Pitré no es verde. Belén Boville Luca de Tena. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Belén Boville Luca de Tena
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416994205
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π3 con los chicos durante un par de horas. José entretanto iría a resolver un par de asuntos pendientes y Mariví y los chicos visitarían las bodegas de Osborne. Luego se encontrarían en la plaza del Mercado, en el bar Vicente, donde había un chocolate con churros de chuparse los dedos.

      Antes de separarse José llamó a π3 y le explicó el nuevo plan. π3, feliz, volvió a sacar la mano, esta vez con los dedos pegados, para chocarla con José. Estaba encantado.

      «Buuuu», sonó una pequeña sirena de aviso, y luego «buuuuu», un bocinazo un poco más largo de lo normal; toda la gente se puso las manos en los oídos; aquello era como la sirena de un buque petrolero... Manuel, desde El Vaporcito, manifestaba así su alegría.

      Los chicos se encaminaron hacia la zona de las bodegas. Ya pasaban de las tres de la tarde y el hambre arreciaba. Se sentaron en una placilla con una fuente, bajo las palmeras, y sacaron sus bocadillos. π3 estaba hambriento. Miraba a unos y a otros mientras hacía juguillos en el estómago. Al ver que no tenía nada que comer, ni llevaba mochila, los chicos empezaron a ofrecerle parte de su comida. Unos llevaban bocadillo de tortilla, otros de jamón, algunos un pepito. π3 no renunciaba a nada. Antes de tragarse un bocado ya estaba mordisqueando el bocadillo de otro chaval. Devoraba lo que le pusieran por delante. Cada uno de ellos le sabía a gloria; nunca había probado comida con olor, sabor y volumen. En su galaxia se alimentaban a base de sueros, gelatinas, píldoras y gominolas con sabor a fresa, limón y vainilla, pero nada más, y aquello le parecía mil veces más delicioso que su cocktail preferido de gominolas. También le ofrecieron Coca-Cola −por fin una bebida que conocía− y casera con muchas burbujas, y un batido de plátano.

      Entre todos alimentaron a π3, que no rechazaba ningún alimento y miraba con curiosidad las aceitunas, pues se parecían a sus pildoritas de la galaxia. Cuando terminaron los bocatas, se levantaron y continuaron su recorrido hasta las bodegas.

      4

      La cotorra

      Mientras tanto, el periodista Melchor Bocaboca no paraba de maquinar. Su programa salía al aire hacia las cuatro de la tarde. Era un programa lleno de frikies y gente extraña. Lo mismo llevaba a un peregrino del Camino de Santiago que venía de la China por la Ruta de la Seda o presentaba a la madre más vieja del mundo, una gaditana que con sesenta y tres años había parido trillizos. Siempre estaba a la caza de noticias extravagantes y un poco alocadas. Había ganado cierta fama en la región y una vez había salido en Canal Sur, con los Ratones Coloraos. Si conseguía demostrar que π3 era del más allá, los americanos lo recompensarían. A lo mejor lo invitaban a visitar Cabo Cañaveral y ver cómo eran lanzados los cohetes y los satélites sonda. La exclusiva mundial de la noticia le abriría todas las puertas. Incluso las de Hollywood, donde había estado hacía años, saltando a la pata coja de estrella en estrella e imaginando que algún día, en una de esas estrellas de la acera, estaría su nombre. Hasta el presidente de los Estados Unidos lo recibiría con honores. No podía perder el tiempo.

      Tras hacer la entrevista a π3 se fue al estudio, situado frente al río. Tras una cristalera opaca se colocó los auriculares mientras no dejaba de mirar al paseo, por si aparecía algún otro tripulante de la supuesta nave en la que había llegado el muchacho. Con las palabras del chico y su florida descripción, el programa de ese día prometía ser muy interesante. El testimonio de un náufrago peculiar. Como no tenía nada que perder y sí mucho que ganar, llamó a la base americana.

      El teniente Smithson, que hacía de portavoz de la base, era gran amigo suyo. Muchas veces intervenía en sus programas, era contertulio; otras le facilitaba el acceso a la base militar, prohibido al resto de los españoles. Esta vez el periodista le hizo participar de una manera sorpresiva:

      −¿Teniente Smithson?

      −Oh, yes.

