Vivimos en mundo para los jóvenes, pero no de los jóvenes. Los temas ligados a la juventud aparecen a diario en la prensa, a veces, pintados en forma entusiasta e ilusionada, con una visión idealizada de lo que es ser joven hoy día. En muchas otras oportunidades, los adolescentes aparecen como los chivos expiatorios de múltiples males sociales: la droga, la promiscuidad sexual, la despreocupación y falta de responsabilidad son presentados como problemas exclusivamente de ellos. Los jóvenes son halagados y vilipendiados a la vez: los políticos cortejan su apoyo pensando en futuras elecciones, y los administradores de sistemas educacionales y laborales los ven como los sujetos a quienes hay que incorporar en sus sistemas sin que alteren demasiado el funcionamiento de éstos. La opinión pública los tiene constantemente en el foco de su atención. Los departamentos de prensa de los medios televisivos y escritos saben que las noticias sobre el aumento de consumo de cocaína, de los embarazos tempranos, de la delincuencia juvenil y otros temas ligados a la juventud, venden y, por lo tanto, les dan espacio en titulares y en tiempo estelar de noticiarios y de programas de conversación.
Al mismo tiempo, los jóvenes se sienten excluidos y fuera del sistema. El teatro, los suplementos juveniles de periódicos, los programas juveniles de radio y televisión transmiten ese tema una y otra vez. La no inserción en el sistema social es un tópico recurrente en grupos focales y en proyectos ligados a la juventud. La paradoja, entonces, consiste en que un grupo altamente importante para toda la sociedad no se siente incluido como actor significativo de esta preocupación: los adolescentes, como grupo, no se sienten protagonistas de su propio destino. ¿Cómo explicar esta paradoja?
Es posible pensar que el cambio social rápido, no solo en Chile sino en toda América Latina, ha creado una crisis de inserción para los grupos juveniles. Esta crisis está directamente ligada a un conjunto de problemas sociales más amplio, pero su repercusión entre adolescentes y jóvenes lleva, muchas veces, a consecuencias negativas para la salud: la vulnerabilidad a las conductas de riesgo aumenta en situaciones de crisis, tanto sociales como familiares e individuales.
Los cuatro capítulos iniciales de este libro se centrarán en describir la adolescencia normal, tal como ha sido normativamente retratada en Occidente, y su contexto. La transición adolescente, con sus cambios físicos y sicosociales, se da en un sistema donde la familia, la escuela y los pares juegan un papel central. El mundo social externo llega hoy al joven a través de los medios masivos de comunicación y, en especial, de la televisión. Usaremos el modelo ecológico de Bronfenbrenner(18) para revisar los elementos del contexto del desarrollo "normal". Luego, pasaremos a describir cuáles son las principales conductas y factores de riesgo juveniles hoy día para, enseguida, mostrar las diversas consecuencias de estas conductas. Hemos trabajado en este modelo de riesgo acopiando documentación empírica al respecto, que será utilizada para ilustrar esta tesis. Por otra parte, afirmamos que es posible prevenir o minimizar el impacto de este riesgo, y que el concepto de resiliencia y de factores protectores es una aproximación útil para el diseño de intervenciones efectivas. En los capítulos finales nos centraremos en ese aspecto y, en especial, en el impacto de los programas preventivos.
En este capítulo pretendemos retratar el contexto global de la situación de los adolescentes en una sociedad de cambio rápido, para esbozar una explicación de la paradoja antes descrita. Algunos de los elementos de esta contextualización son los siguientes:
• Cambios demográficos en cuanto a la cantidad y características de las poblaciones juveniles.
• Inadecuación relativa de los sistemas educacionales.
• Progresiva desideologización y secularización de la sociedad.
• Inestabilidad de las estructuras familiares.
• Cambios demográficos en cuanto a la cantidad y características de las poblaciones juveniles. Los avances en materia de salud pública han llevado a disminuciones espectaculares en las cifras de mortalidad infantil: hoy es cada vez más raro que un niño muera en el primer año de vida, ocurrencia frecuente hasta la vuelta del siglo XIX. Las novelas románticas están llenas de historias de huérfanos, viudas, viudos, padres cuyos hijos mueren en la guerra o quedan dañados por plagas y enfermedades. Hoy esa realidad nos parece lejana, aunque las guerras del siglo XX probablemente han tenido un costo de muertes y enfermedades superior a muchas del pasado. El hecho de que la mayoría de los niños que nacen sobrevivan hasta la edad adulta hace que la humanidad deba enfrentar un desafío cada vez mayor: acomodar más gente, educarla y darle un espacio en un mundo progresivamente complejo. Esta realidad es especialmente notoria en América Latina y en países jóvenes como Chile. Los adolescentes pasan a constituir un porcentaje importante de la población de estos países, que no presentan aún las pirámides envejecidas de Europa u otros países del norte. Las tasas de natalidad se concentran, además, en zonas rurales o en sectores urbano-marginales de bajos recursos, lo que hace que surja un número importante de personas que quieren acceder a los logros de la modernidad, que están muy conscientes de los estilos de vida de los países desarrollados y de los grupos de elevados ingresos en sus propios países, pero que se sienten excluidos de estos avances por razones que no comprenden bien. La cobertura masiva de los medios actuales de comunicación y, en especial, la llegada de la televisión a los sectores geográficamente más apartados o socialmente más excluidos, hacen aún más patente estas diferencias.
Diciendo lo anterior de otro modo: Han sido precisamente los cambios importantes de los indicadores demográficos chilenos, producto de los avances en salud pública y el desarrollo global del país, los que han hecho que el grupo juvenil tenga hoy mayor visibilidad que antes. De acuerdo con los datos sobre indicadores comparativos de desarrollo humano, proporcionados por el Human Report de 2003, en Chile, la expectativa de vida al nacer subió de 57.1 años en 1960 a 75,8 en 2001. En nuestro país, este índice aumentó más para las mujeres (de 66 a 78.8 entre 1970 y 2001), que para los hombres (entre 59 y 72,8 años, en el mismo periodo). Esto debe ser comparado con las variaciones ocurridas en América Latina: de 63 a 73 para las mujeres y de 58 a 67 para los hombres. En los EEUU, en tanto, la variación es de 75 a 79,7 para las mujeres, y de 67 a 74.0 para los hombres. La tasa de mortalidad infantil bajó de 117 por 1.000 nacidos vivos en 1960 a 10 en 2001 y, coincidentemente, en el mismo período, el producto geográfico per cápita subió de 3.130 a 9.417 dólares anuales. El descenso de la mortalidad infantil se puede comparar con un descenso de 82 a 28 en toda América Latina y con uno de 20 a 7 en los EE.UU. En Chile, el porcentaje de población urbana ascendió del 75% en 1970 a 86% en 2001. El 2001, el 40,2% de la población total del país vive en la ciudad capital. Las cifras equivalentes para América Latina son de 57% en 1970 y 75,8% en 2001. Durante este periodo, el 16.2% de la población vive en la capital. En los EE.UU., el índice es de 74% en 1970 y de 77,4% en 2001. Cabe consignar que el los EE.UU. un 1,86% de la población vive en la capital el país. (Fuente: Informe sobre Desarrollo Humano 2003. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio: un pacto entre las naciones para eliminar la pobreza. PNUD. Ediciones MundiPrensa 2003.)
La salud de los adolescentes chilenos, como en todas las Américas, es buena si uno utiliza los indicadores clásicos de mortalidad, la cual es baja en este grupo de edad, como muestra la tabla 1.1. Por otra parte, si se está consciente de que muchas de las