Lo primero en lo que reparó María en su primer día de trabajo en el gabinete psicológico donde ejercía Admiel fue en aquel hombre tan atractivo. La entrevista de trabajo que la llevaría a ese puesto la había pasado con sus dos socios y compañeros de gabinete, no con él, así que la primera vez que le vio aparecer la cogió completamente por sorpresa.
Admiel tenía dos socios con los que compartía el gabinete de Psicología. Vicente Martín, algo mayor que él y más especializado en el mundo de la consultoría de Recursos Humanos, y Elsa Sánchez, especialista en psicopedagogía infantil, que además era profesora en una de las más prestigiosas universidades de la ciudad. Elsa había sabido utilizar con mucha habilidad su puesto en la universidad para generar una clientela que le había facilitado el acceso a los medios de comunicación de masas. Como casi todos los profesores universitarios era una excelente divulgadora que además daba muy bien en cámara, por lo que solía ser invitada a tertulias o programas que tratasen aspectos relacionados con la educación o diversos trastornos de niños o adolescentes. Como siempre les decía a sus socios, «estos programas están ávidos de contenidos y, como suelen escorar hacia el amarillismo o el sensacionalismo indisimulado, necesitan darles una pátina de respetabilidad invitando a un profesional».
–Ok, en cuanto termine de leer los correos me paso a ver a Elsita.
–Pero no tardes mucho; por su agenda he visto que tiene un acto dentro de una hora.
–Captado. Ahora me paso. Gracias, María, no sé qué haría sin ti.
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