oirán un pitido en el oído durante el resto del día si no llevan protección auditiva cuando fijan sus miras en el objetivo. Y sin embargo, si no llevan protección auditiva cuando efectivamente disparan a un ciervo, a menudo no oyen sus propios disparos o el sonido es más débil, y no tienen luego un pitido en el oído. Si ésta es una respuesta común del estrés cuando se dispara a un ciervo, ¿cuánto mayor sería la respuesta al estrés si el ciervo pudiera devolver los disparos?
Consideremos este ejemplo clásico de exclusión auditiva recogido en Deadly Force Encounters:
Mi compañero y yo íbamos persiguiendo un vehículo robado. El sospechoso conducía de forma errática y solo se detuvo cuando perdió el control y el vehículo acabó estrellándose en una cuneta. Mi compañero tenía su escopeta y yo empuñaba mi semiautomática cuando nos acercamos con precaución. Cuando estalló una bala saliendo de uno de los cristales, comencé a disparar.
Apenas oí el sonido de un disparo y luego nada. Como podía sentir el retroceso de mi arma, sabía que estaba disparando pero no oía la escopeta y temía que hubieran alcanzado a mi compañero. Cuando todo acabó, resultó que había disparado nueve balas, y mi compañero, que estaba a eso de un metro y medio, cuatro. El sospechoso también consiguió realizar dos disparos antes de que lo matáramos. Ninguno de los dos resultamos heridos.
No sabía cuántas veces había disparado hasta que me lo dijeron más tarde. Hasta el día de hoy no recuerdo haber oído ningún disparo salvo aquel primero.
La inmensa mayoría de los agentes que declaran una pérdida auditiva tras abrir fuego indican que se trató de que su disparo o disparos enmudecían o, como mucho, sonaban como si fueran de una pistola de fogueo. Otros decían que sus disparos no eran tan ruidosos como «deberían» haber sido, mientras que un pequeño número señaló que no los había oído en absoluto.
Un francotirador de los swat declaró que él y otro miembro del equipo dispararon de forma simultánea en una habitación pequeña y, sin embargo, las dos armas, incluso en un espacio reducido, sonaban amortiguadas.
Massad Ayoob es un campeón de tiro nacional, instructor de la policía, un destacado investigador y uno de los escritores más prolíficos sobre asuntos de policía hoy en día. Me explicó lo siguiente durante la correspondencia que mantuvimos sobre el asunto:
Todo lo que he visto me indica que la mayor parte de la exclusión auditiva (así como la visión de túnel) es una cuestión de percepción cortical. El oído aún oye y los ojos ven, pero al estar centrado en la misión de sobrevivir, el córtex del cerebro filtra la atención y descarta lo que considera insignificante para el objetivo.
Este proceso de «apagado» de los inputs sensoriales ocurre constantemente. Mientras lees esto, probablemente no eres consciente de la sensación de tus zapatos o del cinturón en tu pantalón. Probablemente también apagas todo tipo de ruido ambiental como el ronroneo de tu nevera o el tráfico en la distancia. Nuestros cerebros tienen que apagar constantemente los datos sensoriales porque, de no hacerlo, estos nos abrumarían.
En situaciones de estrés extremo, este filtrado puede ser incluso más intenso, pues apagamos todos los sentidos salvo el que necesitamos para sobrevivir. Normalmente ese sentido es la vista, pero en condiciones de baja visibilidad el oído puede «encenderse» y la vista «apagarse» cuando los combatientes oyen el disparo pero ignoran el menos prominente fogonazo de la boca del cañón.
Masad Ayoob tiene razón en que, sin duda, hay en esto un componente mental, cognitivo. El cerebro filtra de la conciencia aquello que considera insignificante para el objetivo, y el objetivo es la supervivencia. Pero si no oyes un pitido tras unos disparos, eso parecería indicar que también hay un cierre físico que afecta de alguna manera al oído interno. Las investigaciones en el campo de la audiología indican que el oído puede cerrarse a los sonidos ruidosos de forma física, mecánica, al igual que el párpado puede cerrarse ante las luces brillantes. Al parecer, este cierre biomecánico del oído ocurre en un milisegundo en respuesta a un ruido fuerte y repentino.