      −Aquí Radio La Cotorra, para que corra.

      −Oh, thank you. What’s the matter?

      −Mr. Smithson, hoy ha sido rescatado en la bahía de Cádiz un náufrago peculiar.

      −Oh, yes.

      −Se trata de un muchacho rubio de unos doce o trece años.

      −Oh, yes.

      −La cuestión es si han detectado en el espacio aéreo algún elemento extraño.

      −Strange? ¿Extraño?

      −Sí, un ovni, un UFO.

      −¿Ovni? ¿UFO?

      −Sí, una nave espacial.

      −¿Una nave espacial?

      −Exactamente, porque algunos lo han visto caer del cielo.

      −Ohhhhh. Interesting.

      −Pues nada señores, esto es todo por hoy. Parece que nuestro amigo, en vez de americano parece sueco. Ha sido una primicia de Radio La Cotorra, para que corra.

      A micrófono cerrado Melchor Bocaboca y el teniente Smithson siguieron la conversación. El teniente aseguraba que no había sido informado y el periodista decía que había encontrado, tras sus investigaciones, varios testigos que afirmaban que el muchacho había caído del cielo. Ante la insistencia del locutor, el americano dijo que buscaría toda la información disponible, pero que si se trataba de un objeto volador no identificado u OVNI lo más probable es que fuese top secret, y entonces no podría hacer ninguna declaración. Así el oficial se curaba en salud. Aunque los americanos habían terminado por hacer públicos muchos top secrets, seguían guardando un total hermetismo respecto a la posibilidad de vida alienígena. Se decía que gracias a los contactos con extraterrestres los americanos habían conseguido revolucionar el mundo de las comunicaciones y que eran los alienígenas quienes habían inventado Internet y los teléfonos móviles, además de los cazas ultrasónicos. Pero de esto no quería hablar al teniente Smithson y siempre cambiaba de tema.

      Sin embargo, con la entrevista al joven caído del cielo, el periodista Melchor Bocaboca acababa de levantar la liebre y había puesto sobre aviso a los americanos de la base naval de Rota. Smithson se puso inmediatamente en contacto con su superior y este con la NASA. Con ayuda del telescopio espacial Spitzer, enfriado criogénicamente, comprobarían si algún vehículo se había introducido durante las últimas treinta y seis horas en el sistema solar. En caso afirmativo, los satélites militares tendrían los espectros de ondas de todas las aeronaves y podrían determinar si realmente había caído del cielo una motonave, que aunque pareciese una moto de agua, bien podría ser un OVNI o UFO. Claro que el teniente le pidió a Bocaboca que fuese discreto, pues en tal caso probablemente habrían de pedir al gobierno español la autorización para examinar al muchacho.

      Bocaboca dio un salto y gritó «hurra» sin apagar el micrófono. Su técnico de sonido esa tarde tuvo que ir al otorrino; casi le deja sordo.

      5

      El néctar de los dioses

      Tras el almuerzo los jóvenes habían subido calle arriba, entre casas blancas, palacios abandonados y bodegas centenarias. Habían llegado a un recinto grandísimo y encalado, con un patio que explotaba de color y aromas de jazmín. Los chicos ya estaban acostumbrados a todas estas cosas que tanto gustaban a los turistas. Al fin y al cabo vivían en un pueblo blanco de la sierra con callejuelas estrechas y patios llenos de geranios y claveles.

      A ellos lo que les flipaba era la moto de π3. Sin embargo, para él todo era como una película. Nunca había estado en una ciudad ni había conocido construcciones antiguas. Al entrar en el patio de la bodega y ver aquellos ventanales enormes y las rejas invadidas por enredaderas con flores, se quedó hechizado.

      No sabía dónde mirar cuando una de las chicas, Carmen, de ojos morenos y flequillo travieso, lo tomó de la mano y lo llevó hasta una de las rejas del patio, por donde trepaban los brotes tiernos del jazmín. Cortó una ramita y se la puso en la nariz. π3 cerró los ojos y trató de respirar por completo la flor y a Carmen, como si se las pudiera comer. Luego abrió los ojos. A él también le gustaba la chica; tenía una sonrisa muy linda. Se acercó a ella y la besó en la mejilla; también olía a flores. Pero después siguió jugando porque todos