La ducha le sentó bien. Bajó al vestíbulo del hotel y salió a la calle; el coche de su empresa le estaba esperando en la puerta.
Al entrar en la sala de reuniones de la filial de su compañía en la ciudad de Tokio vio que ya estaban todos sentados alrededor de una interminable mesa; solo había un sillón vacío en la cabecera… el suyo.
No se disculpó pese a haber llegado un poco tarde. Al otro extremo de la mesa, justo en la posición opuesta a la que ella ocupaba, se sentaba el director general de la delegación en Japón, Takeshi Tanaka.
«Parece un junco a punto de quebrarse» pensó Paula.
Tanaka realizó una especie de ligera reverencia con la cabeza, como solicitando permiso para hablar a su superior jerárquico. Paula respondió con la misma levedad.
–Buenos días. Quiero agradecer la presencia de todos los responsables de departamento, así como de los distintos asociados que tenemos en el país. Ya saben, por el briefing que preparamos hace meses y por los resultados de la due diligence que los corroboró, que la opción de compra sobre nuestros activos va a ser ejecutada por la empresa Fluid Investment. Los términos de la compra, el valor de cambio de las acciones, el plan de inversión y reestructuración de nuestra compañía está detallado en ellos. Nuestros accionistas y los distintos reguladores nacionales e internacionales han sido informados.
Tanaka elevó ligeramente la cabeza para mirar a cada uno de los miembros de la mesa. Era una forma de ganar tiempo y recuperar un poco el aliento.
–Han sido solicitadas una serie de aclaraciones por parte de la firma Ijitsu Takeda Investment, representada en este acto por el Sr. Takeda –Tanaka realizó una evidente y nada sutil reverencia para mostrar al resto de los presentes el importante estatus social que Takeda tenía dentro del grupo inversor–. Es evidente –continuó– que lo más conveniente para los distintos inversores que participamos en esta operación es que la misma se realice de forma, digámoslo así, amistosa. Para ello y sin más dilación paso la palabra al Sr. Takeda, para que él mismo pueda realizar sus alegaciones.
Tanaka se sentó e intentó descifrar la expresión neutra de la cara de Paula Blanco. No era un problema de la distancia que los separaba; todavía conservaba, pese a la edad, una vista felina. Era la expresión neutra, casi de estatua de cera, de aquella maldita mujer. «¡Y dicen que los latinos son expresivos!», pensó con cierto disgusto.
Takeda se levantó con elegancia. Pese a ser un hombre que ya cumpliría los sesenta, se notaba que estaba en plena forma. La otra diferencia evidente con su antecesor en el parlamento era el tono cálido y aterciopelado de su voz. Formaba parte de ese selecto grupo de voces que podían ser oídas durante horas, ya que resultan tan armoniosas, vibrantes y cautivadoras que el oído humano se enamora de ellas.
–Miss Blanco, quiero agradecer su presencia en esta sala. Sé que debe de resultar para usted un evento inesperado y molesto en su plan de venta de nuestro grupo a un tercero, pero debe usted saber que todavía no está todo hecho, pese a la aquiescencia de mis colegas –miró con cierto reproche al resto de los interlocutores que estaban sentados alrededor de la inmensa mesa.
–Prosiga, señor Takeda, tiene usted toda mi atención —contestó de forma marcial Paula. Su tono gélido quería provocar en su interlocutor el suficiente desconcierto como para poder observar su reacción.
La mirada furibunda que Takeda lanzó a Paula consiguió arrancar de sus labios algo así como el incipiente esbozo de una sonrisa. Takeda ya le había dado una valiosa información. Era rígido en sus planteamientos; en el momento en el que estos se trastocaban por cualquier motivo inesperado dejaba entrever sus sentimientos. Una información importante en caso de plantearse una dura negociación.
–Ustedes siguen viniendo a Japón como colonizadores. Lo que pretenden instaurar es una especie de nuevo régimen de esclavitud, descolonizar la imaginación de nuestro pueblo, desposeernos de nuestro ancestral orgullo. Usted, Miss Blanco, de forma hábil ha hecho creer a mis colegas, aquí presentes, que no existe otra posibilidad, que lo que usted nos presenta es nuestra mejor opción. Pero, créame, la imaginación lo puede todo, todo.