Dos cosas ocurren aquí: primero, se da una especie de «visión de túnel» auditiva en la que sonidos concretos, como el ruido de las sirenas, se apagan bajo un estrés elevado. Apagamos los sonidos innecesarios y nos centramos todo el tiempo en un sonido. Cuando era un soldado raso y dormía en un barracón, aprendí cómo apagar los ronquidos ásperos de alguno de mis compañeros escuchando con atención el zumbido continuo que provocaba el silbido del aire al salir del respiradero de la calefacción. Algo parecido pero mucho más intenso ocurre en el combate, cuando cerramos mentalmente estímulos sensoriales innecesarios y nos centramos en aquello que es críticamente necesario.
También hay una especie de «parpadeo» auditivo en el que los ruidos fuertes son apagados o silenciados de forma física y mecánica durante un breve momento. Y más tarde no se da ni siquiera el habitual pitido en los oídos. El parpadeo auditivo puede dividirse aproximadamente en tres clases:
— Una respuesta, que parece darse en niveles bajos de estimulación (quizás en la fase amarilla), es aminorar o cerrar el sonido de tus propios disparos (que, de alguna manera, estás anticipando) mientras que el sonido de los disparos de alguien a tu lado puede resultar ensordecedor. Esto ocurre cuando dos cazadores disparan a la vez contra una presa, y conozco varios casos en los que un agente declara que sus propios disparos sonaban silenciosos mientras que los disparos de otro agente a su lado eran ensordecedores. En todos los casos que conozco, el nivel de estrés era moderado.
— Otra respuesta, que parece darse en situaciones de estrés extremo (quizás en la fase negra), es cerrar todos los sonidos de forma que más tarde uno no recuerda haber oído nada. Al parecer, cuanto mayor es el estrés, más fuerte es este efecto. Esto no es un parpadeo auditivo sino más bien el equivalente auditivo a cerrar con fuerza los ojos hasta que el hombre malo se haya ido. Parece estar asociado con un estrés excepcional, un ritmo cardíaco extremo y una estimulación fisiológica intensa.
— Una tercera respuesta, que probablemente sea la más frecuente, ocurre cuando uno cierra todos los disparos, pero oye todo lo demás, incluso los gritos de las personas a su alrededor y el tintineo de los cartuchos gastados golpeando el suelo. Esta parece ser una respuesta clásica de fase roja, en la que el cuerpo es capaz de cerrar biomecánicamente el oído en un milisegundo en repuesta al frente de la onda de choque de un disparo, y luego volver a abrirlo de inmediato de forma que se vuelve a oír todo lo que sucede alrededor. El doctor Klinger relata en su excelente Voices from de Kill Zone:
Un agente del swat que disparó una ráfaga con un subfusil declaró que, aunque no podía oír los disparos, sí oyó el tableteo del arma mientras la corredera se movía de delante para atrás expulsando las vainas y alimentando la recámara con nuevas balas.
Resulta asombroso que el cuerpo sea aparentemente capaz de esto e incluso aún más asombroso que no lo supiéramos hasta hace poco. Una vez estaba enseñando en Ohio cuando un policía del estado dijo:
¡Ahora entiendo lo que ocurrió! Fue tan vergonzoso que nunca se lo conté a nadie. Mi compañero y yo habíamos bloqueado una carretera con un coche patrulla. Un tipo la atravesó a ciento cincuenta kilómetros por hora y ambos disparamos una vez después de salir de la calzada. Llamé al sargento y le dije que un tipo se había saltado el bloqueo y me contestó que fuéramos tras él. Y entonces dije: «¡Sargento, no podemos perseguirlo! De verdad, algo va mal con nuestras armas». Pensábamos que teníamos un problema con la munición. Llegamos incluso a introducir un lápiz en el cañón de las armas porque pensábamos que a lo mejor se había quedado una bala encasquillada en el interior.
¿Cuántos guerreros a lo largo de las generaciones dispararon sus armas y luego dejaron de luchar porque pensaban que tenían un problema con sus armas al no oír los disparos? En este caso no había ningún problema con la munición o las armas, pero sí que lo había con su adiestramiento. Hemos transitado siglos de la era de la pólvora y sólo ahora empezamos a informar a nuestros guerreros de que en un combate los disparos pueden silenciarse.
A medida que recopilo información de literalmente miles de guerreros sobre sus experiencias