Sabe darse ánimo y motivarse en situaciones conflictivas. Sabe modificar la respuesta de huida ante esas situaciones. Darse ánimo supone enfrentar la situación, es decir, atacar en vez de huir.
Comprende y controla sus impulsos y sentimientos. Los controla y los regula, para impedir reacciones inadecuadas.
No se arredra ante los pequeños fracasos, sino que insiste para lograr sus objetivos. Echarse atrás ante un fracaso es otra respuesta de huida. La tenacidad es la mejor conducta a oponer al fracaso.
Sabe tolerar frustraciones, acepta la realidad y se adapta a ella.
Sabe aplazar gratificaciones o renunciar a ellas.
Desarrolla altos niveles de empatía con la mayoría de las personas. Es la mejor manera de relacionarse bien con la gente, de establecer amistades y de evitar enemistades.
Sabe expresar sus opiniones y sus sentimientos sin producir tensiones. A veces parece que una opinión o un sentimiento van a generar rechazo y se expresa de una forma agresiva o defensiva. La asertividad permite expresarse con naturalidad, al aceptar el derecho a decir lo que pensamos y a que los demás nos escuchen y nos respeten.
Todo lo anterior provee de un buen nivel de habilidades sociales.
Es capaz de ver siempre el lado positivo de las cosas, lo que ahora se llama pensar en positivo. Ver el lado negativo es una conducta de huída que nos lleva a abandonar, aunque sea entre protestas.
Tiene un grado elevado de confianza en sí mismo. Es una cualidad que procede de la autoafirmación, la asertividad y la autoestima.
Sabe tomar decisiones sin precipitarse ni detenerse con dudas irresolubles. El proceso de toma de decisiones requiere un análisis detallado de la situación, que examina dónde estamos, cómo y por qué hemos llegado aquí, qué podemos hacer, qué es lo peor que puede pasar, podemos afrontarlo si pasa, etc.
A todo esto podríamos añadir una recomendación. No podemos manejar nuestros sentimientos, pero sí podemos manejar nuestras acciones. Nuestros actos son nuestros, sea lo que sea que sintamos en cada momento.
Caso
Reconozco que mi amiga Mercedes no es superior a mí, pero no puedo evitar sentir un enorme malestar cada vez que me entero de un triunfo suyo. Si la ascienden en su trabajo, me molesta; si me cuenta que va a hacer un viaje maravilloso, me fastidia; si sale con un chico encantador que la mima y la adora, tengo que apretar los puños para no gritar de rabia.
Mercedes no me ha hecho nada malo. Se porta conmigo como cualquier amiga, es simpática y agradable. Pero no soporto sus logros, aunque incluso sé que se deben a su valía, no a la suerte.
Hace poco tiempo, se me presentó una oportunidad de oro. Mercedes me llamó para pedirme un favor especial, algo que solamente yo podía solucionarle por mis conocimientos y contactos. Era mi oportunidad y puede que no encontrase otra en toda mi vida.
No tuve la menor duda. Accedí a hacerle el favor e incluso no me costó el menor esfuerzo porque, al mismo tiempo que lo hacía, sentía dentro de mí una sensación de poderío, de control, de autoestima y de bienestar que me compensó de las molestias que me supuso el dichoso favor.
Sigo sintiendo lo mismo por ella. Me sigue fastidiando que le salgan bien las cosas. Pero estoy infinitamente mucho más a gusto conmigo misma.
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Los pilares de la resiliencia
La resiliencia es, entre otras cosas, la capacidad para hacer frente de forma efectiva a las situaciones adversas. Uno de sus componentes es la capacidad para proteger la propia integridad frente a situaciones de presión y estrés. El otro es la capacidad de construir un modo de comportamiento positivo y eficaz pese a las circunstancias difíciles que presenta la vida.
Las autoras el libro reseñado más abajo han publicado un magnífico artículo titulado Los siete pilares de la resiliencia, que apareció el 14 de agosto de 2018 en la revista Psicología Científica, www.psicologiacientifica.com. En él, nos dan a conocer modelos positivos como Yo Tengo, Yo Puedo, Yo Soy, Yo Estoy, así como los pilares de la resiliencia, que se agrupan en:
Competencia social, como la habilidad para establecer relaciones positivas con otras personas.
Resolución de problemas, como la habilidad para solucionar problemas desde la adolescencia.
Autonomía, como la capacidad para actuar con independencia..
Sentido de propósito y de futuro, como la capacidad de planificar un proyecto existencial satisfactorio y el sentimiento de poder conseguirlo.
Libro
Psicología del Bienestar y la Felicidad Volumen 1. Estrategias de Psicología Positiva para aprender a sentirse bien. Eleonora García Quiroga y Claribel Morales de Barbenza, de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina, Aguilar, G.G. & Oblitas, L.A. (2014). Bogotá: Biblomedia Editores.
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El estigma de la enfermedad mental
Hemos dicho que la enfermedad mental ha sido estigmatizada durante muchos siglos. Todavía hoy, en nuestro mundo moderno, escéptico y tecnificado, continúa siéndolo en muchas sociedades. De vez en cuando conocemos casos considerados posesión divina o diabólica que se tratan con exorcismos, rituales y oraciones. También conocemos casos de personas que niegan la enfermedad mental de alguien de su familia o entorno y los mantienen encerrados o aislados, para que no trascienda su situación vergonzante.
Esto se da seguramente entre personas incultas o que viven en lugares apartados a los que no llega la sociedad del conocimiento. Pero muy cerca de nosotros, muchas veces en nuestra misma familia o en nuestro mismo vecindario, conocemos casos de personas que hacen cosas sospechosamente raras, que se comportan de manera totalmente incoherente y que reaccionan de forma incomprensible. Y, a veces, nos dan una sorpresa.
- Pero si parecía un chico majo.
A nadie se le ocurre que puedan padecer un trastorno mental, porque el estigma sigue gravitando sobre la sociedad. Y el problema del estigma, en todos los casos, es que el trastorno se agrava con el tiempo y la persona termina enferma sin remedio. La intervención temprana en los trastornos mentales, como en los fisiológicos, es de suma importancia para atajar el mal antes de que se consolide y se haga irremediable.
Y tanto o más importante que la intervención temprana para atajar un trastorno mental es la conciencia y la ayuda familiar. Precisamente es el estigma el que impide esa conciencia y esa ayuda que tanto necesita el enfermo. Un enfermo psiquiátrico, por ejemplo, un esquizofrénico, que mantenga el tratamiento adecuado, puede llevar una vida bastante normal, pero incumbe a la familia ayudar al enfermo a adherirse al tratamiento para evitar la recaída.
La recaída y el incumplimiento de la terapia son dos motivos graves de preocupación para los profesionales. Y el papel de la familia es fundamental para que esto no se produzca o, al menos, para minimizar sus efectos.
Si dejamos que un cáncer localizado evolucione, se fortalezca y se propague, termina por causar la muerte, cuando se podía haber tratado fácilmente al principio y, probablemente, se hubiera erradicado. Lo mismo sucede con los síntomas mentales. Empiezan por “tonterías” que no se toman en consideración, opinando que se le pasarán cuando crezca, cuando vaya a la universidad, cuando se case, cuando empiece a trabajar, cuando tenga un hijo, cuando suceda algo importante; pero, precisamente, esos sucesos importantes para la vida de una persona son los que determinan la explosión de un trastorno mental larvado que, hasta entonces, no era más que algunos síntomas aislados.
Un síntoma no es una enfermedad. Lo hemos dicho anteriormente. Pero un síntoma puede significar algo sin importancia o algo muy grave que