La integración regional es un tema inherente a la historia de América Latina. Ya antes de la obtención de la Independencia, los precursores del integracionismo como Juan Pablo Vizcardo, Francisco de Miranda, Bernardo de Monteagudo o Mariano Moreno pensaban que el futuro de las naciones americanas era unirse en una organización política con voz propia y mayor peso en la política mundial […] Para los Libertadores como Simón Bolívar, José de San Martín, Francisco Morazán, José Gervasio Artigas o Bernardo O’Higgins, la independencia política de las nacientes repúblicas no podía estar separada de la idea de unidad regional. La creación de una Confederación fue la razón que motivó al Libertador venezolano a convocar el Congreso Anfictiónico en Panamá que se realizó en 1826. (Briceño Ruiz, Rivarola y Casas, 2002, p. 17)
La comprensión y la aceptación de realizar la integración estuvo influenciada por diferencias muy marcadas en la forma como se realizó el proceso de colonización en nuestro continente por parte de los españoles y de los anglosajones; por los débiles Estados-nación sin mayor relacionamiento con los demás, resultantes de una independencia sin mayor compromiso de los diversos estratos sociales de la población; por el ejercicio del poder por caudillos que antes que integrar fraccionan a América Latina y frustran los primeros intentos de integración en el continente.
Retomados los esfuerzos de integración desde mediados del siglo pasado, se produce el fraccionamiento en diversos grupos subregionales y fracasa el intento de contar con una comunidad latinoamericana, lo que conduce, según Sergio Caballero, a que “algunos autores se han cuestionado sobre si es posible hablar de un destino común en el que subyace una identidad colectiva o si Latinoamérica es sólo la mera suma de sus diversas comunidades e identidades nacionales” (De Almeida y Meunier, en Caballero, 2014, p. 844).
El acompañamiento conceptual propio se produce en las primeras etapas de integración, al contar con la orientación de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) en un regionalismo cerrado o proteccionista de desarrollo industrial y sustitución de importaciones, para pasar en los noventa al acomodamiento a las demandas de apertura de las economías en un regionalismo abierto, seguido a principios del presente siglo de un regreso circunstancial a una integración limitada a lo político-social, para finalizar, en la actualidad, con concepciones diferentes de desarrollo y, por consiguiente, de integración, en las cuales las tendencias ideológicas opuestas tienen a la integración latinoamericana en una situación de estancamiento.
Esta situación debe ser superada mediante el relanzamiento de la integración latinoamericana, con el establecimiento de una agenda gradual de diferentes etapas que permitan avanzar hacia su convergencia, en las que se trabaje en una integración multidimensional que retome elementos pendientes de los esfuerzos integracionistas del siglo pasado e incorpore nuevos elementos del siglo xxi, y que encuentre maneras de mejorar la institucionalidad y la continuidad en la responsabilidad de los Estados en el apoyo a la integración.
Para Osvaldo Sunkel, son necesarias definiciones de política de Estado en la integración latinoamericana, pues
Un proyecto de integración es un proyecto de largo plazo que requiere políticas sostenidas, entre otros ámbitos, en materia de infraestructura para la integración; convergencia en las políticas económicas —macroeconómicas, financieras, inversión extranjera, comercio exterior, fiscal, etc.— y de migración; marcos regulatorios estables; gobiernos con capacidad de anteponer intereses de largo plazo a conflictos generados por el proceso de integración; y, capacidad de ceder soberanía a instituciones de integración fuertes. (Sunkel en Leiva, 2008, p. 69)
El capítulo parte entonces de elementos del pasado, evalúa resultados en el presente y se proyecta a futuro en unas exigencias mínimas indispensables para, de manera gradual, lograr la convergencia de la integración latinoamericana.
