En esta perspectiva, donde globalización y hegemonía estadunidense dejan de ser entendidas como realidades equivalentes y recíprocas (Brzezinski, 2005), donde los móviles estratégicos o coyunturales de los actores internacionales se traducen en complejos procesos de conflicto y cooperación (que el caso actual de las relaciones entre Estados Unidos y China ilustra con claridad), es importante considerar, por sus consecuencias previstas e imprevistas, lo que supondría el fin del largo periodo de hegemonía estadunidense en el sistema internacional: ¿multipolaridad o no polaridad garantizarían un orden internacional previsible, capaz de procesar mediante políticas de prevención y cooperación sostenidas en la ayuda mutua los conflictos coyunturales o sistémicos? ¿Qué instancia con suficiente poder e influencia podría establecer los criterios de lo permitido, lo tolerado y lo prohibido en la acción internacional de grupos y estados? O, en ausencia de una clara “hegemonía global”, ¿nos dirigiríamos a una balcanización de la política mundial? El camino aún por recorrer en este siglo XXI permitirá ofrecer, a la luz de los hechos, respuestas a esas y otras preguntas.
EL GOBIERNO DE TRUMP
El viernes 20 de enero de 2017, Donald John Trump juró como cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos. Si bien no puede desestimarse un cambio de rumbo en las estrategias y orientaciones de la política exterior estadunidense —siguiendo las erráticas declaraciones del presidente sobre el replanteamiento de las relaciones con estados como China y Rusia, y con organizaciones como la Unión Europea y la Organización del Tratado del Atlántico Norte, declaraciones que parecen esbozar una actualización del aislacionismo—, la administración republicana habrá de tomar nota de los equilibrios actuales, de las correlaciones de fuerza y las macrotendencias que de múltiples maneras están afectando el papel y la jerarquía estadunidense. El voluntarismo y la ideología no impedirán que los nuevos responsables hayan de responder a los dilemas de cooperación o confrontación en un marco internacional globalizado, donde la indudable potencia económica, técnica y militar estadunidense encuentra o ha de encontrar límites y respuestas que la acoten, obligándola a tomar en consideración las realidades inevitables y el margen de maniobra de su poder relativo.
REFERENCIAS
Agnew, J. (2005). Geopolítica. Una re–visión de la política mundial. Madrid: Trama Editorial
Brzezinski, Z. (1998). El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Barcelona / Buenos Aires: Paidós.
Brzezinski, Z. (2005). El dilema de EE.UU. ¿Dominación global o liderazgo global? Barcelona: Paidós.
Fukuyama, F. (1992). El fin de la historia y el último hombre. México: Planeta.
Haass, R. N. (2008). La era de la no polaridad. Lo que seguirá al dominio de Estados Unidos. Foreign Affairs Latinoamérica, 8(3), 66–77.
Keohane, R.O. (1984). After hegemony: cooperation and discord in the world political economy. Nueva Jersey: Princeton University.
Keohane, R.O. & J.S. Nye (2009). Interdependencia, cooperación y globalismo. En A.B. Tamayo (Comp.), Ensayos escogidos de Robert O. Keohane. México: CIDE.
Khanna, P. (2008). El segundo mundo. Imperios e influencia en el nuevo orden mundial. Barcelona: Paidós.
Nieto, N. (2010). El segundo mundo: imperios e influencias en el nuevo orden global. Espiral, 17(49), 255–262.
Taylor, P.J. & Flint, C. (2002). Geografía política. Economía–mundo, estado–nación y localidad. Madrid: Trama.
Thurow, L. (1992). La guerra del siglo XXI. Buenos Aires: Javier Vergara Editor.
1- Véase el ya clásico After hegemony, de Keohane (1984). Lo incluyo en las referencias, así como una compilación de sus artículos, algunos de ellos en colaboración con Joseph S. Nye.
2- Véase al respecto El fin de la historia y el último hombre, de Francis Fukuyama, especialmente el capítulo 4, “La revolución liberal mundial” (pp. 75–90), donde el repaso histórico que hace este autor por diferentes regímenes políticos desemboca en su célebre “entonces hemos de tomar también en consideración la posibilidad de que la historia misma pueda llegar a su fin”, precisamente con la universalización de la democracia liberal y de sus valores, y el supuesto fin de los conflictos sustentados en filosofías políticas antagónicas.
3- El 7 de febrero de 1992, se firmó el Tratado de la Unión Europea en Maastricht, Holanda, que formalizaba la voluntad europea de recorrer el camino hacia la plena integración, si bien a la fecha —abril de 2015— la crisis financiera y productiva global ofrece renovado vigor al euroescepticismo, al no parecer ya tan claro que ese recorrido hacia la plena y definitiva integración sea ineluctable o siquiera necesario.
4- El PIB de Estados Unidos ascendió en 2013 a 16,768 billones de dólares, aproximadamente la cuarta parte del mundial, con un PIB per cápita de 53,470 dólares, superior al de todos los países europeos, con excepción de Liechtenstein, Mónaco y Noruega (http://data.worldbank.org/indicator).
5- 13.68 nacimientos por cada mil habitantes, superior a la de buena parte de los países europeos y en general una de las más altas para los países de renta y nivel de vida equiparables (http://www.indexmundi.com/g/r.aspx?c=us&v=25&I=es).
6- En La democracia en América y La república imperial, respectivamente.
7- Para Khanna, los “países menos adelantados” son aquellos que “presentan los índices más bajos de desarrollo socioeconómico y de poder estatal”, es decir, unos 100 países con la mayoría de la población mundial (2008, pp. 40–41).
8- El Grupo de los Siete + Rusia excluyó a la Federación Rusa de dicho organismo informal en el contexto de la crisis suscitada por la adhesión —o anexión— de la península de Crimea y Sebastopol en marzo de 2014, en medio del conflicto entre partidarios del gobierno ucraniano y sectores afines a Rusia. El organismo vuelve a adquirir su nombre original, Grupo de los Siete, hasta nuevo aviso.
¿Un “camino chino” de desarrollo? Una primera reflexión desde la ecología política (*)
SANTIAGO ACEVES VILLALVAZO
El desarrollo está en crisis. De manera más puntual, la estrategia de desarrollo asociada a las políticas del llamado “Consenso de Washington” (CW) (1) ha sido ampliamente cuestionada (Stiglitz, 2002; Rodrik, 2006; Van Apeldoorn & Overbeek, 2012) o incluso declarada muerta (Wolfensohn, 2005; Gardels, 2008; Gowan, 2009). (2) En este sentido, las voces que demandan y buscan modelos o estrategias alternativas de desarrollo surgen de frentes diversos. (3) De ahí que sean cada vez más los estudiosos e interesados en el tema del desarrollo que han dirigido su mirada hacia el Lejano Oriente, en particular hacia la República Popular China (RPC) (Jefferson, 2008; Das, 2015; Hsu, 2015).
La atención puesta en años recientes en China obedece al espectacular crecimiento económico que ha experimentado ese país desde fines de la década de los setenta, a partir de las olas de reforma y apertura (gaige y kaifang) impulsadas, en principio, por Deng Xiaoping, pero continuadas por las siguientes generaciones de líderes del Partido Comunista de China (PCC). (4) El éxito económico alcanzado por la RPC sugiere, como apuntan Minglu Chen y David S.G. Goodman, la existencia de un modelo de desarrollo que pudiera ser “especialmente útil” para otras economías en desarrollo (Chen & Goodman, 2011, p.13).
Sin embargo,