración en el continente americano
Antes de la independencia de España ya se habían presentado propuestas de integración de alcance continental, que sin tener en cuenta las diferencias significativas entre los mundos de ascendencia ibérica y anglosajona, proponían su integración. Fue la concepción de un continente americano integrado por parte del “Precursor” venezolano Francisco de Miranda (1750-1816), quien consideró que “América toda existe como nación”, habiendo propuesto en 1798 al gobierno británico su “Bosquejo de un gobierno provisorio”, para todo el continente, excepto Brasil, que tendría como capital a Ciudad Colombo en la actual Panamá dirigida por un emperador (Vieira Posada, 2008).
Otra concepción de continente americano integrado por una federación compuesta por los Estados Unidos, América española y España que evitara una invasión europea, la tuvo el chileno-peruano Juan Egaña (1768-1836) con un “Plan de defensa general de toda América”; también propuso, en 1811, una alianza o confederación perpetua de los países hispanoparlantes para defenderse de alguna agresión externa (Briceño, 2012).
En la línea de una Asamblea de Plenipotenciarios de una confederación que manejase la política exterior, estuvo el peruano Bernardo Monteagudo, así como el centroamericano José Cecilio del Valle (1780-1834) quienes propusieron, en lo político, una federación entre todos los Estados del continente americano que evite invasiones extranjeras y, en lo comercial, un tratado general de comercio (De la Reza, 2006; Vieira Posada, 2008; Briceño, 2012).
La propuesta de una América Latina integrada fue del Libertador Simón Bolívar, quien desde 1818 acuñó su famosa frase: “Una sola debe ser la patria de todos los americanos”, en una carta que dirigió al Director de las “Provincias Unidas del Río de la Plata”; reiterada en la frase “una sola sociedad para que nuestra divisa sea Unidad en la América meridional”, o su planteamiento de “una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo” y “un gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse”, en otros términos, una Nación de Naciones (Rojas Gómez, en Picarella y Scocozza, 2019, p. 369).
Estos propósitos de integración trataron de materializarse en 1824 con la convocatoria del Congreso Anfictiónico de Panamá, con la idea de establecer una confederación con los países independizados de España que permitiera defenderse de peligros externos comunes (una reconquista española) y conciliar conflictos y diferencias entre sus miembros. La “idea-fuerza”, como la llama José Briceño Ruiz, fue la de defenderse del enemigo común español y de la Santa Alianza, y más tarde del expansionismo estadounidense, asegurando una autonomía política mediante la integración en confederaciones o pactos de unión política y militar (Vieira Posada, 2008; Briceño, 2012). Sergio Caballero plantea que “la idea de unidad y de integración regional fueran entendidas como un mecanismo defensivo y de protección ante un ‘otro’ amenazante”, el hegemón estadounidense (Caballero, 2014, p. 842). Por su parte, Andrés Rivarola califica esta época como la de un “primer impulso nacionalista” de las juntas gobernantes en su independencia de España, que finaliza con el fracaso del Congreso Anfictiónico (Rivarola, citado en Briceño, 2012, p. 81).
Lamentablemente, el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua, complementado con la Convención de contingentes acordados en el Congreso de Panamá (22 de junio a 25 de julio de 1826) y transferidos a Tacubaya (México), en 1827 para su ratificación, solo lo fueron por la Gran Colombia (actuales territorios de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), pero no por los plenipotenciarios de América Central, del Perú y de México, que fueron los otros participantes; ni por países del sur del continente, como Chile y Buenos Aires (aún no existía Argentina), que vio con prevención un proyecto que reforzaba el liderazgo de Simón Bolívar en toda la región, lo cual condujo, desde ese momento, al fraccionamiento del continente latinoamericano (De la Reza, 2006; Vieira Posada, 2008, Briceño, 2012).
Los primeros planteamientos sobre integración en América Latina no encontraron eco, pues faltaron condiciones mínimas para que un proyecto de esta naturaleza fuera viable en la época. Como lo sostiene Demetrio Boersner:
Para su época, el esquema bolivariano fue utópico. Las ideas del Libertador, geniales y hermosas carecían de base de sustentación en la sociedad latinoamericana. Tanto la creación de gobiernos liberales y estables, basados en la soberanía del pueblo como la eventual unidad o confederación latinoamericana, habrían requerido la existencia de capas medias y populares conscientes. (Boersner, 1996, p. 82)
Tal fraccionamiento se evitó un tiempo en América Central, donde se logró una federación durante 15 años (1823 a 1838), mediante la unión política de las Provincias Unidas de América Central, pero finalmente también los intereses y las divisiones políticas internas terminaron por ocasionar su disolución.
El resultado general en toda Latinoamérica fue el fracaso de los primeros intentos de integración y el fraccionamiento territorial, en el cual la concepción nacionalista de las clases dirigentes criollas, como también las mezquindades de los intereses locales de los caudillos de turno se impusieron a las visiones de espacios integrados. Este comportamiento lo recogió el historiador Indalecio Liévano Aguirre así:
Contra este gran propósito histórico se levantaron las clases dirigentes de las distintas comunidades americanas. Interesadas en impedir toda organización política que implicara el quebrantamiento de sus privilegios tradicionales, optaron por convertir el regionalismo en nacionalismo.