Takeda se sentó al terminar su parlamento y se quedó mirando a Paula de forma inquisitiva.
–Señor Takeda, socios de las distintas delegaciones. Lo primero que quiero dejar claro es que respeto a su pueblo y no pretendo imponer nada que la gran mayoría de ustedes no hayan analizado, visto o aprobado. No creo que debamos plantear esta negociación en términos de honor, señor Takeda. Cuando mi empresa participó de forma mayoritaria en su conglomerado de empresas aumentando su valor patrimonial, y por tanto su capacidad de compra, firmamos una cláusula que dejaba muy claro que en un escenario de adquisición de todo el negocio por un tercero, como es el caso que nos ocupa con la oferta formal realizada por Fluid Investment, todos ustedes estaban obligados a vender, todos…. Señor Takeda, sin excepción. Esa cláusula de arrastre a la venta del negocio se ha dado porque todos –Paula señaló con el dedo rápidamente a cada uno de ellos, generando un círculo imaginario– hemos multiplicado varias veces el valor nominal de nuestras acciones en origen generando una importante plusvalía. Así que por favor no me hable usted de colonialismo y de honor; eso no está dirimiéndose en esta mesa y sí la rentabilidad y el beneficio mercantil.
Takeda siguió porfiando y construyendo su argumentario con términos como el amor a sus empresas y sus trabajadores, el deshonor de vender a un tercero que no garantizase todos los puestos de trabajo de los empleados que en algunas de las empresas llevaban décadas trabajando para ellos. Paula se dio cuenta de que la mayoría de los colegas de Takeda lo escuchaban por respeto pero que hacía ya tiempo que habían tomado su propia decisión al respecto. Paula había ganado una vez más; la decisión estaba tomada.
Al llegar al hotel se fue al exclusivo spa. La completa sesión que se dio le sentó bien. Al subir a cenar al restaurante reparó en el barman, Akihiko. El recuerdo de Tom Newman permaneció un segundo en su mente antes de desvanecerse para siempre, como tantos otros. El maître, solícito, le ofreció esa noche de triunfo su plato preferido, Fugu, «pez globo», un manjar delicioso y en ocasiones mortal.
Entre los vapores de un profundo sueño, el obstinado sonido del móvil terminó por materializarse en algo concreto. Alterada se despertó. «¡Las cuatro de la mañana! ¿Quién en su sano juicio puede llamar a estas horas?» pensó.
Al colgar se quedó tumbada mirando al techo. Un millón de ideas y sentimientos se entremezclaron en ese mismo instante. Se sintió confusa y esa era una sensación que detestaba. Sabía que era buena analizando datos, cifras, porcentajes de beneficio, materializando ideas concretas o abstractas, pero era pésima a la hora de analizar sentimientos o emociones.
A la mañana siguiente cogió el primer vuelo para Madrid.
***
2. El instante en el que todo cambió
Al salir de la terminal internacional del aeropuerto, un coche la estaba esperando. No pasó por su apartamento de Madrid, como lo llamaba. Nunca le gustó utilizar el término «casa». Alguien que vive de forma regular entre dos o tres ciudades no tiene casa, tiene apartamentos. Sitios donde dejar sus cosas.
Al llegar al hospital se dirigió directamente a un mostrador de información donde una esforzada administrativa iba guiando a las personas por el no siempre fácil entramado de especialidades y especialistas que conforman un hospital de una gran ciudad.
–Necesito llegar a la sección de Neurología, por favor.
–Coja el ascensor que tiene a su derecha y suba hasta la segunda planta. Al salir tiene que tomar el pasillo a su derecha. Enseguida verá otro hall como este; pregunte a la compañera que hay en él para que le indique cómo llegar a la sección.
Estaba hablando por teléfono, por lo que no se fijó en la persona que se paró delante de ella. Al notar su presencia, levantó la mirada. Su tía Alba la observaba con expresión de disgusto. Pese a ello, no se precipitó a colgar la llamada.
–¿Has llegado hace