Dos formas de colonización que marcaron distintos comportamientos en el continente
La primera consideración sobre las condiciones que pudieron favorecer o perjudicar el interés de interesarse en aspectos asociativos que sirvieran de base para futuros procesos de integración fueron diferencias muy marcadas entre las ideas con que se adelantó la colonización española con respecto a las que caracterizaron la colonización anglosajona en la formación de los Estados nación del continente americano. Hay que recordar que la influencia europea en la conquista y la colonización del continente americano estuvo marcada por las ideas del Renacimiento, la Reforma, la Contrarreforma y la Ilustración.
En efecto, hubo gran diferencia entre los países cubiertos por la Reforma protestante de Lutero y Calvino en una Inglaterra colonizadora de Norteamérica y los de la Contrarreforma católica española, sumado a características particulares de las sociedades ibérica y anglosajona. Los primeros se consideraron una sociedad predestinada, en la cual el éxito y la riqueza económica era señal de esa predestinación, por lo tanto, se legalizó la usura y las ganancias como algo meritorio y se desarrolló una burguesía capitalista que consolidó un capitalismo salvaje que les permitió integrarse en unos estados integrados (Estados Unidos de América) que les consolidaría como potencia un siglo después de lograda la independencia.
Los segundos, en cambio, regidos por los principios de la Contrarreforma, privilegiaban los conceptos nobiliarios del honor y la hidalguía y en lo religioso los de caridad y salvación, con renuncia a la riqueza y con la estructuración de instituciones estatales rígidas, junto con reglas proteccionistas y el monopolio comercial de las colonias que aislaron a la América española de las corrientes del comercio mundial. Los grupos sociales (nobleza, clero y funcionarios) no tenían como preocupación el trabajo material, sino la posesión de la tierra en un sentido nobiliario, la aventura de posesión de riquezas (oro y plata), la discusión de temas espirituales y jurídicos y la organización centralista del Estado (Liévano, 1968; Boersner, 1996, Palacios y Moraga, 2003).
El internacionalista venezolano Demetrio Boersner, expone claramente las diferencias de colonización que marcaron el futuro del continente:
Mientras España introdujo en sus dominios americanos estructuras e instituciones que aún llevaban el sello de la Edad Media —y echó así las bases para un futuro estancamiento sociopolítico—, Inglaterra comenzó su acción en América en un momento histórico en que sus propias estructuras ya eran burguesas, capitalistas y pluralistas, con instituciones representativas. En sus trece colonias norteamericanas estableció cuerpos deliberantes electivos y permitió un alto grado de libertad de comercio y de manufactura. Mientras la colonización española —y en menor medida la portuguesa— tuvo un carácter absolutista y nobiliario, con formas económicas esclavistas semifeudales, la inglesa presentó rasgos burgueses, representativos y capitalistas. Así, desde la época colonial, en el norte del hemisferio existió una base para el progreso económico y social, mientras en la parte sur hubo estructuras e instituciones verticales, jerárquicas y dogmáticas, que obstaculizaron eventuales procesos de cambio y de progreso. (Boersner, 1996, p. 29)
En consecuencia, los débiles Estados nación herederos de la colonización española no lograron desarrollar interrelaciones entre ellos mismos cuando llegó el momento de la independencia y decidir si se fraccionaban en múltiples Estados o llevaban a cabo unas primeras formas de integración. En ello influyó también no haber tenido una participación más activa en los acontecimientos de diferentes estratos sociales de la población, que desde el principio (población indígena, afro y mestiza en una población multirracial)1, vivieron formas de exclusión por los privilegios reservados para la población blanca en los roles económicos y por las limitaciones en la participación reducida en las luchas por la independencia en la que no se sintieron involucrados (Ribeiro, 1992; Palacios y Moraga, 2003; Carmagnani, 2004).
Sobre el legado histórico de fragmentación regional, Osvaldo Sunkel dice:
Después de la independencia, y durante gran parte del siglo xix, los acontecimientos políticos contribuyeron a una mayor fragmentación y a la separación de las antiguas colonias en varios países. Los